jueves, 30 de julio de 2020

Referentes

Para criticar los desvíos tomados por ciertas corrientes de pensamiento no hace falta ir a la luna y volver: basta echar un vistazo casual a la relación casi especular entre sus voces más radicales y algunos arquetipos que en la educación son señalados como modelos a seguir. Entre la lista de personajes que se han vuelto tópicos hasta la extenuación destacan dos: Medea y Lolita.

    En las aulas Medea es señalada como referente de independencia y vindicación femenina porque Eurípides pone en su boca una serie de denuncias legítimas sobre los problemas de la mujer, más en una sociedad como la helénica de aquellos tiempos. Ahora bien, Medea no es una figura de luz y bondad: ahí donde es ingeniosa o fuerte es también retorcida. La hechicera cólquida aplica su considerable talento con la única guía de un sentimentalismo pueril carente de toda mesura, y no precisamente de forma explosiva e iracunda, sino con crueldad totalmente premeditada. Le dan igual los daños colaterales en su búsqueda de justicia, y de hecho su venganza contra Jasón está enteramente centrada en masacrar a inocentes. La princesa Glauce muere de forma horrible al tocar sus regalos embrujados:


"No se distinguía la expresión de sus ojos ni su bello rostro, la sangre caía desde lo alto de su cabeza confundida con el fuego, y las carnes se desprendían de sus huesos, como lágrimas de pino, bajo los invisibles dientes del veneno"

 

    Además perece también el desconsolado Creonte, que abraza fatalmente a su hija y se impregna con la ponzoña. No contenta con esto, antes de huir Medea asesina fríamente a sus propios hijos, culpando de ello al ultraje cometido por Jasón. Con esto queda demostrado que pese a las quejas son legítimas, Medea representa sin duda el arquetipo de mujer fatal, manipuladora e irracional a la que le da igual la vida de sus hijos con tal de hacer sufrir a su ofensor... por quien anteriormente había urdido un plan para cortar a su propio hermano en pedazos. Es un tópico antiquísimo, más si tenemos en cuenta que Medea no es griega, sino una extranjera del oriente que se percibe como exótico y mágico.

    En sí el personaje es parte de un recurso narrativo que nos advierte de los peligros de la hýbris del argonauta. No es para nada un buen referente. La lección que nos enseña la tragedia es que no hay que hacer lo de Jasón, ¡no ser como Medea! De hecho, la interpretación simplista de la hechicera como alegoría del empoderamiento femenino nos venda los ojos ante su bello y más antiguo papel en el simbolismo del paso del pensamiento mágico al racional*.


Medea, de Frederick Sandys


    ¿Y qué decir de Lolita? Quienes la toman como referente de empoderamiento obvian con demasiada frecuencia que el libro homónimo está escrito en la forma de las confesiones de un depravado sexual que nos cuenta las cosas a su manera. Es decir: Lolita es un personaje ficticio dentro de una obra de ficción, y a su vez su figura responde a los intereses de un personaje cuestionable que se sirve del barniz de tópicos sobre la mujer del mismo tipo que los arriba citarlos para retratarla de forma que sirva de justificación racional (al menos para él) o atenuante de sus acciones a lo largo del relato. Tomarla como bandera revolucionaria es como caer en una trampa para osos en campo abierto señalizada con letreros de neón.

    En mi opinión deberíamos tener cuidado con los referentes que señalamos a los ciudadanos del mañana. Con demasiada frecuencia en las redes vemos modelos que no son sino idealizaciones patológicas o confundimos la lucha por la igualdad con la venganza... a veces incluso preventiva, ¡por ofensas que no se han producido aún! Semejante ideario, que parte de un irracionalismo segregador, asquearía a predecesoras ilustres como Olympe de Gouges o Mary Wollstonecraft. Y por desgracia en tiempos recientes se han infectado otras causas legítimas: allá en las Islas Afortunadas Martin Luther King se une en luto a las dos señoras frente a la tumba de la integración.

