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miércoles, 5 de marzo de 2025

Mano izquierda (III)

Veo muchas críticas del profesorado de Filosofía en Baleares a que se reduzcan las horas semanales Valores Éticos de 4º de ESO a la mitad, pero creo que deberíamos reflexionar un poco sobre el motivo real de nuestro enfado.

    Nos cabreamos porque nos quitan horas de trabajo y (al poner en entredicho la importancia de nuestra especialidad) cuestionan nuestra valía como individuos. Motivos totalmente legítimos por sí mismos, tanto que no haría falta ocultarlos bajo ideas elevadas o apelaciones al civismo.

    No hagamos una vez más el teatrillo de decir que estamos preocupados porque realizamos una función social indispensabilísima, tan importante que si dejamos de hacerlo comenzarán a sonar las trompetas del Apocalipsis. No es así: entre el contenido ideológico de otras materias, las políticas de centro y la acción de las comisiones en la mayoría de institutos ya se hace lo que según el currículum es nuestra provincia. El feminismo, los derechos humanos, el ecologismo y todos los sospechosos habituales saturan tanto el ambiente que nuestra función institucional se ha vuelto obsoleta.

    De hecho, las habituales voces afirman que las trompetas del Apocalipsis están sonando ahora mismo. Y yo les digo: ¡Si lo hacen también es gracias a nuestro gremio! Si el alumnado se ha vuelto reaccionario y vulnerable a la desinformación es gracias a que hemos tratado de ideologizarlos tanto que los hemos vacunado contra muchos de esos "valores cívicos y éticos" que les hemos querido inculcar. No sólo somos vectores de la crisis de identidad que atraviesa nuestra sociedad sino que, además, en lugar de erigirnos como el hermético mago de la corte hemos enseñado los trucos a todo el mundo para que puedan desecharnos cuando se les antoje. A este paso veremos al profesor de química o educación física preguntar "¿es esta tu carta?" a una audiencia cada vez más apática mientras nosotros nos comemos las uñas en un rincón.

    Quizá la solución a todo este embrollo sea reclamar menos "valores" y más Filosofía. Primero de todo porque así los chavales no se darán con el bordillo al llegar a bachillerato y toparse por primera vez con un tal Platón. Segundo (y quizá más importante) porque en lugar de depender de unos valores "perennes" pero en el fondo más maleables que el plomo nuestros alumnos deberían reflejarse en el espejo de los antiguos pensadores, aprender de sus errores y ver cómo la humanidad lleva milenios enfrentándose a los mismos problemas. Quizá si comenzáramos a creer de verdad que la Filosofía sirve para algo en lugar de simplemente cacarearlo conseguiríamos dar algo bueno a la sociedad y, de paso, ganar algunas horas extra a la semana.



jueves, 27 de febrero de 2025

Mano izquierda (II)


   Hoy he acabado de ver la Kermesse Heroica con mis alumnos Secundaria y he de decir que estoy gratamente sorprendido. Han demostrado que podían analizar tramas y subtramas, nadie se ha dormido, no hemos necesitado recapitular y hasta han aplaudido al final.

    Parecen nimiedades, pero teniendo en cuenta que es una peli en blanco y negro de 1935 y que son chavales de 2025 lo considero un éxito rotundo. Esto demuestra que si a principio de curso les hablas como adultos y les remueves un poco la sesera son capaces de seguir el ritmo sin problemas. Si la cosa sigue así me estoy planteando poner Rashomon.

Hu-há


martes, 14 de enero de 2025

Mano izquierda (I)

Algo que me sorprende de algunos docente más veteranos que yo es la total falta de paciencia y mano izquierda con los alumnos en sus antípodas ideológicas. Por ejemplo, ya son varias veces que escucho “es que mis alumnos son unos fachas” o “las falacias siempre vienen del mismo lado” , todo porque les han saltado con críticas airadas al discurso interseccional, que a veces se acaban convirtiendo en alegatos machistas o racistas.

    Lo que pasa con esos alumnos no es que sean fascistas convencidos... sino que son adolescentes. Por una parte, como en cualquier época y lugar, están poniendo a prueba los límites de sus mayores y se están rebelando contra un discurso institucional que lleva décadas siendo de izquierdas. Por eso se han invertido las tornas y ahora lo punk es ser de derechas. Por otra parte, además de adolescentes son incultos -culpa nuestra- y nadie les enseña criterios fiables a la hora de analizar un discurso, de ahí que traspasen la frontera entre el argumento legítimo y la perorata reaccionaria con facilidad. 

    El docente debería tener en cuenta estas obviedades y mantener siempre una actitud caritativa ante las personas que tiene al cargo. Una cosa es no tolerar las faltas de respeto e incumplimientos de reglas de convivencia y otra mantener una actitud puramente adversarial que precisamente es lo que acaba llevando a un ciclo de acción-reacción que envenena las relaciones y evita que tomen en serio tus correcciones, porque en el fondo no confían en tí como guía. De hecho, tomar ese camino implica confirmar muchos de los prejuicios que el alumno lleva en la mochila, regando el árbol del resentimiento para crear extremistas genuinos. El profesor, además, no puede ser tan soberbio como para creer que aquellas partes del curriculum que se corresponden con sus ideas están exentas de crítica. Todas las causas, no importa lo justas que sean, tienen puntos flacos en su aplicación ¡Si los chicos de 2025 han salido así después de bombardearlos de propaganda del lado opuesto desde la más tierna infancia por algo será!

    Los profesores estamos ahí para mostrar a los chavales que viven en un mundo mucho más grande que sus experiencias cotidianas, y que en él pueden encontrar cosas que les ayudarán a expandir sus horizontes. También, lo queramos o no, somos modelos de conducta incluso para quienes nos desafían. Por eso no podemos quedarnos de brazos cruzados y decir que nuestros alumnos son unos fachas (en su momento eran rojos) sino con mucha mano izquierda llevarlos por el buen camino. Y ese camino no es volverlos conversos de la religión laica que profesamos, sino que acaben el curso viendo entre los “suyos” el monstruo que todos llevamos dentro y respetando genuinamente a alguien cuyas opiniones no comparten.

miércoles, 12 de junio de 2024

Cimientos

    En parte estudié Filosofía para encontrar un camino para explicar la moral al margen de la religión, pero si tras ver lo que he visto los últimos once años tuviera que dar carpetazo al asunto diría que la moral sólo puede existir a partir de la religión. No necesariamente dentro de la institución religiosa, pero sí en la base histórica y cultural de las religiones. No puede existir una moralidad asépticamente moderna, racional y científica; lo que hay de bueno en los sistemas que proclaman serlo en el fondo proviene de tradiciones culturales estrechamente relacionadas con el pensamiento religioso. No olvidemos que una de las etimologías propuestas para la palabra religión se remonta mal término religare, que significa reunir o vincular; y me temo que no sólo en sentido de unir al hombre con entidades espirituales o crear comunidades, sino también ser la urdimbre de la existencia que da sentido a lo que de otra forma sería un conjunto de conceptos y experiencias disparejos.

