viernes, 22 de abril de 2022

Al César lo que es del César

 Pese a lo mucho que critico por aquí algunos aspectos culturales del mundo anglosajón, lo cierto es que hay una cosa que de la deberíamos tomar ejemplo en el resto de Occidente: ellos han conservado y codificado para la posteridad aspectos clave del derecho natural que nosotros hemos olvidado o abiertamente despreciamos. Los sistemas basados en la Common Law inglesa son infinitamente superiores a los de raíz continental o afrancesada porque parten de la noción clave de que el ser humano es libre por naturaleza, y por tanto la ley tiene el doble cometido de decir al ciudadano lo que no puede hacer (para hacer posible la vida social) y servir de contrapeso limitando la intromisión estatal en la vida privada (para eso sirven los derechos). En otras palabras: la tradición anglosajona contiene un sano escepticismo frente al poder que al mismo tiempo permite relacionarse con él de una forma mucho más madura que otras tradiciones. Se trata de un sustrato cultural que facilita el análisis crítico de la influencia de voluntades ajenas sobre nuestras vidas.

    Como ya escribí en otra ocasión, la definición más genérica de poder no tiene que ver inmediatamente con el Estado ni el sometimiento del otro, aunque a la larga siempre tienda a ello. En origen, el poder es la capacidad que tiene el individuo de proyectar su voluntad en el mundo y así transformar o reconducir la realidad según su parecer: cuando nos comemos una manzana o movemos una silla en cierto modo estamos ejerciendo poder. No hace falta atar muchos cabos para ver la relación de esto con la libertad, el conocimiento y las promesas dulzonas serpiente del Génesis. Baste decir que los problemas comienzan cuando (directamente o por ramificaciones insospechadas) nuestra esfera de influencia se topa con la de otras personas de cuyo contacto, como animales sociales que somos, no podemos renegar. Como adelantaron Locke o Hobbes, para que la vida social sea posible todos debemos ceder una parte de nuestra libertad originaria. Por eso idealmente el marco normativo de una sociedad consiste en estipular qué líneas no pueden traspasarse.  En cambio, en el Viejo Continente se ha caído en una aberrante inversión: creemos que lo normal es que el Estado nos provea de una limitadísima carta de derechos o conductas aceptables, y a cambio le entregamos la potestad para decidir caprichosamente cualquier otro aspecto de nuestras vidas.

miércoles, 6 de abril de 2022

La misma cuerda

Muchas veces critico el arte contemporáneo o ciertos tipos de música moderna, pero que hayan llegado a una posición preeminente y sigan firmemente atrincherados en ella es responsabilidad también de lo que debería haber sido la alternativa. De hecho forma parte de un círculo vicioso que hace que la gente cansada de los excesos de un lado de vaya al otro y no vea que el arte tiene que ver con otra cosa. 

    Con esa falsa "alternativa" me refiero al vano virtuosismo, al formalismo o al academicismo elitista que enraizaron en el siglo XIX y siguen (aunque con menos peso institucional) ahí a día de hoy. A veces uno puede encontrarse frente a verdadera perfección técnica  en cuadro hiperrealista pero al mismo tiempo no ver arte por ningún sitio. Lo mismo con las escalas interminables de algunas piezas clásicas. 

El otro día traduje (del inglés) el siguiente poema egipcio de finales del segundo milenio a.C. :

"Ojalá tuviera frases desconocidas,
dichos que fueran extraños
palabras novedosas, nunca probadas,
libres de repetición
y no refranes heredados,
pronunciados ya por los ancestros.

Escurro los contenidos de mi fuero,
tamizando todas mis palabras;
pues lo que se ha dicho no es sino imitación,
cuanto decimos se ha dicho ya."

    Como puede apreciarse, hace más de cuatro mil años ya se preocupaban por la cuestión de la originalidad literaria, cosa que bien podría aplicarse a cualquier forma de arte. Y aunque no podemos sino dar la razón a Jajeperreseneb en que no hacemos sino reordenar una y otra vez piezas con las que ya jugaban nuestros antepasados, es innegable que desde entonces han aparecido muchas obras que pese a sus referentes, inspiraciones o influencias inconscientes consideramos únicas y sublimes, hitos en la historia humana. Por doquier encontramos pruebas fehacientes de que hay otras fuerzas misteriosas operando en el proceso creativo, que aunque se apoyan en la técnica y el conocimiento teórico sin duda los trascienden. Por esto soy firme creyente en la idea de que para que la experiencia estética sea posible es necesario que el artista vierta un poco de su subjetividad en lo que está haciendo y encuentre un lenguaje adecuado para volverla universal, aunque se guarde parte del misterio.

   Por esto mismo lo que algunos consideran el arte actual y aquello en lo que institucionalmente se ha convertido el viejo arte no son sino cabos opuestos de una misma cuerda, y aunque a día de hoy el discurso del lado subjetivo y caótico lleva ventaja, sería igualmente dañino que diéramos al control a la tribuna de los fríos mármoles; o que cayéramos en la tentación de pensar que la fórmula del arte puede ser sintetizada a base de poner electrodos en la cabeza del artista. Llegados a ciertas fronteras lo único que uno puede hacer es quedarse en silencio y disfrutar de la magia.

Nebulosa del Águila
Créditos:
T.A.Rector (NRAO/AUI/NSF and NOIRLab/NSF/AURA) and B.A.Wolpa (NOIRLab/NSF/AURA)