miércoles, 15 de julio de 2020

El tirano a todos cree de su condición

Otro motivo del pésimo estado de las cosas podemos hallarlo en la cuestión institucional: la gente decente a veces acaba en una institución pública o de cierta autoridad, pero no es normal que el poder sea su objetivo primario. Llegan a la institución porque se les presenta la oportunidad y los más nobles entre ellos, aun pudiendo asumir las responsabilidades que ahí se les exigirán, se preguntan con humildad si reúnen las cualidades necesarias para un puesto que debería pertenecer a ciudadanos modelo. Esto no sería problema si no existiera un bien definido perfil de persona que sí está obsesionada con lo institucional que acaba malogrando el sistema y ahuyentando (o directamente vetando) a hombres y mujeres de mayor valía.

    En el menos malo de los casos, vemos esto reflejado en el estereotipo del funcionario incompetente de la cultura popular, a quien la falta de vigilancia o el mal ejemplo lo han llevado a desentenderse de la responsabilidad y a ver su vientre ablandado o sus párpados a medio caer por obra de una apacible soñolencia que no curan ni todos los cafecitos del mundo. Particularmente en España esto suele ir acompañado de cierta conciencia de clase que no se corresponde con la posición ocupada: combinan un discurso obrerista decimonónico con todo vicio burgués que uno pueda imaginar.

    Sin embargo, hay un caso peor, que hace mucho más daño  a la salud de las democracias occidentales, y es el de aquellos individuos que están ahí por el poder en bruto además de las prebendas. Estos suelen carecer de escrúpulos y pertenecer a unas ideologías muy concretas. Si examinamos por un instante el trabajo de aquellos que han puesto por escrito sus pensamientos o a su parentela intelectual, observamos que ven el mundo exclusivamente en términos de poder. Pero no poder en sentido de automatismo; algo que se naturaliza, corrompe y se acaba olvidando su razón de ser. No, para ellos siempre es algo intencional. No hay que revisar los viejos órdenes decadentes o las relaciones de poder porque a veces hagan el mal con el pretexto de la necesidad, sino porque estos son una conspiración totalmente consciente que ha de ser sustituida por otro orden que los beneficie a ellos. Todo es opresión que debe ser combatida con más opresión y censura, siempre que venga de mano de los buenos y los justos. Porque creen que a los virtuosos no hay que juzgarlos por sus obras, sino por las intenciones libertadoras que han servido de excusa para cometer innumerables crímenes. Y lo peor es que creen que todos sus semejantes pensamos de este modo enfermizo o no vemos de qué palo van.


    Por eso el poder puede resultar tan peligroso, porque desde luego puede corromper a personas bienintencionadas, pero sobre todo acentúa y blinda el mal que ya se encuentra en el interior de muchos individuos. Por eso precisamente puedo entender que Tolkien hablara siempre de poder en sentido negativo a no ser que este satisficiera a un orden mayor y desinteresado. Uno puede perdonar al que es despistado, o incluso al que roba o malversa por concupiscencia si cumple su condena y demuestra arrepentimiento. Quizá incluso se puede perdonar al que en algún momento se aparta del mal uso del poder y pasa a valorar otras cosas. ¿Pero se puede perdonar a alguien obsesionado con retorcer las instituciones para usar el poder a favor de su ideología, creyendo que todo el mundo haría lo mismo, que hay una especie de acuerdo tácito al respecto? ¿Tiene alguna clase de salvación alguien que es capaz de sacrificar el derecho a la existencia del que es diferente sin ver en ello alguna clase de maldad?  

En mi opinión no.

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