Muchas buenas personas creen que su forma de ver el bien y el mal es perfectamente autónoma, pero en realidad el oleaje ha desdibujado sus huellas y no ven de dónde han heredado los conceptos que usan o incluso sus intuiciones más elementales.

jueves, 30 de mayo de 2024

Donde acaba la comodidad

Creo que ya podemos afirmar con seguridad que el intento de contener y domesticar el espíritu humano para que no volvieran a repetirse los horrores de la Segunda Guerra Mundial ha fracasado. De hecho, de cada vez tengo más claro que el experimento de amansar a la sociedad es la causa de los horrores presentes... y los que comienzan a perfilarse en el horizonte. 

    Quizá habría sido más sensato aprender a vivir con el potencial monstruo que todos llevamos dentro que desterrarlo a un rincón oscuro y pretender que no existía. Dicho de otra forma: al hombre no le basta con satisfacer sus necesidades elementales o tener comodidades. Para vivir necesitamos creer en algo mayor que nosotros mismos, perseguir nuestras pasiones, tropezar y aprender a sortear los obstáculos. Cuando retiramos de la vida diaria la ilusión o la aventura acabamos inventando problemas y desarrollando extrañas patologías para rellenar ese vacío. Ahí es donde acaba la comodidad y comienza el llanto.

sábado, 8 de julio de 2023

El mito del retroceso

Cada vez estoy más harto de la dialéctica de avanzar-retroceder que sale a flote siempre que hay elecciones. 
    Por poner un simple ejemplo: el mundo posmoderno ha vuelto a gente más infeliz y los problemas mentales se han disparado hasta el punto de fetichizarse. Sin embargo, los predicadores que a la mínima te acusan de querer volver al oscurantismo prefieren callar en vez de admitir un retroceso como consecuencia de ese deambular sin rumbo. Si los hechos los acaban acorralando lo habitual es que señalen una conspiración del capitalismo, los curas y el fascismo; sin caer en que hoy día los grandes capitales son sus correligionarios, los curas van por el camino del Dodo y el fascismo, lejos de ser un hombre del saco conservador, se refleja en la totalitaria huida hacia delante de la socialdemocracia.
    En lo personal creo que el eje para valorar la realidad es y será siempre bueno-malo o mejor-peor. Lo de avanzar-retroceder es una patraña, porque lo único que avanza en esos términos jamás retrocede y se encuentra más allá de nuestro control: el Tiempo. Mucho antes de que la Modernidad nos hiciera creer en el mito del "avance" según los grandes designios de unos pocos iluminados el progreso se daba de forma natural por un hecho simplísimo: los antiguos no eran estúpidos y les gustaba vivir bien tanto como a nosotros. En los últimos tres siglos el idealismo utópico (i.e. el progresismo) ha matado a más gente que todas las inquisiciones juntas, y sin embargo en vez de aprender la lección el miedo a volver a las cavernas nos hace seguir claudicando una y otra vez.

martes, 16 de mayo de 2023

Legítimo, verdadero y justo

Algunos liberales deberían dejar de pensar que la carta de la legalidad es la única válida para ganar un debate. La legalidad son las reglas de juego, pero las leyes son mutables y sujetas a interpretación o capricho de una clase gobernante con cada vez menos remilgos. Una cosa es el imperativo de respetar la ley y otra quedarse sentado creyendo que es una especie de ángel de la guarda o un reflejo de la moral de la ciudadanía

    La "ley" tenía que parar los pies a los independentistas y no lo hizo, tenía que convencer a Europa y tampoco lo hizo, debería habernos protegido de los excesos de este gobierno y sólo ha servido para reforzar sus desmanes. En su momento escuché de supuestos liberales que abrir el melón de los indultos o los pactos con Bildu no era algo que se pudiera recriminar al gobierno (que había prometido no hacerlo) porque era " lo legal". Ahora con la cúpula del poder judicial subvertida, las leyes de Montero y la ley educativa lloriquean como si no fuera obvio que algo así iba a suceder, y con los candidatos condenados por terrorismo callan como meretrices esquineras.

    La misma gente se reía cuando los independentistas separaban entre el ámbito de lo legítimo y lo legal... y no deberían haberlo hecho, pues ese es el verdadero campo de batalla político de nuestra época. Habiendo quedado más que demostrado que el ámbito legal va a protegernos cada vez menos y poco a poco puede retorcerse hasta convertirse en el escudo de los tiranos, deberíamos reconocer de una vez que debe hacerse un esfuerzo serio para ganarse la mente y el corazón de la ciudadanía que padece esta creciente degeneración. Por eso, señores míos, es hora de deshacerse del agnosticismo moral y comenzar a colocar en el centro cuestiones como la legitimidad, la verdad y la justicia: todo lo que está ausente en las instituciones. Háganse a la idea de que el marco de tolerancia de las democracias liberales ya no existe ni los ideales que lo inspiraron son el punto en común en ningún hemiciclo: todo eso ha sido desplazado por una caricatura dantesca  y si no hacemos nada cada vez será más difícil salir del pozo.


sábado, 29 de abril de 2023

Fe de Erratas

Más allá de la economía, la política o las discusiones de salón, el mundo de nuestros abuelos seguía girando porque a pesar de todos los problemas y errores estaba construido sobre un sustrato que (racionalizable o no) era verdadero. Podrían surgir crisis gravísimas, pero la incomodidad existencial que experimentamos hoy y el faccionalismo irreconciliable a todas horas del día no se contaban entre ellos. 

    Poco a poco me he dado cuenta de que muchas cosas daba por buenas eran mentira: no sólo las promesas de futuro boomers que tanto (y tan acertadamente) se critican, los desmanes de las ideologías posmodernas o las consecuencias funestas del positivismo. No es, como llegué a creer en su momento, que en los siglos XIX y XX el tren descarrilara debido a la irrupción de ciertas ideas. El tren ya había descarrilado y llevamos dos siglos rematando a los supervivientes. Incluso la Modernidad como mito fundacional, que hace cinco o seis años creía a pies juntillas, ahora me parece deleznable y me arrepiento de haber dicho cosas como que necesitábamos fijarnos más en la Ilustración, ser jacobinos o incluso que habría apoyado a José Bonaparte. Mi púlpito de mármol en realidad era un cajón vacío, que no servía para librepensar sino para despreciar con arrogancia, incurriendo así en lo que para los proponententes de tan elevados ideales supuestamente eran los mayores pecados: el prejuicio y la ignorancia.

    Siempre he creído que, en la medida de lo posible, debemos buscar la coherencia entre lo que hacemos y lo que decimos, y ahora veo que aunque sonaba muy bonito las consecuencias de tales ideas serían (y de hecho, han sido) horribles: un mundo de ideales vacíos donde se está a disgusto, donde donde solo crecen los hierbajos de la mentira y el poder. Darse cuenta de esto no sólo implica desear el regreso de tiempos más simples, sino pedir la devolución de lo robado y que quienes (filósofos, sociólogos, historiadores, etc) hemos contribuído a esparcir estas mentiras en alguna medida hagamos acto de contrición. Tradicionalmente se nos dice que hacerse preguntas es señal de inteligencia y no hace daño a nadie, pero cada vez veo con más claridad que el acto de haberse cuestionado ciertas cosas era señal de estupidez y de una irresponsabilidad supina.

jueves, 2 de marzo de 2023

Mil y una máscaras

Siempre me han parecido interesantes las máscaras que el mal puede llegar a vestir para envolver poco a poco a las personas, hasta que escapar es prácticamente imposible . Por ejemplo, en Baleares y en otras autonomías con movimientos nativistas es muy complicado que alguien que no haya tenido un encontronazo lo suficientemente desagradable reconozca que existe un problema y que en el fondo la sociedad mallorquina está siendo tremendamente excluyente. Por mucho que pisen sus derechos cada día o vean injusticias acaban quitando hierro a todo, hasta el punto que no basta con señalar obviedades para convencerlos de que algo funciona mal. Hay que tener la pacienciade invertir un buen rato (hasta horas) en sentarse a desmenuzar mil ejemplos para que una sola persona abducida por la cultura de "lo nostro" abra un poquito los ojos.