    Por favor, apuntemos a imágenes positivas y así no tendremos que horrorizarnos ante el nacimiento de monstruos.


*véase la entrada Enkidu y la inocencia perdida: https://nestor-vetumbra.blogspot.com/2020/07/enkidu-y-la-inocencia-perdida.html


Leviatanes virtuales

Es increíble que en menos de una década tantos espacios de internet hayan pasado de ser foros libres a dictablandas corporativas donde se censura con impunidad. Basta ver youtube: no sé cuántos escándalos relacionados con la monetización va habido, y ninguno ha sido culpa del usuario medio, sino de fallos de google que han permitido colarse a indeseables o a presiones del stablishment cultural americano o grupos de presión afines. Por ejemplo, para contentar a unos pocos han llegado a instaurar un sistema donde se analiza los audios de los vídeos para ver si dicen palabras que a ellos no les gustan y así impedir que se moneticen. 

    Si es usted un milenial estereotípico quizá no le importe, pero los que vemos canales donde se habla de ideas hemos visto desde hace mucho como algunos de los creadores a los que seguimos tienen que buscar atajos absurdos para no decir ciertas cosas. No solo se trata de una barrera a la comunicación sino al mismo pensar y a la capacidad para ganarse la vida de muchas personas. Y lo peor no es esto, sino que no haya una protesta general ante semejante atropello de derechos. 

    Esto me ha recordado que mucha gente, a partir de cierta edad, tiene por costumbre quejarse de los espacios virtuales tratándolos como antros dónde sólo caben ignorancia y enanismo moral, cosa que más allá de twitter no es cierta. Los medios de comunicación tradicionales (los periódicos o la televisión) tienen mucho que ver con esta actitud de cerrazón total en gran parte del público: hace años que impulsan una imagen negativa porque ven como a poco son devorados por internet. Y al mismo tiempo se valen de ese espacio entre espacios para esparcir medias verdades que han polarizado a la sociedad hasta llegar al momento crítico en que nos encontramos. Aunque esa es una historia para otro momento. 

    En mi opinión las redes y plataformas albergan tanto defectos como un gran potencial para el bien, claro está, si se usan correctamente. Lo que hay que hacer es volver a la red con libertad de expresión de principios de siglo y educar en los colegios para que los niños de hoy aprendan a navegar correctamente y a contrastar la información. Evidentemente en internet hay peligros, pero que en el mundo físico haya barrios o incluso países potencialmente peligrosos no es óbice para que salgamos a la calle en vez de encerrarnos a cal y canto en nuestras casas. 

    No puede ser que dejemos el conocimiento sobre una parte fundamental del mundo moderno para la universidad. A veces ni eso. Me parece vergonzoso ver cómo los jóvenes de hoy se orientan peor por las redes que los de hace una década, y he visto de primera mano como alumnos de bachillerato no saben usar correctamente ni un procesador de texto. En mi generación íbamos como locos para apuntarnos a la extraescolar de informática... ¡En primaria! Los que tuvimos la suerte de ir aprendimos los fundamentos generales y pudimos explorar e improvisar por nuestra cuenta. Y eso fue posible porque la motivación de fondo era divertirse en un mundo nuevo. Aprendimos a hacernos correos electrónicos porque queríamos registrarnos en videojuegos, o a buscar información y usar herramientas de office para hacer presentaciones de temas que nos gustaban. Y vaya si lo hicimos. 

