Aunque muchas veces sólo centramos nuestra atención en piezas que individualmente son sublimes, la magia del cine también consiste en contextualizar elementos que por sí solos no serían tan memorables y volverlos icónicos. La armadura "desollada" de Drácula en la película de 1992 es un gran ejemplo de este efecto: en las asépticas fotos de una exposición parece un diseño formalmente original pero algo minimalista y plastiquero, sobre todo comparado con con otros diseños de Eiko Ishioka para la misma producción. En cambio, en la pantalla no parece un disfraz de fantasía sino que la iluminación, la música, los actores y otros elementos se confabulan para que en nuestra cabeza SEA la armadura del hombre-demonio Vlad Drăculea.
Es un efecto que sólo la combinación de buen gusto y visión de conjunto puede conseguir, pues de lo contrario nos toparíamos con un relato interesante pero visualmente soso o una colección de cosas individualmente bonitas.