    Con el tiempo me he acabado convenciendo de que lo que mantiene en pie esta fantasmagoría es una simple cuestión de imagen. El miedo a la represalia y el deseo de trepar a toda costa desde luego están ahí, pero tampoco debemos sobredimensionarlos*. El statu quo nacionalista no sigue en pie por sus dirigentes en la clase política y sus colaboradores en el funcionariado o el activismo, sino porque subrepticiamente hace del ciudadano bienintencionado el principal cómplice. Y esto es posible por muchos factores, pero sobre todo porque saben crear la imagen apropiada: una estética del bien adaptada a las tendencias actuales. Por eso aunque las habituales comparaciones del nacionalismo catalán o vasco con el fascismo son pertinentes (la conexión histórica está ahí) también son contraproducentes ante un público amansado y convenientemente poco educado en dichas cuestiones.

    Ahora los nacionalismos periféricos ya no recurren a botas altas, brazos en alto y otros males conocidos; sino que copian la parafernalia de los movimientos por los derechos civiles, anticoloniales y reivindicativos modernos: envuelven los discursos más rancios en banderas de arcoíris, cosmopolitismo y dibujitos redondeados de aspecto inofensivo. Ya no se los ve midiendo cráneos, sino que ocultan el aguijón  envenenado bajo fiestas populares, imágenes nostálgicas de la infancia y las recetas de la abuela. Por eso aunque el crítico señale la obvia desnudez del emperador es tan complicado rehabilitar a quienes caído en su redes, personas que en cualquier otro contexto alzarían la voz ante una injusticia. A base de saturarlo todo con su ideología, los nacionalistas los han condicionado para que no sepan distinguir las frontera entre su moralidad, el folclore local  y un discurso político perverso. 

    En resumen: el mayor desafío no son los voceros ruidosos, sino el teatro de sombras chinescas que las instituciones secuestradas por nacionalistas han creado con tanto esmero. Hasta que ese sistema sea desmantelado lo tendrán muy fácil para seguir presentando al agresor como víctima y viceversa.



*aunque me guste ladrar y me oponga frontalmente al idealismo igenuo no creo que la mayoría de gente sea malvada o solo mire por sus intereses. El problema es que las buenas intenciones no se traducen necesariamente en buenas acciones y además el deseo de hacer el bien  de unos puede ser manipulado por los perversos para lograr sus fines.

jueves, 18 de agosto de 2022

Barrabás y Medea entran en un bar

El posmodernismo militante y la simpatía por el Mal

Demasiado a menudo los individuos que más machacan con el concepto de justicia social albergan las ideas más erróneas sobre el comportamiento humano y las conceptualizaciones del mal más peregrinas. De estas últimas quizá las peores sean la creencia en que el Mal como tal no existe o más comúnmente que este, lejos de implicar una batalla diaria en el fuero interno de cada individuo, puede ser solucionado a través de buenas intenciones o los sacrificios en el altar de la voluntad general. Es habitual que al señalar las fallas de dicha cura milagrosa el heroico salvador de turno recurra al "¡Ay! Si tan sólo la sociedad nos escuchara un poco..." y no hace falta rascar mucho para ver que detrás de dichas palabras se esconde el "¡Ay! si me dieran la razón sin rechistar..." y si nos atrevemos a explorar un poco más vemos que detrás se abre una escalera de caracol que desciende y desciende hasta llegar al "¡Ay! Qué bien estaríamos si cambiárais vuestro libre albedrío por los dictados de mi ideología". Lo mejor al encontrarse con dichos admiradores de Mao, a quienes regresaremos un poco más abajo, es poner tierra de por medio, pues en vez de perseguir un bien realizable lo confunden con un mundo moldeado según su capricho. Y cuando esto se demuestre imposible ¡ay de quien se cruce en su camino!  Afortunadamente no muchos llegan a tocar poder real y tienden a matarse entre ellos si lo consiguen, pero es más común es que se limiten a recrear sus fantasías en la ficción.

    Sea como fuere, el mal en la esfera humana es una realidad cotidiana, algo ante lo que debemos prevenirnos. Generalmente lo hacemos por dos vías: la formación del carácter y las acciones comunitarias. Así planteada,  tal división puede resultar engañosa porque parece un distinción entre lo personal y lo colectivo. No lo es. La formación del carácter a través de la socialización y -más en concreto- la educación no sólo nos da herramientas para desarrollar cierto autocontrol, sino que el saber que otros individuos pasan por un proceso similar asienta un marco ético común. Esto es lo que nos permite esperar ciertos mínimos por parte de nuestros conciudadanos y tener un sustrato común sobre el que discutir cuando surgen desacuerdos... en vez de temer un asaltante armado tras cada esquina. Sin embargo esta vía no es infalible: hay individuos que se escurren por las grietas del sistema y no acaban de desarrollar su sentido moral, también hay sujetos con valores radicalmente opuestos a los nuestros y por si fuera poco individuos con trastornos de antisociales de nacimiento. En términos sencillos esto significa que a menos que de repente nos convirtamos en robots existe una nada despreciable posibilidad de que en algún momento las cosas se pongan feas. Aquí es donde entra el seguro: las medidas concretas a las que la sociedad recurre para frenar al malhechor. Esas medidas, a menudo recogidas en alguna clase de código, son ante todo castigos y, ante amenazas mayores, la autodefensa mediante la fuerza de las armas. Para no complicar más el asunto, centrémonos en lo primero.

   Curiosamente, muchos de ya citados tiranillos muestran sus cartas poniendo un énfasis positivista en rehabilitar (curar) al culpable al tiempo que desprecian toda contrición. Con esto, demuestran tanto sus prioridades como su ignorancia.  El objetivo del castigo justo no es infligir dolor sino ofrecer protección inmediata a la víctima y prevenir conductas similares en el futuro. Esto muchas veces se consigue apartando al agresor del grupo por un tiempo además de obligarle a saldar su deuda. Se aplica (en distintos grados) al que comete falta grave o hace trampas en un juego, al estudiante que perjudica a sus compañeros o al ladrón. No menos importante es el efecto disuasorio que ello conlleva para todo aquel que en el futuro pudiera sentirse tentado a seguir ese camino.  Sólo una vez hemos asegurado el castigo, ya que la prioridad es la salvaguarda del inocente, podemos centrar nuestra atención en la rehabilitación del culpable y (previo arrepentimiento y buena conducta) la clemencia o las segundas oportunidades. Sin embargo, como ya hemos hemos adelantado, en nuestro tiempo prosperan los individuos que prefieren darle la vuelta a la tortilla. Siempre ha habido (y habrá) personas que, aun considerando un servidor que están muy equivocadas, se ven atrapadas en la compasión hacia el castigado porque tienen buen corazón y se ven reflejadas en esa la falibilidad que comparte todo el género humano. Sin embargo, tales individuos no son el objeto de mi crítica, sino quienes ven corrompido su sentido de la justicia por una identificación que aun siendo muchas veces inconsciente resulta siniestra y preocupante.

