sábado, 25 de noviembre de 2023
Una crítica y una recomendación
martes, 12 de septiembre de 2023
Ron en el cartón de leche
miércoles, 15 de febrero de 2023
La parte y el todo
Aunque muchas veces sólo centramos nuestra atención en piezas que individualmente son sublimes, la magia del cine también consiste en contextualizar elementos que por sí solos no serían tan memorables y volverlos icónicos. La armadura "desollada" de Drácula en la película de 1992 es un gran ejemplo de este efecto: en las asépticas fotos de una exposición parece un diseño formalmente original pero algo minimalista y plastiquero, sobre todo comparado con con otros diseños de Eiko Ishioka para la misma producción. En cambio, en la pantalla no parece un disfraz de fantasía sino que la iluminación, la música, los actores y otros elementos se confabulan para que en nuestra cabeza SEA la armadura del hombre-demonio Vlad Drăculea.
Es un efecto que sólo la combinación de buen gusto y visión de conjunto puede conseguir, pues de lo contrario nos toparíamos con un relato interesante pero visualmente soso o una colección de cosas individualmente bonitas.
martes, 20 de diciembre de 2022
Arte ludista o postureo apocalíptico
jueves, 23 de junio de 2022
La belleza y el conocimiento
El modo de operar de los artistas no es conocer las cosas, sino mediar entre las imágenes que tenemos de ellas y lo que sugeriremos a través de las formas. Existen procesos mediante los que podemos refinar la técnica y rellenar el banco de referentes, pero me temo que el gran caldero de la intuición escapa a cualquier clasificación racional. Es uno de esos lugares caóticos donde sencillamente se ve, y si nos preguntamos de dónde vienen ciertos elementos sólo podemos contestar que de todas partes, a veces de lugares que aparecen sin más y no tienen nada que el común de los mortales llamaría "artístico".
Esta es la cuestión que me ha dado más quebraderos de cabeza en el último lustro, porque en cierto modo siento mi esencia dividida en dos: por una parte está la filosofía, que es el camino de mi elección, y por otro está la pulsión natural de crear cosas con las manos acordes a mi sensibilidad e intuición. El primero es un camino que tiende al orden y a las taxonomías, donde todo debe ser demostrable racionalmente; mientras que si cruzamos al otro hemisferio podemos catalogar lo que vemos en los primeros pasos, pero rápidamente todo se acaba emborronando. Sólo después de rumiar mucho tiempo lo que debería haber sido evidente desde el principio me doy cuenta de que es peligroso buscar en mi ser la preponderancia de una esfera sobre la otra, ya que además de implicar una tarea imposible supondría matar el último resquicio de inocencia y magia que me queda. Me doy cuenta de que al plantear algunas cosas que me gustan en parámetros demasiado estrictos, aunque sea para defenderlas, hace que cada vez las disfrute menos... pero estamos en 2022 y atrás quedan esas vacuas discusiones en los primeros años de la carrera sobre la justificación de la belleza: no vendrá ningún tribunal a pedirme explicaciones de mi afirmación de la superioridad de Bach sobre Mozart. Pretenderlo fue absurdo. Al final sólo estoy yo, y no necesito dar cuenta de lo que es evidente: ni haré ver a quienes se han cegado ni quiero asomarme al abismo por el que han caído quienes enfrentan lo sublime con el bisturí diseccionador.
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"Aquel que quiebra algo para averiguar qué es ha abandonado el camino de la sabiduría» |
lunes, 6 de junio de 2022
La fantasía es conservadora
La alianza de la fantasía con las ideologías hegemónicas ha dado sus frutos económicos en la última década, pero será su ruina si en el medio plazo no recuperan la fantasía tradicional y la libertad creativa, opuesta al diseño corporativo reinante a día de hoy. De hecho ya lleva provocando rechazo un tiempo: basta ver cómo empeora la recepción de los productos de Disney, Netflix o Amazon.
