Nicolás Maquiavelo meditando sobre si es mejor la salsa pesto o la boloñesa |
Al presidente del gobierno deberían recordarle que si existe la ley es precisamente para que las cosas se decidan por parámetros ajenos a la venganza. Y aún así, tras la moción de censura, Sánchez estiró el chicle para que la espada de la justicia no diera de lleno en el blanco y saliera lo que todos sabemos que sucedió: una rebelión. La tesis de la ensoñación no se sostiene por ningún sitio, pero convengan conmigo que pese a no estar de acuerdo debemos acatar lo que dice la sentencia. Como dijo Tolkien en el Silmarillion: quienes defienden el orden frente a la rebelión no deben rebelarse ellos mismos.
Aquí los únicos que tienen ganas de venganza son los que arrastran un complejo de inferioridad por procesos que se iniciaron hace cinco siglos. No se engañen: antes de que llegara la dictadura franquista las tesis principales del nacionalismo catalán ya existían: y eso que desde la muerte del despotillo no han hecho más que ganar en derechos. Con los líderes catalanes no hay que jugar a nada, no hay que pasarse de listo, no hay que ir de adulto indulgente frente a unos niños irreverentes. No hay que darles "indultos estratégicos" ni nada parecido porque ellos por propia voluntad violaron la Carta Magna, dijeron que cuando puedan lo volverán a hacer y se metieron en aguas donde ha de prevalecer la RAZÓN DE ESTADO.
Ya saben ustedes que como liberal tengo mis remilgos con esta cuestión en particular. Evidentemente los derechos de los ciudadanos son inalienables, y especifico esta obviedad porque no deseo añadir más interpretaciones maliciosas a mi hoja de servicio. Por tanto, deberemos clarificar dónde se cruzan dos aspectos aparentemente irreconciliables de la dimensión social del hombre: por una parte tenemos los derechos individuales, como el derecho a un juicio justo, el de expresión o el de asociación...Y por otro la necesidad de preservar el Estado.
Tradicionalmente estos dos aspectos se han visto como opuestos, y de hecho tal división sigue siendo más que válida en nuestro días. Pero en este caso en concreto creo que desde una óptica liberal (clásica) tal conflicto puede disolverse si partimos de la pregunta correcta: ¿Qué debe hacer el Estado para que valga la pena preservarlo?
La respuesta es simple: al Estado hay que preservarlo si es legítimo. Y es legítimo cuando respeta y hace respetar la ley, comenzando por la Carta Magna. Y desde un punto de vista occidental será aún más legítimo si dichas leyes amparan al ciudadano garantizando la coexistencia pacífica en base a sus derechos. En otras palabras: las democracia liberales, con todos sus errores, se legitiman sobre la base de garantizar un marco de tolerancia donde en vez tirarnos de los pelos podemos convivir aun pensando distinto. Y en España no existen leyes a perpetuidad: todas pueden cambiarse con los adecuados procedimientos para adaptarlas al sentir de la mayoría.
Por tanto, ya podemos ver la convergencia de ambos caminos en la cuestión de los políticos catalanes. Estado y derecho van de la mano porque los gerifaltes del procés se saltaron la legalidad a la torera, hicieron que la ciudadanía se alzara por una causa ilegítima y además de engañarlos les robaron a manos llenas antes de enviarlos a recibir los porrazos que deberían haber recibido ellos mismos ¡a veces incluso enviaron a los mossos a ablandarles los sesos y después dieron las gracias a los bobos que acudieron al zurradero! Me extraña que aún no se les haya ocurrido cobrar entrada o poner un impuesto sobre el porrazo.
Los partidos independentistas y asociaciones como Omnium han abierto una sima insalvable en la sociedad y volado por los aires el marco de tolerancia del que hablábamos arriba. De hecho, el presidente catalán rechazó en dos ocasiones acudir a las Cortes a debatir sobre la cuestión. Muchos olvidan también que los catalanes desde los albores de nuestra democracia han tenido derecho a fundar partidos independentistas y hablar de lo que quieran sin trabas. Han ganado elecciones autonómicas y pactado con gobiernos nacionales desde 1978. El "procés" independentista comenzó con la mezcla explosiva de una alta burguesía y población rural abiertamente supremacistas, la crisis económica de 2008 y unos urbanitas a los que Artur Mas mintió para que creyeran que España les robaba cuando en realidad lo hacían él, sus compinches y también sus "molt honorables" predecesores.
No es ya el mensaje interno y la consabida inestabilidad que un indulto podría acarrear para nuestra nación, es que desde el principio del procés gran parte de la sociedad catalana ha querido minar la posición de España en el mundo. Es más allá de nuestras fronteras donde la Razón de Estado gana el peso supremo ¿Qué clase de mensaje estamos dando a nuestros rivales en el vecindario global? ¿Que somos un Estado débil en manos de un presidente narcisista, que hace lo que sea para salvar el cuello? ¿Que los indultamos porque sabemos que algo hicimos mal? ¿Que por tanto Bélgica tenía razón al acoger a nuestros enemigos, algunos de ellos terroristas, desde hace décadas? ¿Que un nación europea soberana está con el agua al cuello por culpa de cuatro provincianos de una taifa díscola?
A día de hoy siguen diciendo que lo volverán a hacer y siguen distorsionando nuestra ya de por sí precaria posición intenacional. Si la España que se hace llamar progresista los indulta lo que hará será probarnos como un país de segunda en el que aún se espera la llegada de la Modernidad. Los indultos son un escandaloso resquicio del absolutismo, y el único acto digno que podría hacerse al respecto es que el Rey, la única persona que dio la talla en 2017, se negara a firmarlos. Sánchez es un egocéntrico irresponsable que no estará para siempre en el poder, pero la monarquía seguirá ahí: si el rey sabe lo que le conviene hará lo posible para evitar que un sociópata con corbata cause daños permanentes. Porque los jueces son intimidables, pero la alternativa para Felipe VI es ser más rehén de lo que actualmente es.
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