    El origen de la mentalidad de quienes defienden el indulto* o la equidistancia con la víctima de abusones, delincuentes comunes y hasta terroristas es rastreable en el interés del discurso posmoderno en lo marginal: mientras deslegitiman las grandes tradiciones e instituciones muchos de estos críticos se identifican con otros relatos, sobre todo aquellos que cuestionan al enemigo común que ven en la civilización occidental. A gran escala podríamos señalar la dulcificación del islamismo por parte de algunos progresistas, el discurso de que el verdadero comunismo nunca se puso en práctica o la pervivencia de variantes del mito del bon sauvage que los lleva a apoyar hasta a los nacionalismos más disparatados si tienen la más leve pátina indigenista. Parece que vivamos en una de esas pinturas apocalípticas donde el mundo se invierte y los muertos salen de fiesta o los animales de granja cabalgan sobre sus amos: el maestro teme al alumno pero el Estado lo usa para adoctrinar y usurpar la autoridad del padre, quien a su vez teme al profesor y desconoce los pronombres de su hijo, a quien por supuesto ha consentido hasta convertirlo en un monstruo ególatra incapaz de vérselas con la realidad. En un contexto así es normal que los referentes heroicos de antaño se hayan vuelto impopulares, irrisorios o directamente anatemas que no se pueden ni mencionar en público, mientras que los villanos poco a poco se van convirtiendo en referentes. Esto podemos verlo en el encumbramiento en la ficción de masas no ya de personajes a los que la etiqueta de antihéroe noventero les viene grande, sino directamente son encarnación del mal y la psicopatía sin tapujos.

    Conste que no me refiero al interés estético que puede suscitar el antagonista carismático, la canción pegadiza del malo de opereta o el soliloquio de cualquier villano shakespeariano (aunque a veces comienza así), sino a la identificación personal de muchos progresistas con lo peor que ha visto la ficción**, hasta el punto de que los grandes estudios de cine o televisión ya producen material que persigue eso. Quizá sea porque cínicamente quieren explotar ese nicho o porque contratan a guionistas incapaces de superar la fase de adolescente 𝑒𝑑𝑔𝑦 en la que apoyan la estupidez de moda para escandalizar a sus mayores y después victimizarse. El discurso subyacente siempre funciona igual, lo mismo da si se trata de una de superhéroes o el remake sin alma de un cuento de hadas: puedes cometer las peores injusticias o los actos más crueles si das penita porque en el pasado te menospreciaron, oprimieron, traicionaron, no te reconocieron como igual al instante o sencillamente no te comprendieron. Eso de las víctimas colaterales es un mito. Así, debemos ignorar deliberadamente las advertencias de las tragedias y convertir en heroínas a Carrie o a Medea (o Maléfica, Wanda o cualquier otra revisión posmoderna del tópico brujeril) y recoger firmas para que dejen libre al Joker de nuevo con la esperanza de que se modere un poquito. A lo mejor hasta se animan a venir a la concentración por el amor libre según la iglesia local de Slaanesh***.

    Bromas aparte, el foco de interés en muchas de estas narraciones subversivas puede resumirse en el discurso egocéntrico (casi solipsista) del inadaptado resentido; no la búsqueda de su  lugar en el mundo, la redención a través del sacrifico por algo que valga la pena o una gran aventura en pos del Sentido de las cosas. Atrás quedaron esos días en que el hazmerreír del instituto se convertía en el admirado héroe local o esos anónimos Montaraces protegían de horrores innombrables a las gentes de la aldea de forma completamente desinteresada. Ante todo, el éxito de las historias subvertidas proviene de buscar la satisfacción momentánea vendiendo que se hace "justicia" con los peores métodos, es decir, una válvula de escape para el lado más oscuro de la mente del espectador que complementa a la perfección los calmantes morales de las causitas a las que suele adherirse cierto tipo de persona. Si miramos tras el telón sólo vemos la venganza de un individuo contra el mundo: la misma fantasía enfermiza detrás de los tiroteos en escuelas, disfrazada y embotellada para el consumo generalizado.

Alegoría del matrimonio entre la Maldad y el Diablo
Gjisbert van Veen


*exceptuando, claro está, el hiperpunitivismo asociado a ciertos temas ideológicos

** aunque sí podríamos considerar la  interpretación en los siglos XVIII y XIX del Lucifer que John Milton presenta en El Paraíso Perdido (1667) el origen de la forma que tienen los posmodernos de interpretar las narraciones arquetípicas tradicionales: siempre es un gran engaño relacionado con el poder y autoridad para describir lo existente. Por supuesto, obvian que la serpiente y la manzana, lejos de ser símbolos de la liberación, representan el inmenso drama de la pérdida de la inocencia, causada por un odio alimentado (cómo no) por la envidia y la soberbia.

***es decir, con droga, sacrificios, engendros tentaculares y animales de granja

sábado, 9 de julio de 2022

Neutralismo de postín

En los últimos años se ha ido asentando la perniciosa idea de que el liberalismo implica necesariamente una suerte de "neutralismo a ultranza" y mucho me temo que precisamente por eso no nos comemos un colín. Donde esto se ve más claro es en el debate sobre ciertas instituciones, como el sistema educativo, donde algunos liberales insisten machaconamente en términos como objetivo o libre de ideología. El problema de esta clase de afirmaciones es que parten del supuesto inconsciente de que existe algo como una objetividad totalmente aprehensible a la que podemos recurrir rompiendo el cristal de seguridad, idea tan falsa como peligrosamente dogmática. Uno de los hechos indiscutibles de la condición humana es que no podemos abarcar la realidad en toda su complejidad y que por eso nuestro acercamiento a la Verdad ontológica consiste en dar pequeños pasos y comprobar continuamente nuestros cálculos de navegación para corregir los errores que indudablemente aparecerán por el camino. Por eso también contrastamos nuestra información con la de otros navegantes o nos vemos obligados a llegar a un solución de compromiso si nos hallamos ante lo desconocido y debemos tomar una decisión.

    La creencia de que uno puede llegar a hallarse en posesión de la verdad definitiva es propia de tiranos, no de defensores de la libertad. Asumir algo así te ciega, imposibilita la conversación y reduce todo lo neutral a significantes vacíos, siempre vulnerables al ataque por parte de quienes dicen que no existe verdad en absoluto y en cambio persiguen que todo sea según su doctrina milagrosa.... en otras palabras: es abrir la puesta a aberraciones como las verdades de estado. Por tanto, pedir neutralidad a un profesor o a un político es lo mismo que no pedirles nada o entregarles las llaves del castillo para que impongan lo que les parezca.

