Algún día se hablará del daño que han hecho las personalidades y colectivos escépticos o cientificistas (que no científicos) con sus aires de superioridad y arrogancia. Yo mismo participé de eso en su día.
El punto de partida del buen escéptico debería ser la humildad filosófica. Sólo a través de ella uno puede descender al sustrato de creencias que constituye el cimiento de todo saber. Porque el verdadero conocimiento es más que creencia (es método, es crítica) pero se asienta sobre ella. Saber algo implica creerlo: no podemos saber que una manzana es roja y al mismo tiempo creerla azul. Sin aceptar esta verdad fundamental hacer pedagogía se vuelve imposible y además se genera una estética repelente que va en detrimento de la causa que es defendida.
De hecho, si ignoramos esto no solo corremos el riesgo de caer en el dogmatismo, sino contagiar a cualquier observador impulsivo. Un breve vistazo a nuestra sociedad es suficiente para constatar que no hace falta ser religioso para ser un zelote, de hecho en estos tiempos quienes adoptan las formas y el supremacismo de algunos escépticos pero no el mecanismo de fondo superan con creces a los ultraconservadores.
Pero bueno, sigan ustedes recitando listas de falacias a ver si cambia algo.
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