Es increíble que en menos de una década tantos espacios de internet hayan pasado de ser foros libres a dictablandas corporativas donde se censura con impunidad. Basta ver youtube: no sé cuántos escándalos relacionados con la monetización va habido, y ninguno ha sido culpa del usuario medio, sino de fallos de google que han permitido colarse a indeseables o a presiones del stablishment cultural americano o grupos de presión afines. Por ejemplo, para contentar a unos pocos han llegado a instaurar un sistema donde se analiza los audios de los vídeos para ver si dicen palabras que a ellos no les gustan y así impedir que se moneticen.
Si es usted un milenial estereotípico quizá no le importe, pero los que vemos canales donde se habla de ideas hemos visto desde hace mucho como algunos de los creadores a los que seguimos tienen que buscar atajos absurdos para no decir ciertas cosas. No solo se trata de una barrera a la comunicación sino al mismo pensar y a la capacidad para ganarse la vida de muchas personas. Y lo peor no es esto, sino que no haya una protesta general ante semejante atropello de derechos.
Esto me ha recordado que mucha gente, a partir de cierta edad, tiene por costumbre quejarse de los espacios virtuales tratándolos como antros dónde sólo caben ignorancia y enanismo moral, cosa que más allá de twitter no es cierta. Los medios de comunicación tradicionales (los periódicos o la televisión) tienen mucho que ver con esta actitud de cerrazón total en gran parte del público: hace años que impulsan una imagen negativa porque ven como a poco son devorados por internet. Y al mismo tiempo se valen de ese espacio entre espacios para esparcir medias verdades que han polarizado a la sociedad hasta llegar al momento crítico en que nos encontramos. Aunque esa es una historia para otro momento.
En mi opinión las redes y plataformas albergan tanto defectos como un gran potencial para el bien, claro está, si se usan correctamente. Lo que hay que hacer es volver a la red con libertad de expresión de principios de siglo y educar en los colegios para que los niños de hoy aprendan a navegar correctamente y a contrastar la información. Evidentemente en internet hay peligros, pero que en el mundo físico haya barrios o incluso países potencialmente peligrosos no es óbice para que salgamos a la calle en vez de encerrarnos a cal y canto en nuestras casas.
No puede ser que dejemos el conocimiento sobre una parte fundamental del mundo moderno para la universidad. A veces ni eso. Me parece vergonzoso ver cómo los jóvenes de hoy se orientan peor por las redes que los de hace una década, y he visto de primera mano como alumnos de bachillerato no saben usar correctamente ni un procesador de texto. En mi generación íbamos como locos para apuntarnos a la extraescolar de informática... ¡En primaria! Los que tuvimos la suerte de ir aprendimos los fundamentos generales y pudimos explorar e improvisar por nuestra cuenta. Y eso fue posible porque la motivación de fondo era divertirse en un mundo nuevo. Aprendimos a hacernos correos electrónicos porque queríamos registrarnos en videojuegos, o a buscar información y usar herramientas de office para hacer presentaciones de temas que nos gustaban. Y vaya si lo hicimos.
La solución a la ola de histeria actual es complicada, pero en el tema de las redes sociales es hora que se intervenga para asegurar un trato equitativo del usuario, sólo entonces será el momento de instaurar la educación obligatoria en cultura virtual. Las multinacionales no pueden endiosarse y decidir quién tiene o no tiene voz en función de las inclinaciones políticas de sus dueños o las amenazas de turbas infantilizadas. Eso es matar al pensamiento. Los que me conocen saben que tengo sensibilidades liberales y por ello tiendo a desconfiar del de los Estados. Pero soy liberal al fin y al cabo, nada que vaya más allá: el Estado que en manos de según quien podría destruir nuestras libertades está también ahí para protegerlas. Es necesario que exista y que preferiblemente tenga todos los contrapesos internos posibles para asegurarse de que no puedan ascender tiranos. Por esto si una empresa (en muchos casos extranjera) está atentando contra las libertades de los ciudadanos, el Estado debería meterla en cintura diciéndole que o actúa de forma neutral con sus usuarios o, si prefiere censurar a placer, se la pasará a considerar editoral (publisher) y por tanto responsable. Esto significa, como los americanos están discutiendo ya con el tema de Silicon Valley y el Art.230, que a la primera muestra de una actividad ilegal o promoción de la misma (desde propaganda de grupos terroristas hasta economía sumergida) todo el peso de ley caería sobre la red en la que ha aparecido.
Como habrán adelantado no es una elección salvo para los suicidas: Facebook, Instagram, Youtube y compañía no son periódicos. Son redes sociales, plataformas donde los usuarios registrados publican e interactúan libremente. De ahí que antes de exponerse a ser sancionadas o pasar a ser editoriales y que alguien les arrebate el mercado escogerían claudicar y hacer oídos sordos o despedir a los zelotes. Lo que no puede ser es que no actúen ni como editoriales ni como plataformas, sino como leviatanes virtuales.
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