jueves, 2 de marzo de 2023

Mil y una máscaras

Siempre me han parecido interesantes las máscaras que el mal puede llegar a vestir para envolver poco a poco a las personas, hasta que escapar es prácticamente imposible . Por ejemplo, en Baleares y en otras autonomías con movimientos nativistas es muy complicado que alguien que no haya tenido un encontronazo lo suficientemente desagradable reconozca que existe un problema y que en el fondo la sociedad mallorquina está siendo tremendamente excluyente. Por mucho que pisen sus derechos cada día o vean injusticias acaban quitando hierro a todo, hasta el punto que no basta con señalar obviedades para convencerlos de que algo funciona mal. Hay que tener la pacienciade invertir un buen rato (hasta horas) en sentarse a desmenuzar mil ejemplos para que una sola persona abducida por la cultura de "lo nostro" abra un poquito los ojos.

    Con el tiempo me he acabado convenciendo de que lo que mantiene en pie esta fantasmagoría es una simple cuestión de imagen. El miedo a la represalia y el deseo de trepar a toda costa desde luego están ahí, pero tampoco debemos sobredimensionarlos*. El statu quo nacionalista no sigue en pie por sus dirigentes en la clase política y sus colaboradores en el funcionariado o el activismo, sino porque subrepticiamente hace del ciudadano bienintencionado el principal cómplice. Y esto es posible por muchos factores, pero sobre todo porque saben crear la imagen apropiada: una estética del bien adaptada a las tendencias actuales. Por eso aunque las habituales comparaciones del nacionalismo catalán o vasco con el fascismo son pertinentes (la conexión histórica está ahí) también son contraproducentes ante un público amansado y convenientemente poco educado en dichas cuestiones.

    Ahora los nacionalismos periféricos ya no recurren a botas altas, brazos en alto y otros males conocidos; sino que copian la parafernalia de los movimientos por los derechos civiles, anticoloniales y reivindicativos modernos: envuelven los discursos más rancios en banderas de arcoíris, cosmopolitismo y dibujitos redondeados de aspecto inofensivo. Ya no se los ve midiendo cráneos, sino que ocultan el aguijón  envenenado bajo fiestas populares, imágenes nostálgicas de la infancia y las recetas de la abuela. Por eso aunque el crítico señale la obvia desnudez del emperador es tan complicado rehabilitar a quienes caído en su redes, personas que en cualquier otro contexto alzarían la voz ante una injusticia. A base de saturarlo todo con su ideología, los nacionalistas los han condicionado para que no sepan distinguir las frontera entre su moralidad, el folclore local  y un discurso político perverso. 

    En resumen: el mayor desafío no son los voceros ruidosos, sino el teatro de sombras chinescas que las instituciones secuestradas por nacionalistas han creado con tanto esmero. Hasta que ese sistema sea desmantelado lo tendrán muy fácil para seguir presentando al agresor como víctima y viceversa.



*aunque me guste ladrar y me oponga frontalmente al idealismo igenuo no creo que la mayoría de gente sea malvada o solo mire por sus intereses. El problema es que las buenas intenciones no se traducen necesariamente en buenas acciones y además el deseo de hacer el bien  de unos puede ser manipulado por los perversos para lograr sus fines.

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo con el problema de la sociedad mallorquina y su carácter excluyente. No entiendo a qué viene este carácter, si es porque vivimos en una isla pequeñita y hemos estado aislados mucho tiempo (o mejor dicho, nuestros antepasados y por tanto, la sociedad que han creado), o si una vez más es consecuencia de la poderosa herramienta de "sentimiento nacional" que se empezó a cultivar en el siglo XIX (o mejor dicho, que caló en el resto de la sociedad y no se limitaba a una cuestión militar como antes, que "se luchaba en nombre del rey y del reino" mientras los campesinos y artesanos seguían con sus tareas), que claramente no solo se aplica en el amor por la nación, sino también en grupos más pequeños, como el sentimiento de unidad dentro de una isla pequeña como Mallorca o cualquier otra de las islas españolas.

    En cuanto a la gente que hace oídos sordos a los problemas presentes, veo que va mucho más allá de la insularidad. Actualmente veo que mucha gente se deja guiar más por impresiones y sentimientos antes que pararse a analizar los problemas y pensar en soluciones más factibles, aunque los resultados no se hagan evidentes hasta bastante tiempo después y de forma bastante dispersa; y de hecho los políticos se aprovechan de esta faceta sentimentalista e impulsiva de la gente.

    ResponderEliminar