Los problemas del corporativismo creativo que denuncio pueden resumirse en tres puntos.
- En primer lugar, productores y ejecutivos de todo pelaje vician el proceso para introducir ocurrencias que ellos creen que reportarán en mayores beneficios, ya sea porque creen que harán el producto más atractivo, porque atraerán a inversores ideologizados o reforzarán la imagen "moral" de las empresas que toman partido... al menos en la irreal imagen que ellos tienen de la sociedad.
- En segundo lugar, en muchos casos los departamentos de arte y storytelling han sido usurpados por activistas que desplazan a artistas con las sensibilidades apropiadas o que aspiran a la excelencia. El objetivo ya no es contar una gran historia, sino rodear una moraleja simplona de elementos irreales. A su vez, es común que estos grupos tomen la idea del posmodernismo militante de que todo el espectro de la existencia humana puede reducirse a la lucha por el poder, lo que los impulsa a la intriga o ataque preventivo contra individuos que podrían servir de contrapeso para reencauzar la situación.
- Finalmente, se ha popularizado el dogma de que muchas cabezas piensan mejor que una y que los procesos asamblearios traen invariablemente buenos resultados. El resultado suele ser un popurrí a medio cocinar que no satisface a nadie. Las grandes historias modernas han sido producto de las sutilezas de una sola mente (o unas pocas bien sintonizadas) y no de un coro discordante.
Sin embargo, en la base de la fantasía moderna existe una cuestión metafísica que eclipsa lo dicho hasta ahora: la fantasía es la antítesis del pensamiento utópico progresista*. Toda historia de fantasía tiene sus raíces en los mitos, leyendas y tradiciones. El verdadero proceso creativo en realidad se reduce a cómo presentamos y entremezclamos temas tan o más antiguos que la rueda. Además, cualquier historia para ser creíble ha de tener tanto verosimilitud como esa inexplicable chispa de espontaneidad que apela a nuestro fuero más profundo. No puedes mezclarlo con la aspiración a deconstruirlo todo o a forjar mitos desnaturalizados que además sólo responden a los devaneos morales de una minoría de minorías. Es tanto artificial como insidioso, y se nota. Da igual que intenten camuflarlo bajo mil barnices o capas de pintura: cualquiera que tenga unos mínimos conocimientos de mitología, literatura y sobre todo ciertas sensibilidades narrativas se da cuenta de la estafa al instante.
Lo cierto es que aunque los grandes creadores tiendan a ser individuos incompletos o defectuosos para los estándares de sus coetáneos, es esa barrera que los separa de los demás (y no en pocas ocasiones implica burla o rechazo) lo que les concede un punto de vista único para observar y representar la urdimbre de la existencia. Es una compensación que reciben a cambio de la carencia que los aleja de la normalidad. Y he aquí la médula del asunto: el creador sabe que es un bicho raro, y por tanto (quizá inconscientemente) asume la necesidad de un statu quo que le permite definirse y donde sale a pescar cosas que más tarde usará en sus historias. No podemos hacer cosas nuevas (¡ni siquiera ser gamberros transgresores!) si no reconocemos que hay algo establecido más allá de nosotros. Y no se trata de un proceso unidireccional: aunque la sociedad a veces se ceba injustamente con los que se salen de la norma, si uno de los supuestos monstruos de feria hace algo relevante o toca una fibra sensible es habitual que se le extienda una patente de corso y hasta se celebre su excentricidad.