    Si a alguien realmente le importa la verdad su preocupación no deben ser los espacios neutros sino la virtud. Eso es lo que hace que uno sea prudente y  honesto consigo mismo o con los demás. Los proponentes de pseudoneutralidades opuestas no pueden más que ladrarse entre ellos, mientras que quienes persiguen una conducta virtuosa de partida reconocen que existen limitaciones de partida que por el mero hecho de existir dan valor a las aproximaciones ajenas. De eso es de lo que deberían hablar los liberales y dejarse de milongas esperando sentados a que la historia les dé la razón: su aproximación a realidad es sólo buena (o al menos superior a las derivadas del marxismo) en la medida en la que se deriva del escepticismo y tiene en cuenta la vastedad de lo desconocido, no de recurrir a supuestas leyes históricas y decir al mismo tiempo que no existen.

jueves, 23 de junio de 2022

La belleza y el conocimiento

El modo de operar de los artistas no es conocer las cosas, sino mediar entre las imágenes que tenemos de ellas y lo que sugeriremos a través de las formas. Existen procesos mediante los que podemos refinar la técnica y rellenar el banco de referentes, pero me temo que el gran caldero de la intuición escapa a cualquier clasificación racional. Es uno de esos lugares caóticos donde sencillamente se ve, y si nos preguntamos de dónde vienen ciertos elementos sólo podemos contestar que de todas partes, a veces de lugares que aparecen sin más y no tienen nada que el común de los mortales llamaría "artístico".

    Esta es la cuestión que me ha dado más quebraderos de cabeza en el último lustro, porque en cierto modo siento mi esencia dividida en dos: por una parte está la filosofía, que es el camino de mi elección, y por otro está la pulsión natural de crear cosas con las manos acordes a mi sensibilidad e intuición. El primero es un camino que tiende al orden y a las taxonomías, donde todo debe ser demostrable racionalmente; mientras que si cruzamos al otro hemisferio podemos catalogar lo que vemos en los primeros pasos, pero rápidamente todo se acaba emborronando. Sólo después de rumiar mucho tiempo lo que debería haber sido evidente desde el principio me doy cuenta de que es peligroso buscar en mi ser la preponderancia de una esfera sobre la otra, ya que además de implicar una tarea imposible supondría matar el último resquicio de inocencia y magia que me queda. Me doy cuenta de que al plantear algunas cosas que me gustan en parámetros demasiado estrictos, aunque sea para defenderlas, hace que cada vez las disfrute menos... pero estamos en 2022 y atrás quedan esas vacuas discusiones en los primeros años de la carrera sobre la justificación de la belleza: no vendrá ningún tribunal a pedirme explicaciones de mi afirmación de la superioridad de Bach sobre Mozart. Pretenderlo fue absurdo. Al final sólo estoy yo, y no necesito dar cuenta de lo que es evidente:  ni haré ver a quienes se han cegado ni quiero asomarme al abismo por el que han caído quienes enfrentan lo sublime con el bisturí diseccionador.


"Aquel que quiebra algo para averiguar qué es ha abandonado el camino de la sabiduría»



martes, 24 de mayo de 2022

Actualidad y necesidad de la Verdad

¿A qué nos referimos cuando hablamos de verdad?

¿Es la posverdad de la que tanto se habla un sinónimo de la mentira?


Ciertamente, la palabra verdad es de uso tan generalizado que preguntarnos por ella puede parecer ridículo. De hecho a muchísima gente inteligente le parece absurdo hablar de verdad como algo más que adecuación lógica. Sin embargo, bajo la fachada de cotidianidad de considerar algo “verdadero” se esconde el problema de escepticismo moderno bajo otra guisa, una que a día de hoy nos hace posar la lupa sobre sus ramificaciones políticas y sociales.

    Es sumamente interesante la primera definición del término que nos ofrece el diccionario de la RAE: Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente. Ese cosas se acerca a lo que podríamos llamar verdad en mayúsculas: el orden de todo lo existente con independencia de nuestra perspectiva. Sin embargo, nos topamos aquí con un problema que nos es muy familiar en Filosofía: al no ser criaturas omniscientes ni tener posibilidad de serlo, no podemos llegar aprehender lo externo en su totalidad. De hecho, para más inri si bien la mayor parte de individuos pueden llegar a convenir esos conceptos de las cosas a un nivel elemental (Alto-bajo, frío-cálido, etc), también es cierto que las distintas culturas y una miríada de parámetros de socialización hacen que dos individuos puedan tener ideas distintas del mismo objeto, o que uno de ellos ni siquiera tenga esa idea porque nunca lo ha necesitado. Es decir: queda claro conceptualizamos, manipulamos y percibimos cosas, pero la totalidad nuestro mundo se nos escapa. Por muy bien que creamos conocerlo es imposible volverlo del completamente predecible incluso para la ciencia más estricta.

    Por ello muchas veces verdad ontológica queda reducida a un ideal que no es patrimonio de nadie, sencillamente es lo que hay. Así, quedamos por fuerza confinados en una definición cotidiana o meramente lingüística de verdad, que no será sencillamente la correspondencia de palabra y pensamiento con el mundo; sino con nuestra reconstrucción imperfecta del mismo. Por ejemplo, en muchas ocasiones se corona la explicación del paso del mito al logos con la superficial moralina de la sustitución de una patraña fantasiosa por una verdad científica definitiva. Si bien es cierto que el paso de la explicación de un determinado fenómeno con dioses y geniecillos a uno que prescinde de ellos es un gran avance no se trata ni mucho menos del fin del camino: ahí tenemos el ejemplo del modelo astronómico ptolemaico, basado en la observación de regularidades físicas y capaz de predicciones de lo más precisas; y sin embargo desbancado por uno muchísimo mejor que encima simplifica los cálculos. Lo relevante aquí para la verdad no es tanto el contenido como el método de aproximación, y sobre todo nuestra actitud al enfrentar los nuevos datos con nuestro poso de creencias.

    Ahora bien, llegados al callejón sin salida de la perspectiva comienzan a aparecer perversiones ingenuas o de plano malintencionadas. Aceptar que la realidad humana es siempre mediada es un acto de responsabilidad, pero dar el paso de decir que sólo existe ese medio -y por tanto puede ser alterado a placer- es saltar al vacío. Saber que nos relacionamos con las cosas que nos rodean mediante símbolos de las mismas es peligroso, porque a través de este mismo sistema también podemos manipular a las personas con las que compartimos lenguaje, haciendo que alteren su conducta de acuerdo a nuestro interés. Quizá el ejemplo más burdo es el de la mentira: decir algo que de plano no es, o que directamente es opuesto a lo que realmente hay. Sin embargo, hay formas mucho más sutiles de manipulación, que presentan lo existente de forma que desbarata el aparato simbólico de los demás en nuestro beneficio. Para ilustrar este punto con algo actual destacaremos el uso de términos como crecimiento negativo o desaceleración en vez de decrecimiento; crear conciencia en vez de adoctrinar; o discriminación positiva por segregación. Estos ejemplos se diferencian de los eufemismos tradicionales en que van más allá de la salvaguarda de los tabús una moral existente: a través del lenguaje pretenden alterar la realidad influyendo en las interacciones sociales más elementales, pero también en la investigación científica, el debate académico o la acción política.

