Quizá la prueba de que un mundo asépticamente moderno no puede desprenderse de la búsqueda del Sentido es que existe el arte contemporáneo. Si ignoramos a los especuladores y a los buscadores de prestigio, en sus consumidores vemos individuos que buscan un pasaporte a la salvación.
Necesitan creer que participan de un misterio más grande que su propia existencia y que con algo de dinero pueden llevarse un fragmento de ese relato a sus casas. A veces nos preguntamos por qué funciona tan fácilmente la treta del vestido nuevo del emperador, pero es que desde el fin de la Modernidad la alternativa ya no es el ridículo, sino sencillamente sentarse a esperar la muerte. En nombre de una perfección inalcanzable (la creencia optimista en la iluminación o el fin de la historia) hemos torpedeado todo lo demás, empezando por la religión, hasta quedarnos sin nada. Por eso aunque no escuchen nada significativo en el eco de las palabras del supuesto artista muchos se acaban forzando a creer que hay una red que les evita caer por el precipicio. O quizá más que temer el descuido les aterra la fatal atracción del vacío.
Sea como fuere, el problema es que dicho salvavidas se apoya en un discurso que niega la legitimidad de las formas de arte o artesanía tradicionales, aquellas que además de evitar la debacle son capaces de ennoblecernos y abrirnos a un mundo donde aún existe una belleza que no puede ser diseccionada o cuantificada, esas mismas formas de arte que han seguido existiendo y evolucionando pese a no ser de ningún interés para la Historia del Arte. Por eso, el arte contemporáneo es inmoral incluso antes de que el dinero aparezca en la conversación: mantiene con vida, sí, pero aleja toda posibilidad de curar la enfermedad.
Alegoría del Tiempo desvelando la Verdad, Jean-François de Troy (1733) |
No hay comentarios:
Publicar un comentario