lunes, 13 de marzo de 2023

Hable bien, señor aventurero

Uno de los problemas que enfrenta el lector de fantasía moderno son las malas traducciones en sus títulos preferidos. Esto es hasta cierto punto disculpable teniendo en cuenta que los traductores generalmente no son expertos en Historia (madre de toda fantasía) tema que por desgracia tampoco cala demasiado entre el gran público. Sin embargo el problema es que en vez de identificar el error y cambiar de rumbo llevamos medio siglo levantando un edificio de términos mal usados: como la fantasía anglosajona domina el mercado, los autores en lengua española de ambos hemisferios beben de esos errores toda su vida y muchas veces los acaban incorporando a sus trabajos.

    Por eso he decidido hacer una entrada con dos errores que me llaman la atención por ser tan comunes en novelas, rol de mesa y videojuegos: buckler traducido como rodela y rapier como estoque.

Esgrimistas del siglo XVI con espada y broquel

    El término correcto en español para buckler es no es rodela, sino broquel. Un broquel es un escudo de pequeño tamaño, generalmente redondo y hecho completamente de metal, aunque también los había con partes de madera. Los broqueles "clásicos" suelen tener una cazoleta central hueca que albergaba la mano y podía usarse para golpear al enemigo, sobre todo si la remataba un pincho. Aunque se usaron en el campo de batalla, culturalmente se los ha acabado asociando en exclusiva a los duelistas o a los practicantes de esgrima. Por eso el término en inglés también da nombre a uno de los arquetipos de aventurero más extendidos: el swashbuckler (lit. "avientabroqueles"), lo que en Español llamaríamos héroe de capa y espada o un sinfín de términos picarescos igualmente válidos.


Por contra, una rodela es un escudo redondo u ovalado, pero a diferencia del broquel iba embrazado, es decir, fijado con correas. Por su tamaño mediano podríamos considerarlos "escudos propiamente dichos". Sus dimensiones hacían que fueran protecciones efectivas contra proyectiles y, de hecho, en el Renacimiento llegaron a fabricarse rodelas a prueba de bala, muy útiles en asedios. Por motivos obvios en sus correrías urbanas un swashbuckler histórico o fantasioso no llevaría una rodela, ya que es un arma de guerra aparatosa y difícil de justificar ante las autoridades.

La rodela tuvo más relevancia histórica de lo que normalmente se le atribuye. El empleo de rodelero propiamente dicho desapareció en el siglo XVI, pero eso no significa que tan peculiar escudo se dejara de usar: más bien lo contrario. Hasta que el mosquete de chispa desbancó a la pica en los campos de batalla europeos, la rodela se consideró un arma de especialista excelente para el asalto en brechas, abordajes o para soldados de infantería que actuaban en grupos desgajados del escuadrón de piqueros. También tenía connotaciones de rango, y muchos oficiales españoles tenían un paje (a veces llamado paje de rodela) que se encargaba de transportarla junto con las armas que su maestro no estaba empuñando.

Piquero y rodelero de principios del siglo XVII

Por otra parte, "rapier" hace referencia a una espada de hoja larga y fina, a la que solemos asociar con las típicas guarniciones de lazo o a la cazoleta de las películas de mosqueteros. Es decir: a una espada ropera, y a veces incluso a sus primas punta y corte que veríamos en un contexto militar. Los términos aquí son algo confusos, porque en castellano actualmente veces se llama "estoque" a esas armas, pero para evitar líos baste decir que un estoque en su sentido original no es lo que daríamos al ágil matasiete, sino a un caballero hecho y derecho, especialmente para pelear contra villanos enlatados. Se trataba de un arma más de punta que de tajo, tan diseñada para perforar que generalmente sólo estaba afilado el final de la hoja. Aunque el estoque a todas luces es una espada de doble puño, lo cierto es que también podía usarse como si fuera una lanza corta, emulando así otras armas de caballero desmontado como el hacha de petos. Por su particular diseño también era útil como una versión más grande de la daga que los hombres de armas usaban para rematar a adversarios aturdidos o derribados.

El tipo de la izquierda lleva un estoque. Nótese el pomo rematado de pinchos,
una adición habitual en la representaciones de esta arma.

Más caballeros con estoque. En este caso llevan falsaguardas para proteger
la mano adelantada.



jueves, 2 de marzo de 2023

Mil y una máscaras

Siempre me han parecido interesantes las máscaras que el mal puede llegar a vestir para envolver poco a poco a las personas, hasta que escapar es prácticamente imposible . Por ejemplo, en Baleares y en otras autonomías con movimientos nativistas es muy complicado que alguien que no haya tenido un encontronazo lo suficientemente desagradable reconozca que existe un problema y que en el fondo la sociedad mallorquina está siendo tremendamente excluyente. Por mucho que pisen sus derechos cada día o vean injusticias acaban quitando hierro a todo, hasta el punto que no basta con señalar obviedades para convencerlos de que algo funciona mal. Hay que tener la pacienciade invertir un buen rato (hasta horas) en sentarse a desmenuzar mil ejemplos para que una sola persona abducida por la cultura de "lo nostro" abra un poquito los ojos.

    Con el tiempo me he acabado convenciendo de que lo que mantiene en pie esta fantasmagoría es una simple cuestión de imagen. El miedo a la represalia y el deseo de trepar a toda costa desde luego están ahí, pero tampoco debemos sobredimensionarlos*. El statu quo nacionalista no sigue en pie por sus dirigentes en la clase política y sus colaboradores en el funcionariado o el activismo, sino porque subrepticiamente hace del ciudadano bienintencionado el principal cómplice. Y esto es posible por muchos factores, pero sobre todo porque saben crear la imagen apropiada: una estética del bien adaptada a las tendencias actuales. Por eso aunque las habituales comparaciones del nacionalismo catalán o vasco con el fascismo son pertinentes (la conexión histórica está ahí) también son contraproducentes ante un público amansado y convenientemente poco educado en dichas cuestiones.

    Ahora los nacionalismos periféricos ya no recurren a botas altas, brazos en alto y otros males conocidos; sino que copian la parafernalia de los movimientos por los derechos civiles, anticoloniales y reivindicativos modernos: envuelven los discursos más rancios en banderas de arcoíris, cosmopolitismo y dibujitos redondeados de aspecto inofensivo. Ya no se los ve midiendo cráneos, sino que ocultan el aguijón  envenenado bajo fiestas populares, imágenes nostálgicas de la infancia y las recetas de la abuela. Por eso aunque el crítico señale la obvia desnudez del emperador es tan complicado rehabilitar a quienes caído en su redes, personas que en cualquier otro contexto alzarían la voz ante una injusticia. A base de saturarlo todo con su ideología, los nacionalistas los han condicionado para que no sepan distinguir las frontera entre su moralidad, el folclore local  y un discurso político perverso. 

    En resumen: el mayor desafío no son los voceros ruidosos, sino el teatro de sombras chinescas que las instituciones secuestradas por nacionalistas han creado con tanto esmero. Hasta que ese sistema sea desmantelado lo tendrán muy fácil para seguir presentando al agresor como víctima y viceversa.



*aunque me guste ladrar y me oponga frontalmente al idealismo igenuo no creo que la mayoría de gente sea malvada o solo mire por sus intereses. El problema es que las buenas intenciones no se traducen necesariamente en buenas acciones y además el deseo de hacer el bien  de unos puede ser manipulado por los perversos para lograr sus fines.