En los últimos años se ha ido asentando la perniciosa idea de que el liberalismo implica necesariamente una suerte de "neutralismo a ultranza" y mucho me temo que precisamente por eso no nos comemos un colín. Donde esto se ve más claro es en el debate sobre ciertas instituciones, como el sistema educativo, donde algunos liberales insisten machaconamente en términos como objetivo o libre de ideología. El problema de esta clase de afirmaciones es que parten del supuesto inconsciente de que existe algo como una objetividad totalmente aprehensible a la que podemos recurrir rompiendo el cristal de seguridad, idea tan falsa como peligrosamente dogmática. Uno de los hechos indiscutibles de la condición humana es que no podemos abarcar la realidad en toda su complejidad y que por eso nuestro acercamiento a la Verdad ontológica consiste en dar pequeños pasos y comprobar continuamente nuestros cálculos de navegación para corregir los errores que indudablemente aparecerán por el camino. Por eso también contrastamos nuestra información con la de otros navegantes o nos vemos obligados a llegar a un solución de compromiso si nos hallamos ante lo desconocido y debemos tomar una decisión.
La creencia de que uno puede llegar a hallarse en posesión de la verdad definitiva es propia de tiranos, no de defensores de la libertad. Asumir algo así te ciega, imposibilita la conversación y reduce todo lo neutral a significantes vacíos, siempre vulnerables al ataque por parte de quienes dicen que no existe verdad en absoluto y en cambio persiguen que todo sea según su doctrina milagrosa.... en otras palabras: es abrir la puesta a aberraciones como las verdades de estado. Por tanto, pedir neutralidad a un profesor o a un político es lo mismo que no pedirles nada o entregarles las llaves del castillo para que impongan lo que les parezca.
Si a alguien realmente le importa la verdad su preocupación no deben ser los espacios neutros sino la virtud. Eso es lo que hace que uno sea prudente y honesto consigo mismo o con los demás. Los proponentes de pseudoneutralidades opuestas no pueden más que ladrarse entre ellos, mientras que quienes persiguen una conducta virtuosa de partida reconocen que existen limitaciones de partida que por el mero hecho de existir dan valor a las aproximaciones ajenas. De eso es de lo que deberían hablar los liberales y dejarse de milongas esperando sentados a que la historia les dé la razón: su aproximación a realidad es sólo buena (o al menos superior a las derivadas del marxismo) en la medida en la que se deriva del escepticismo y tiene en cuenta la vastedad de lo desconocido, no de recurrir a supuestas leyes históricas y decir al mismo tiempo que no existen.