La diferencia con muchos de los llamados artistas progresistas salta la vista: ellos no se contentan con quedarse en sus torres de hechicero y observar de vez en cuando cómo les va a los habitantes de la villa ¡no señor! Quieren establecer lo que hacen y piensan los aldeanos allá abajo: se creen llamados a definir lo que debe considerarse normal y hasta ser subvencionados por ello. Su resentimiento los lleva a querer conquistar y ser adorados, no a hacer algo bueno que trascienda épocas y personas. Aunque la creación artística sea algo muy personal siempre existe una dimensión desinteresada: el regreso del viajero para devolver el fuego a su tribu o curar al padre aquí toma la forma de ese poso cultural que queda para inspirar a otros incluso cuando su autor ha desparecido y su nombre ha sido olvidado. En cambio, el artista progresista si no se da cuenta a tiempo se acaba volviendo una figura satánica, como Melkor o Sauron en los escritos de Tolkien: por mucho que diga preocuparse por el bien común sólo se ve a sí mismo y, como estamos viendo en tiempos recientes, su única originalidad consiste en deformar la obra de otros.
*es decir, la violación hegeliana de la utopía como género literario, donde lo planteado se sabía imposible desde el principio.
miércoles, 6 de abril de 2022
La misma cuerda
Muchas veces critico el arte contemporáneo o ciertos tipos de música moderna, pero que hayan llegado a una posición preeminente y sigan firmemente atrincherados en ella es responsabilidad también de lo que debería haber sido la alternativa. De hecho forma parte de un círculo vicioso que hace que la gente cansada de los excesos de un lado de vaya al otro y no vea que el arte tiene que ver con otra cosa.
Con esa falsa "alternativa" me refiero al vano virtuosismo, al formalismo o al academicismo elitista que enraizaron en el siglo XIX y siguen (aunque con menos peso institucional) ahí a día de hoy. A veces uno puede encontrarse frente a verdadera perfección técnica en cuadro hiperrealista pero al mismo tiempo no ver arte por ningún sitio. Lo mismo con las escalas interminables de algunas piezas clásicas.
El otro día traduje (del inglés) el siguiente poema egipcio de finales del segundo milenio a.C. :
dichos que fueran extraños
palabras novedosas, nunca probadas,
libres de repetición
y no refranes heredados,
pronunciados ya por los ancestros.
Escurro los contenidos de mi fuero,
tamizando todas mis palabras;
pues lo que se ha dicho no es sino imitación,
cuanto decimos se ha dicho ya."
Como puede apreciarse, hace más de cuatro mil años ya se preocupaban por la cuestión de la originalidad literaria, cosa que bien podría aplicarse a cualquier forma de arte. Y aunque no podemos sino dar la razón a Jajeperreseneb en que no hacemos sino reordenar una y otra vez piezas con las que ya jugaban nuestros antepasados, es innegable que desde entonces han aparecido muchas obras que pese a sus referentes, inspiraciones o influencias inconscientes consideramos únicas y sublimes, hitos en la historia humana. Por doquier encontramos pruebas fehacientes de que hay otras fuerzas misteriosas operando en el proceso creativo, que aunque se apoyan en la técnica y el conocimiento teórico sin duda los trascienden. Por esto soy firme creyente en la idea de que para que la experiencia estética sea posible es necesario que el artista vierta un poco de su subjetividad en lo que está haciendo y encuentre un lenguaje adecuado para volverla universal, aunque se guarde parte del misterio.
Por esto mismo lo que algunos consideran el arte actual y aquello en lo que institucionalmente se ha convertido el viejo arte no son sino cabos opuestos de una misma cuerda, y aunque a día de hoy el discurso del lado subjetivo y caótico lleva ventaja, sería igualmente dañino que diéramos al control a la tribuna de los fríos mármoles; o que cayéramos en la tentación de pensar que la fórmula del arte puede ser sintetizada a base de poner electrodos en la cabeza del artista. Llegados a ciertas fronteras lo único que uno puede hacer es quedarse en silencio y disfrutar de la magia.
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Nebulosa del Águila |
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Cada vez estoy más harto de la dialéctica de avanzar-retroceder que sale a flote siempre que hay elecciones. Por poner un simple ejemp...
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En parte estudié Filosofía para encontrar un camino para explicar la moral al margen de la religión, pero si tras ver lo que he visto l...
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Algo que me sorprende de algunos docente más veteranos que yo es la total falta de paciencia y mano izquierda con los alumnos en sus antípod...