    Por tanto, el gran problema al que nos enfrentamos en esta era que muchos han llamado de la posverdad no es el hecho de que se mienta; pues mentir se ha mentido siempre, y mucho. El núcleo de la cuestión no es la falsedad en sí, sino las medidas que tomamos a la hora de asegurarnos de que estamos en lo cierto y la responsabilidad que ello supone, especialmente en el ámbito del debate público. La posverdad no es más que desentenderse de los hechos en nombre del pragmatismo justificativo o el identitarismo. Como he dicho, en nuestra era abundan los malabares lingüísticos, tan comunes hasta el punto de que han hecho olvidar a muchos que si bien nuestra realidad es mediada, el mundo sigue existiendo ahí afuera y en última instancia sus fenómenos no son más que el extremo visible de la verdad ontológica.

    Aunque interactuemos con el mundo mediante aproximaciones imperfectas, la alteración del símbolo no implica un cambio en la realidad más allá de lo humano... y en el caso de lo humano, tan sólo en una diminuta parcela y por tiempo limitado. Tarde o temprano nos damos cuenta de que no se sostiene porque el mismo devenir parece revolverse contra de las falsedades que pretendemos entretejerle: uno puede hablar de desaceleración sólo hasta es que el estancamiento o la decadencia le hacen rugir las tripas, del mismo modo que uno puede negar la ley de la gravedad hasta que se queda sin dientes. Por tanto, trastocar intencionalmente el aparato simbólico de otros hasta volver el mundo irreconocible acaba repercutiendo negativamente en su capacidad para relacionarse con él. En otras palabras: la perspectiva se convierte sólo en discurso. En mi opinión, la única pauta viable para salir de la vorágine en la que nos hallamos sumidos es, en primer lugar fomentar una actitud crítica constante, que nos permita analizar si las palabras y los símbolos hacen justicia a los hechos y nuestra percepción de los mismos es mejorable. En segundo lugar, hay que tener siempre claro que la Verdad en mayúsculas es tan inalcanzable como ineludible. Es como hallarnos en en centro de un inmenso valle sin que nuestros ojos puedan percibir al mismo tiempo todos los picos nevados que nos rodean ni nuestros brazos abarcar al más pequeños de ellos, pero no por ello negamos la presencia de tales montañas.

    Al final, cada uno puede decir y tratar de creer lo que quiera, pero afirmar que el emperador lleva un espléndido jubón de aire no altera su desnudez ni en un milímetro.


Texto ampliado a partir del guión de una intervención en el Seminario Permanente de Filosofía del CDLIB en 2019.


La verdad y la piedad, de Pompeo Girolamo Batoni (1745)


Nosotros, los intelectuales


Quienes me conocen desde hace algún tiempo saben que en ciertos campos (sobre todo las artes) defiendo ideas elitistas, ya que creo que cada persona puede desarrollar sus habilidades de un modo radicalmente distinto al de sus congéneres. Por eso considero que cuando determinados temas se ponen sobre la mesa la voz de los más experimentados o quienes han cultivado sus talentos y sensibilidades deberían tener más peso que el de alguien que simplemente pasa por ahí. Sin embargo, desde hace unos años también he aprendido a aborrecer con más intensidad la cantinela de "𝑛𝑜𝑠𝑜𝑡𝑟𝑜𝑠, 𝑙𝑜𝑠 𝑖𝑛𝑡𝑒𝑙𝑒𝑐𝑡𝑢𝑎𝑙𝑒𝑠". Esa es la gran tentación de pensadores de todo pelaje que, queramos reconocerlo o no, han sido instigadores de muchas desgracias que han azotado al mundo en los últimos cuatro siglos. Su pecado original no ha sido otro que desprenderse de la humildad, la más excelsa de las virtudes filosóficas, y erigirse en frías efigies de mármol cuya mano derecha dice velar por el hombre común mientras la izquierda, oculta a la espalda, gesticula con asco cuando se acercan a pedir limosna. Gran parte de los pecados de la Modernidad se deben a este tipo de individuos, ya que en el fondo de todo discurso progresista, (independientemente de la época o el color político) se esconde la idea de forzar el nacimiento de alguna variante del “Nuevo Hombre”... algo que además de ser imposible, suele implicar señalar a otros como lastres que impiden que de la noche a la mañana nos convirtamos en semidioses dorados. Con esto quiero decir que el problema del progresismo es que trata de moldear al mundo para que se adapte a universales que sólo existen en la mente de sus adeptos y por tanto no concibe la posibilidad de que alguien pueda rechazar sus tesis de forma racional. Esto hace que todo intento de lograr un compromiso de “vive y deja vivir” sea imposible y tarde o temprano, cuando hayan acumulado el poder suficiente, volverán a llamar a la puerta para obligarte a postrarte, quitártelo todo o eliminarte de su bonita ecuación.

    El mejor consejo que puedo dar para prevenir la influencia de dicha cosmovisión desde la cotidianidad es no fiarse nunca de nadie que no sepa trabajar con las manos. Recordemos que aquello que los romanos llamaban 𝑎𝑢𝑐𝑡𝑜𝑟𝑖𝑡𝑎𝑠 y asociaban al poder de asesoría o legitimación del Senado originalmente (también en la hélade que vio nacer a tantos cerebros barbados) provenía del prestigio de quien podía demostrar su maestría en un oficio. En la escala a la que me estoy refiriendo aquí no tiene que ser necesariamente un oficio manual: tomarse en serio una afición compleja es suficiente para no perder el contacto con esos orígenes ligados a la práctica. La cuestión es que hace falta saber operar en el mundo de los objetos tangibles, porque en él puedes pillarte los dedos o las cosas pueden salir mal tantas veces y de formas tan evidentes que acabas desarrollando algo de sentido común solo para no tener que volver a comenzar desde cero a la mínima que te descuidas.  Es una lección imprescindible, porque en la constelación de las ideas es demasiado fácil señalar al cruel destino, decir que es culpa de otros o negar la derrota. Si alguien que no ha operado lo suficiente en la corporalidad de repente se pone a dar órdenes que afectan a otros, el fracaso y la falta de aprendizaje sobre el mismo están más que garantizados.

"Tan grande fue el poder de la voz de Saruman en este último esfuerzo que ninguno de los que escuchaban permaneció impasible. Pero esta vez el sortilegio era de una naturaleza muy diferente. Estaban oyendo el tierno reproche de un rey bondadoso a un ministro equivocado aunque muy querido. Pero se sentían excluidos, como si escucharan detrás de una puerta palabras que no les estaban destinadas: niños malcriados o sirvientes estúpidos que oían a hurtadillas las conversaciones ininteligibles de los mayores, y se preguntaban inquietos de qué modo podrían afectarlos. Los dos interlocutores estaban hechos de una materia más noble: eran venerables y sabios. Una alianza entre ellos parecía inevitable. Gandalf subiría a la torre, a discutir en las altas estancias de Orthanc problemas profundos, incomprensibles para ellos. Las puertas se cerrarían y ellos quedarían fuera, esperando a que vinieran a imponerles una tarea o un castigo. Hasta en la mente de Théoden apareció el pensamiento, como la sombra de una duda: «Nos traicionará, nos abandonará... y nada ya podrá salvarnos.»