    La solución a la ola de histeria actual es complicada, pero en el tema de las redes sociales es hora que se intervenga para asegurar un trato equitativo del usuario, sólo entonces será el momento de instaurar la educación obligatoria en cultura virtual. Las multinacionales no pueden endiosarse y decidir quién tiene o no tiene voz en función de las inclinaciones políticas de sus dueños o las amenazas de turbas infantilizadas. Eso es matar al pensamiento. Los que me conocen saben que tengo sensibilidades liberales y por ello tiendo a desconfiar del de los Estados. Pero soy liberal al fin y al cabo, nada que vaya más allá: el Estado que en manos de según quien podría destruir nuestras libertades está también ahí para protegerlas. Es necesario que exista y que preferiblemente tenga todos los contrapesos internos posibles para asegurarse de que no puedan ascender tiranos. Por esto si una empresa (en muchos casos extranjera) está atentando contra las libertades de los ciudadanos, el Estado debería meterla en cintura diciéndole que o actúa de forma neutral con sus usuarios o, si prefiere censurar a placer, se la pasará a considerar editoral (publisher) y por tanto responsable. Esto significa, como los americanos están discutiendo ya con el tema de Silicon Valley y el Art.230, que a la primera muestra de una actividad ilegal o promoción de la misma (desde propaganda de grupos terroristas hasta economía sumergida) todo el peso de ley caería sobre la red en la que ha aparecido. 

    Como habrán adelantado no es una elección salvo para los suicidas: Facebook, Instagram, Youtube y compañía no son periódicos. Son redes sociales, plataformas donde los usuarios registrados publican e interactúan libremente. De ahí que antes de exponerse a ser sancionadas o pasar a ser editoriales y que alguien les arrebate el mercado escogerían claudicar y hacer oídos sordos o despedir a los zelotes. Lo que no puede ser es que no actúen ni como editoriales ni como plataformas, sino como leviatanes virtuales.

Portada del Leviatán de Thomas Hobbes



viernes, 24 de julio de 2020

La Grandeza

Aparte de la buena conversación y las cosas hechas para durar, creo que algo que echamos de menos en esta época es la grandeza. Para mí esta palabra aplicada al rasgo personal es uno de los términos más difíciles de definir que existen y al mismo tiempo algo a lo que se debería aspirar aun cuando soñamos con vidas sencillas apartadas del ruido de las calles. La grandeza no se limita a la compasión, la bondad, el honor, la franqueza o la ejemplaridad; tiene además una curiosa característica narrativa, un sentido cuasi épico producto del darse sentido de forma radical. Grandeza es dotar de una cierta aura hasta a las cuestiones más mundanas, de decidir que uno puede dejar una impronta positiva en el gran drama en que todos vivimos y abandonar los sueños edulcorados con las que la cultura de masas embota el cerebro. Es cuando alguien, por muy diminuto que le parezca su campo de acción, sigue a esos familiares, amigos, mentores o conocidos con carácter por la senda de los grandes héroes y sabios de antaño. Lo importante no es que el nombre aparezca en el libro o en las canciones, sino estar donde corresponde.

    Se trata de un rasgo difícil de definir, pero seguro que todos podemos contar alguna historia, hemos visto el extraño brillo en los ojos de alguien o notado el cambio en el tono de voz al tratar ciertas cuestiones. La grandeza existe y puede percibirse. Por ello, no importa que vivamos en una era de nebulosidad en la que los Hombres se aterrorizan ante meras palabras: tarde o temprano aquellos de naturaleza libre se topan, en lugares y compañías insospechados, con las puertas que conducen a su sendero.


miércoles, 15 de julio de 2020

Regreso a la sopa primordial



Así como no podemos censurar de forma absoluta una herramienta o material por el simple hecho de que alguien les haya dado un mal uso, tampoco podemos hacerlo con los mecanismos que usamos para el entendimiento y la clasificación de la realidad.
    Si la problemática del humano primitivo era su simplicidad basada en la subsistencia, en el mundo civilizado lo fue el uso interesado de los conceptos, y nos guste o no, estos constituyen de manera ya inconsciente la base de cualquier sistema de pensamiento, desde la simple asociación de un objeto a un nombre hasta la constitución de una religión o sistema filosófico. Negar el concepto es negar el orden, y lamentablemente no podemos conocer la realidad sin organizarla dentro de nuestro pensamiento. Esta negación, de hecho, sería contradictoria, porque para formularla ya necesitamos un lenguaje y una serie de supuestos y pruebas racionales sobre los que construir una argumentación decente, lo que nos demuestra que es imposible salir del concepto. En conclusión, una de las muchas cosas que convierten a nuestra especie en un fenómeno claramente anómalo dentro del reino animal es que para vivir necesitamos dar nombre a las cosas.

