El tiempo transcurre más rápido de lo que parece. Aunque tengo la sensación de que solo han pasado meses, hoy rememoro la percepción del Covid que tenía hace un año, apenas unas semanas antes de que comenzara el caos que hoy muchos se apresuran a empujar bajo la alfombra. Y es que por mucho que ignoremos las imágenes, palabras y el hueco dejado por los que se han ido seguirán ahí. Querer olvidar esto es rechazar un conocimiento que podría ayudarnos a prevenir situaciones similares en el futuro y a mejorar como sociedad.
A finales de 2019 y Enero de 2020 el público occidental no estaba al corriente de lo que sucedía en Wuhan. Los medios tradicionales disponían de poca información y además no querían mostrar nada que pudiera disgustar al capital chino. La OMS, como supimos más adelante, hizo caso omiso de las serias advertencias de Taiwán y otros países. No sucedía lo mismo en Internet, puesto que aunque Twitter o Youtube dificultaron la difusión de ciertas imágenes muchos llegamos a verlas: hospitales saturados, recepciones llenas de camillas o gente conectada a bombonas, personas dependientes muriendo de hambre, pilas de ataúdes y las más que sospechosas columnas de humo, que se elevaban en Wuhan mientras el PCC negaba la mayor y ordenaba arrestar a los sanitarios que quisieron advertir al mundo de lo que estaba sucediendo.
Debo reconocer que en Diciembre y Enero tuve miedo de la misteriosa peste, pero a medida que pasaban las semanas y veía que los medios generalistas españoles no se estaban haciendo eco de nada rebajé algo mis preocupaciones: quizá no era nada grave, pensé, quizá en la sobrepoblada Wuhan se les había ido de las manos por una cuestión de organización y ceguera provocada por el orgullo patrio. Esta laguna informativa fue seguida de una campaña de burlas y menosprecio por parte de muchas figuras mediáticas, quienes se supone están más al corriente de lo que sucede en el mundo que el ciudadano medio. Quizá por eso me confié y al final mi comentario principal sobre el virus chino fue "esto no es tan grave pero debería servirnos de advertencia por si acabara llegando algo peor. La ingenuidad y el bienquedismo en materia fronteriza que Europa está demostrando en los últimos tiempos podrían hacernos mucho daño"
La verdad es que me equivoqué completamente al fiarme del ambiente social antes de las imágenes que había visto las semanas anteriores: "el algo peor" estaba delante de nuestras narices . Además de la falta de información el virus se convirtió en una cuestión ideológica mucho antes de Marzo: quienes ahora se rasgan las vestiduras y buscan negacionistas bajo las piedras por aquellas fechas estaban quitando hierro al asunto, animados por el ascenso de un gobierno afín. El triunfo de la política de gestos hizo que los ciudadanos no nos diéramos cuenta del terreno pantanoso hasta que el agua nos llegó al cuello. En menos de veinticuatro horas el discurso institucional, mediático y de los activistas cambió radicalmente: de alentar las concentraciones masivas, saturar del transporte público y burlarse de quienes advertían del peligro pasaron a las caras pálidas. El famoso "les va la vida" de Carmen Calvo acabó siendo cierto, aunque no en el sentido que ella habría deseado. Más tarde supimos muchas otras cosas sobre la actuación del poder en esas horas fatídicas, ninguna de ellas buena.
Durante el confinamiento vimos una indignidad tras otra: periódicos alabando la gestión de la satrapía que no pudo contener al virus, políticos diciendo que no pedirían perdón, supimos del cese de los especialistas que advirtieron de lo que se nos venía encima, vimos presiones gubernamentales para fiscalizar la opinión pública, golpes internos en las fuerzas de seguridad estatales, periodistas fantasma y una demostración tras otra de la total bancarrota moral de la clase política y mediática. No digo más porque no tengo espacio ni ánimo para relatar tanta vileza. Un año y más de cincuenta mil muertos después nuestra economía está arruinada, no ha dimitido nadie, no se ha reconocido ningún error y los juzgados se niegan a echar mano a los responsables de la hecatombe.
De la noche a la mañana hasta la oposición se ha olvidado de esas responsabilidades que iban a exigir, y si lo ha hecho es porque los integrantes de los partidos políticos lo ven como una cuestión de clase, tan separados como están de sus electores ¿Qué es eso de procesar a políticos? Quizá puedan deshacerse de alguno cuando lo pillan robando, pero sean diestros o zurdos a los políticos jamás se les ocurriría permitir que el vulgo pudiera exigirles responsabilidades. Pueden pelearse entre ellos por el poder, pero no abrirían jamás ese melón.
Sin embargo, lo que me disgusta más de este asunto no es la actuación de una minoría con el corazón podrido. El fracaso de la mal llamada nueva política probó que no hay excepciones cuando se trata de la catadura moral de nuestros gobernantes. El verdadero problema es que aún sabiéndolo no hacemos nada: la ciudadanía nubla voluntariamente su memoria queriendo dejar atrás el dolor, pero como adelantaba al principio de este escrito hacer eso es negarse a aprender de lo sucedido y mejorar. Desde un punto de vista cínico la política española siempre ha sido una economía de males menores, pero en los últimos tiempos tal proceso ha degenerado aún más: a día de hoy hasta agradecemos los puntapiés con tal de que nos dejen lamer las migajas de sus obesas manos.