De pronto Gandalf se echó a reír. Las fantasías se disiparon como una nubecilla de humo"

Las Dos Torres, libro I 

 

"Saruman, tu vara está quebrada"

viernes, 22 de abril de 2022

Al César lo que es del César

 Pese a lo mucho que critico por aquí algunos aspectos culturales del mundo anglosajón, lo cierto es que hay una cosa que de la deberíamos tomar ejemplo en el resto de Occidente: ellos han conservado y codificado para la posteridad aspectos clave del derecho natural que nosotros hemos olvidado o abiertamente despreciamos. Los sistemas basados en la Common Law inglesa son infinitamente superiores a los de raíz continental o afrancesada porque parten de la noción clave de que el ser humano es libre por naturaleza, y por tanto la ley tiene el doble cometido de decir al ciudadano lo que no puede hacer (para hacer posible la vida social) y servir de contrapeso limitando la intromisión estatal en la vida privada (para eso sirven los derechos). En otras palabras: la tradición anglosajona contiene un sano escepticismo frente al poder que al mismo tiempo permite relacionarse con él de una forma mucho más madura que otras tradiciones. Se trata de un sustrato cultural que facilita el análisis crítico de la influencia de voluntades ajenas sobre nuestras vidas.

    Como ya escribí en otra ocasión, la definición más genérica de poder no tiene que ver inmediatamente con el Estado ni el sometimiento del otro, aunque a la larga siempre tienda a ello. En origen, el poder es la capacidad que tiene el individuo de proyectar su voluntad en el mundo y así transformar o reconducir la realidad según su parecer: cuando nos comemos una manzana o movemos una silla en cierto modo estamos ejerciendo poder. No hace falta atar muchos cabos para ver la relación de esto con la libertad, el conocimiento y las promesas dulzonas serpiente del Génesis. Baste decir que los problemas comienzan cuando (directamente o por ramificaciones insospechadas) nuestra esfera de influencia se topa con la de otras personas de cuyo contacto, como animales sociales que somos, no podemos renegar. Como adelantaron Locke o Hobbes, para que la vida social sea posible todos debemos ceder una parte de nuestra libertad originaria. Por eso idealmente el marco normativo de una sociedad consiste en estipular qué líneas no pueden traspasarse.  En cambio, en el Viejo Continente se ha caído en una aberrante inversión: creemos que lo normal es que el Estado nos provea de una limitadísima carta de derechos o conductas aceptables, y a cambio le entregamos la potestad para decidir caprichosamente cualquier otro aspecto de nuestras vidas.

miércoles, 26 de mayo de 2021

Indultos y razón de estado

Nicolás Maquiavelo meditando sobre si es mejor la salsa pesto o la boloñesa

Al presidente del gobierno deberían recordarle que si existe la ley es precisamente para que las cosas se decidan por parámetros ajenos a la venganza. Y aún así, tras la moción de censura, Sánchez estiró el chicle para que la espada de la justicia no diera de lleno en el blanco y saliera lo que todos sabemos que sucedió: una rebelión. La tesis de la ensoñación no se sostiene por ningún sitio, pero convengan conmigo que pese a no estar de acuerdo debemos acatar lo que dice la sentencia. Como dijo Tolkien en el Silmarillion: quienes defienden el orden frente a la rebelión no deben rebelarse ellos mismos.

    Aquí los únicos que tienen ganas de venganza son los que arrastran un complejo de inferioridad por procesos que se iniciaron hace cinco siglos. No se engañen: antes de que llegara la dictadura franquista las tesis principales del nacionalismo catalán ya existían: y eso que desde la muerte del despotillo no han hecho más que ganar en derechos. Con los líderes catalanes no hay que jugar a nada,  no hay que pasarse de listo, no hay que ir de adulto indulgente frente a unos niños irreverentes. No hay que darles "indultos estratégicos" ni nada parecido porque ellos por propia voluntad violaron la Carta Magna, dijeron que cuando puedan lo volverán a hacer y se metieron en aguas donde ha de prevalecer la RAZÓN DE ESTADO.

    Ya saben ustedes que como liberal tengo mis remilgos con esta cuestión en particular. Evidentemente los derechos de los ciudadanos son inalienables, y especifico esta obviedad porque no deseo añadir más interpretaciones maliciosas a mi hoja de servicio. Por tanto, deberemos clarificar dónde se cruzan  dos aspectos aparentemente irreconciliables de la dimensión social del hombre: por una parte tenemos los derechos individuales, como el derecho a un juicio justo, el de expresión o el de asociación...Y por otro la necesidad de preservar el Estado.

    Tradicionalmente estos dos aspectos se han visto como opuestos, y de hecho tal división sigue siendo más que válida en nuestro días. Pero en este caso en concreto creo que desde una óptica liberal (clásica) tal conflicto puede disolverse si partimos de la pregunta correcta: ¿Qué debe hacer el Estado para que valga la pena preservarlo?

    La respuesta es simple: al Estado hay que preservarlo si es legítimo. Y es legítimo cuando respeta y hace respetar la ley, comenzando por la Carta Magna. Y desde un punto de vista occidental será aún más legítimo si dichas leyes amparan al ciudadano garantizando la coexistencia pacífica en base a sus derechos. En otras palabras: las democracia liberales, con todos sus errores, se legitiman sobre la base de garantizar un marco de tolerancia donde en vez tirarnos de los pelos podemos convivir aun pensando distinto. Y en España no existen leyes a perpetuidad: todas pueden cambiarse con los adecuados procedimientos para adaptarlas al sentir de la mayoría. 

    Por tanto, ya podemos ver la convergencia de ambos caminos en la cuestión de los políticos catalanes. Estado y derecho van de la mano porque los gerifaltes del procés se saltaron la legalidad a la torera, hicieron que la ciudadanía se alzara por una causa ilegítima y además de engañarlos les robaron a manos llenas antes de enviarlos a recibir los porrazos que deberían haber recibido ellos mismos ¡a veces incluso enviaron a los mossos a ablandarles los sesos y después dieron las gracias a los bobos que acudieron al zurradero! Me extraña que aún no se les haya ocurrido cobrar entrada o poner un impuesto sobre el porrazo.

    Los partidos independentistas y asociaciones como Omnium han abierto una sima insalvable en la sociedad y volado por los aires el marco de tolerancia del que hablábamos arriba. De hecho, el presidente catalán rechazó en dos ocasiones acudir a las Cortes a debatir sobre la cuestión. Muchos olvidan también que los catalanes desde los albores de nuestra democracia han tenido derecho a fundar partidos independentistas y hablar de lo que quieran sin trabas. Han ganado elecciones autonómicas y pactado con gobiernos nacionales desde 1978. El "procés" independentista comenzó con la mezcla explosiva de una alta burguesía y población rural abiertamente supremacistas, la crisis económica de 2008 y unos urbanitas a los que Artur Mas mintió para que creyeran que España les robaba cuando en realidad lo hacían él, sus compinches y también sus "molt honorables" predecesores.

    No es ya el mensaje interno y la consabida inestabilidad que un indulto podría acarrear para  nuestra nación, es que desde el principio del procés gran parte de la sociedad catalana ha querido minar la posición de España en el mundo. Es más allá de nuestras fronteras donde la Razón de Estado gana el peso supremo ¿Qué clase de mensaje estamos dando a nuestros rivales en el vecindario global? ¿Que somos un Estado débil en manos de un presidente narcisista, que hace lo que sea para salvar el cuello? ¿Que los indultamos porque sabemos que algo hicimos mal? ¿Que por tanto Bélgica tenía razón al acoger a nuestros enemigos, algunos de ellos terroristas, desde hace décadas? ¿Que un nación europea soberana está con el agua al cuello por culpa de cuatro provincianos de una taifa díscola?

