Las ideologías derivadas de la Ilustración tienen un problema a la hora de conceptualizar la Modernidad.
En teoría es una avenida hacia la libertad dentro de un marco de mínimos. Se supone que a partir de dicho orden cada individuo desplegará libremente su potencial y, en consecuencia, los grupos humanos se volverán mucho más heterogéneos. Sin embargo, por mucho que asociemos la Modernidad a la ciencia y el orden, lo cierto es que en el siglo XXI es imposible negar que esta se ha probado como una fuerza profundamente entrópica. En la cultura popular se asocia dicha palabra a imágenes de caos y destrucción , dejando de lado un aspecto fundamental: a medida que la entropía se asienta en un sistema sus divisiones internas se desdibujan. Es decir, se vuelve más homogéneo.
Es imposible fijarse en el mundo globalizado o las tensiones presentes en tantos países de nuestra órbita (sospechosamente parecidas entre sí) y negar que esté sucediendo precisamente eso. Nos enorgullecemos de tolerar más divergencias respecto a lo normativo en tiempos de nuestros abuelos, sin entender que estamos peleando con monstruos imaginarios: hace décadas que ese mundo desapareció. Pero eso no significa que haya muerto la normatividad: aunque supuestamente tengamos más margen de maniobra, usamos esa libertad para llevar vidas de lo más uniformes. Si no existiera una norma nuestra cultura no podría haberse vuelto tan sarcástica.
Cada día es más evidente que la pescadilla se muerde la cola y nos encontramos en el final de una era. Esta es la raíz de la polarización que se ha adueñado de Occidente: quienes ostentan el cetro se niegan a aceptar que el pozo de las ideas se ha secado y es la hora de mirar las cosas desde otra perspectiva, quizá una más próxima al hombre de a pie. Con esto no voy a ser equidistante: desde hace mucho la pelota está en el tejado de las fuerzas e instituciones que se autodenominan progresistas. A día de hoy representan el elitismo, el clasismo y el inmovilismo mucho más que los conservadores más recalcitrantes. No puede ser que se asusten cuando cada vez más ciudadanos deciden irse al campo de individuos como Trump pero que su única explicación sea que se trata de paletos fascistas ¡Si la gente se decanta por eso es que algo malo habrán hecho quienes llevan las riendas, digo yo!
En fin. Insisto en que nos encontramos al final de una era, o mejor dicho: el convulso nacimiento de un tiempo nuevo. Si las clases gobernantes y el establishment cultural se niegan a aceptarlo, tarde o temprano acabarán totalmente desplazados. No hay vuelta atrás, y cuanto más nos resistamos a aceptar esta realidad más agitada será la transición y peores las alternativas.
No obstante… es un nuevo comienzo. La promesa de volver a ver el mundo con los ojos inocentes de un niño debería ser suficiente para que aceptemos las privaciones del camino. Cuanto antes nos pongamos las botas y salgamos, mejor.