domingo, 12 de julio de 2020

Enkidu y la inocencia perdida

Lo que algunos no entienden en esta época de puritanos digitales es que la civilización siempre lleva consigo la gran tragedia del hombre, originada en la pérdida de la inocencia: la realización de que provenimos del mismo reino que los gatos o las hiedras, pero nuestra conciencia humana hace que tengamos la sensación de que no encajamos en él, es decir, que estamos contaminados. Este mismo distanciamiento se extiende a cualquier estado que consideremos originario, y el mejor ejemplo de ello es la perspectiva que muchos tenemos de la infancia. Quizá algunos conservemos la ilusión que otras personas desecharon, pero tenemos claro que no volveremos a ser niños jamás. Cuando uno se percata de ello es una revelación dramática, y sin embargo al cabo de un tiempo acepta que no es un hecho bueno ni malo, sino que sencillamente es ley de vida. Aunque de súbito el mundo se vuelva complejo y los significados se amontonen o contradigan,  más allá de este abismo hay grandes maravillas por descubrir.
    A lo largo de los milenios la transición se ha representado de muchas formas, pero casi siempre tiene elementos comunes, como el descubrimiento del Otro y la aparición de una Razón que nos aleja del mundo primigenio. Por todos es conocida la historia de Adán, aunque a título personal prefiero historias donde aparece este tema sin ser mitos de creación, sino de integración de un individuo externo en algo existente. De estas, destaco la historia inicial de Enkidu en la epopeya de Gilgamesh, la obra épica más antigua que conocemos.
"Cuando se hubo saciado de sus encantos
Dirigió su mirada a su rebaño.
Las gacelas vieron a Enkidu y comenzaron a correr,
Las bestias del campo se alejaron de su presencia.
Enkidu estaba debilitado, no podía correr como antes,
pero ahora tenía razón y un amplio entendimiento"
    Explicando este fragmento de forma breve, Enkidu es un hombre bestial creado por los dioses para causar problemas a Gilgamesh, rey de Uruk, como castigo por sus excesos. Cuando llega al mundo , Enkidu vive en armonía con las bestias, como un animal más, y las protege rompiendo los cepos tendidos por los humanos. Los cazadores, alarmados, van a Uruk a pedir ayuda al rey, que en respuesta envía a la hieródula Shamhat. Durante seis días y siete noches el salvaje yace con la prostituta sagrada, sin darse cuenta de que con ello sus impulsos acaban sometidos a la civilización... hasta que ve que el precio del habla y la razón es haber dejado de ser un animal más. Se trata de algo similar a lo que sucede con la hechicera Medea en la mitología griega, que después de traicionar a los de su sangre por amor a Jasón, regresa a la hélade junto a los argonautas pero se da cuenta de que el mundo natural ya no le habla como lo hacía antes.
Maravillosa ilustración de Rebecca Yanovskaya


    Regresando a la epopeya acadia, Enkidu es convencido de abandonar el páramo por Shamhat y juntos se dirigen a la ciudad para casarse. Ahí, el rey trata de reclamar su derecho de pernada, pero Enkidu se opone y tras una lucha de épicas proporciones él y Gilgamesh se vuelven grandes amigos y compañeros de aventuras. El hombre salvaje no volverá a ser el mismo jamás, y sin embargo por el camino ha descubierto un nuevo mundo.
Evidentemente contar esta historia hoy día es escandaloso y casi delictivo.
    No aceptar la transición y querer volver a una era de inocencia total resulta patológico, y de hecho ahí se origina la crisis que atraviesa ahora nuestra cultura. Todos estos niñatos justicieros de EEUU y sus adláteres europeos quieren traer una especie de reino de Dios en la Tierra: siguiendo los pasos de Calvino quieren que el ser humano de a cada cosa su uso natural, es decir, seguir la finalidad según la cual ha sido creada... ¡como si pudieran conocerla! Al ser administradores directos de la verdad en mayúscula (lo que hace cinco siglos considerarían divino) cualquier orden humano resulta ilegítimo a sus ojos. Y humano significa, entre otras cosas, que puede hacer la vista gorda o recurrir al humor ante determinadas contradicciones naturales... es decir, que implícitamente la civilización se sabe imperfecta, y aunque reformarla vale la pena seguirá siendo imperfecta siempre, del mismo modo -saltando de la mitología a la filosofía- también nuestro saber será siempre incompleto.
    No volveremos nunca a una edad dorada, e intentar hacerlo sólo nos traerá sufrimiento. No habrá un Fin de la Historia, algo que no es necesariamente malo. Por eso los adeptos de la justicia social están destinados a fracasar en sus empeños y los hijos a avergonzarse de semejantes padres una vez vean que más allá de los algodones el mundo sigue existiendo. Los niños de hoy o sus hijos quizá vivirán la pérdida del paraíso mucho más duramente que los de mi generación, pero estoy convencido de que aprenderán la lección que su predecesores han ignorado. Cuando haya pasado el temporal de histeria recaerá sobre sus hombros reconstruir lo que quede.


No hay comentarios:

Publicar un comentario