    A día de hoy siguen diciendo que lo volverán a hacer y siguen distorsionando nuestra ya de por sí precaria posición intenacional. Si la España que se hace llamar progresista los indulta lo que hará será probarnos como un país de segunda en el que aún se espera la llegada de la Modernidad. Los indultos son un escandaloso resquicio del absolutismo, y el único acto digno que podría hacerse al respecto es que el Rey, la única persona que dio la talla en 2017, se negara a firmarlos. Sánchez es un egocéntrico irresponsable que no estará para siempre en el poder, pero la monarquía seguirá ahí: si el rey sabe lo que le conviene hará lo posible para evitar que un sociópata con corbata cause daños permanentes. Porque los jueces son intimidables, pero la alternativa para Felipe VI es ser más rehén de lo que actualmente es.


domingo, 7 de marzo de 2021

El elefante, Dios y los liberales

Por si alguien no se ha dado cuenta, en este blog Jonathan Pageau y Jordan Peterson a veces actúan de elefantes silentes en la esquina. El primero es un tallador de iconos ortodoxos aficionado al simbolismo... y respecto al segundo, no conocerlo es sinónimo de haber estado viviendo bajo una piedra durante la última década. En su día hablar de Peterson levantaba pasiones en la esfera mediática, y su reciente regreso a la palestra ha resucitado la polémica sobre su discurso. Sea como fuere, recomiendo suscribirse a sendos canales de youtube porque suelen tratar temas interesantes, se esté de acuerdo con sus propietarios o no.

    He escogido este momento para hablar de la figura de Peterson porque, tras una larga convalecencia y unos años en los que muchos hemos echado en falta sus opiniones sobre actualidad, ha vuelto a hacer un podcast con Pageau, y lo que resulta de dichos encuentros suele ser de lo más interesante. Baste decir que en 2018 hicieron un vídeo sobre la metafísica de Pepe. Sí, me refiero a la rana. Pero no nos desviemos del tema: en el reciente podcast hay un momento en que cualquier individuo que conozca los padecimientos recientes de Peterson y se haya planteado seriamente la cuestión de la relación religión-filosofía se ha de estremecer. Ese momento, combinado con un artículo que acabo de leer, es lo que me ha empujado a escribir esta entrada.

Los iniciados entenderán la referencia


No sorprenderá a nadie la afirmación de que los medios suelen recurrir a hombres de paja para hablar de Peterson. Y los medios españoles no iban a ser una excepción. La suspicacia detrás de dichas falacias la presenta explícitamente Elena Alfaro en su reciente artículo de Vozpópuli: ella y otros informadores padecen una extraña dolencia, caracterizada por un irracional temor a dar apoyo intelectual a la extrema derecha si no tiran una o dos piedras al doctor canadiense. Me cuesta creer que alguien que haya leído su libro o visto una de sus intervenciones pueda decir que Peterson es un gurú de alguna clase de extremismo. Por mi parte comparto las habituales críticas de que a su best seller le falta finura filosófica o que su uso generalista del término posmoderno es incorrecto, pero relacionarlo de alguna forma con el conservadurismo extremo o el fascismo es haberlo entendido todo al revés o ser un vil mentiroso. Por otra parte está el desprecio de la intelectualidad a sus escritos, ya que para muchos es poco más que un gurú medio astrólogo que juega a ser científico.

    ¿Pero de veras podemos llamar a su trabajo autoayuda? Desde luego, aunque visto el panorama social en la juventud no creo que podamos permitirnos el lujo de despreciar esos formatos de fácil acceso ¿Podemos afirmar también que todas sus afirmaciones son científicas? No, aunque él tampoco lo dice en ningún momento, ni está vendiendo su trabajo como un tratado positivista.

    Peterson sencillamente muestra a su audiencia un gran cuento -o una parábola si se prefiere- para introducirla de forma sencilla en un gran relato que está por todas partes y que sin embargo se escapa a cualquier encorsetamiento verbal. Está haciendo un trabajo que normalmente se encontraba reservado a padres y abuelos.

    Que este hombre sea mentado como intelectual útil para tiranías o populismos de cualquier clase es demasiado para cualquiera que conozca sus opiniones. Donde esto se ve de forma más clara no es en las presentaciones para profanos sino en grabaciones de sus lecciones en la universidad (Sobre todo Maps of Meaning). No ya porque normalmente bucea en los orígenes del totalitarismo y trata de prevenir la deshumanización que conlleva, sino porque cualquier espectador que ponga algo de atención puede ver que constantemente se está marcando unos límites nada fáciles en su discurso ¿Vamos a alegar acaso que sus lágrimas en el podcast son algún tipo de montaje? ¿Quién puede quedarse indiferente ante lo que dice en ese preciso momento? Peterson es el primero que toma responsabilidad por sus palabras, y aunque muchos hayan encontrado en sus libros un camino a la religiosidad, él mismo no atraviesa ese umbral. No afirma la existencia de Dios porque sabe que una vez aceptadas ciertas cuestiones de fe es extremadamente difícil establecer los límites del comportamiento justificable. Quizá Peterson hable de religiosidad, pero sigue siendo escéptico en sus afirmaciones porque conoce las consecuencias de una fe desbocada ¿Acaso no es ese también un punto esencial de su crítica al identitarismo moderno?

    Como amateur del simbolismo y graduado en filosofía puedo entender perfectamente la agonía de tener que lidiar con que muchas cosas van mejor si se vive aceptando cierta realidad narrativa... pero al mismo tiempo no poder aceptar la literalidad de su primer principio por los peligros que ello conllevaría para uno mismo y para los demás. Si el filósofo ya es un funambulista la mayor parte del tiempo, quien bucea en las profundidades narrativo-simbólicas en busca del Sentido es prácticamente un kamikaze. Lo que no puedo ni quiero imaginar es qué nivel de tensión ha tenido que acumular el doctor Peterson por ser todo esto y además un ídolo de masas que transmite esas ideas a un público que lo trata de figura paterna. Por no hablar del efecto de dichas cuestiones espirituales en su reciente convalecencia, enfermedad que sus muchos enemigos han explotado de un modo completamente rastrero y deshonroso durante los últimos meses.

    Como he adelantado, el artículo de Alfaro es uno de los motivos que me han impulsado a posicionarme sobre lo que Peterson representa. No ha sido leer el artículo en sí, sino verlo compartido y alabado por políticos supuestamente liberales. No es la primera vez que veo esta clase de discurso en políticos del establishment, que también han pasado por el aro de criticar a los youtubers que se van a Andorra y otros tantos tópicos que uno esperaría ver en boca del visir de Chávez

    ¿Qué demonios les pasa a los liberales españoles cuando se asientan en el poder? ¿Acaso vuelven trastornados de sus viajes a Bruselas? ¿Tan socialdemocratizados están que alguien que promueve la responsabilidad individual, el pensamiento crítico, el escepticismo y el sentido común les parece un peligroso extremista?

Enlace al Podcast: https://www.youtube.com/watch?v=2rAqVmZwqZM