    Así pues, la esencia de la desmesura ha sido, hasta nuestro días, la perversión interesada de la naturaleza útil o estética (Que en el fondo no son tan diferentes) de las cosas en vez de su conservación y perfeccionamiento. Quizá con la mejor de las intenciones, el pensamiento filosófico o incluso cotidiano posterior a la modernidad se dedicó sistemáticamente a detectar y desmontar los dogmas y demás constructos interesados o simplistas que hasta entonces habían regido a la humanidad. Esto, sin embargo, no ha servido para prevenir el uso indigno de las herramientas inherentes a la condición humana, ha hecho todo lo contrario.
    Se ha identificado de manera totalmente equivocada al orden y a la clasificación en base a conceptos con la tiranía o la estrechez de miras, lo que ha derivado en un rechazo total y absoluto del inmanentismo más racional y humanista. Así pues, hoy en día los objetos, seres, artes y demás elementos del mundo que nos rodea carecen de toda naturaleza que permita identificarlos, y ya no hablemos de la fundamentación de constructos intelectuales de mayor tamaño. Estamos abocados a un subjetivismo tal, que lo relativo nos ha vetado la entrada al conocimiento y a las artes mismas, así como a su expansión y su refinamiento. La ética y la moral también han acabado muriendo, y con ellas ha caído también toda posibilidad de debate sobre temas importantes y elevados, puesto que a casi nadie le importan realmente más que en el gesto vacío.
    Aquellos defensores del relativismo imperante en el mundo actual, sin saberlo, sólo lo usan para desbancar de manera falaz y simple (pero políticamente correcta) el discurso de sus interlocutores, una simple arma de tiempos modernos para defender sus propios dogmas enquistados. Afirman que cuando damos nombre a los objetos, a las ciencias o a las artes estamos siendo intransigentes, puesto que supuestamente creemos que estos tienen unas características derivadas del orden del universo que tenemos desde "Nuestro punto de vista". Y no es así. De hecho, ellos mismos incumplen esta queriendo alterar a marchas forzadas el lenguaje para adaptarla al que creen que es la única mirada válida, hasta el punto de institucionalizarlo y llegar a crear problemas en la percepción y el razonamiento de sus conciudadanos.
    Como ya he dicho al principio, los conceptos son algo esencialmente humano. Antes que por acción de alguna mano negra misteriosa surgen por necesidad. Es por esto que las matemáticas no existirían sin nosotros, puesto que estas son un sistema para organizar y comprender la realidad, no son la realidad en sí misma... o quizá podríamos decir, desde cierto punto de vista, que pertenecen a un plano de la realidad construido por nosotros mismos que sirve para manejarnos con lo que ya estaba ahí antes de nuestra llegada. Por tanto, cuando se intenta dar nombre a elementos físicos o abstractos que comparten una serie de características, partimos de algo realmente primitivo que con el paso de los siglos se ha ido desarrollando, pasando de ser un componente simplemente social a algo que permite expandir la mente y llegar hasta límites de razonamiento insospechados. No estamos negando los accidentes que individualizan cada cosa concreta, sólo reconociendo que existen peldaños superiores en nuestra jerarquía conceptual.
    El lenguaje es una herramienta organizativa, así de sencillo. Puede ser todo lo gris y formal que queramos, puede ser informal o gracioso, elevado o mundano... Pero eso depende del grado de conocimiento que tengamos de su evolución y uso, además de nuestra propia creatividad y propósitos al utilizarlo. Es más, me atrevería a decir que es la mejor herramienta de la que disponemos y la que ha permitido nuestros más grandes logros. Por ello, el concepto no viene dado por un orden externo, más bien es todo lo que tenemos para comprender dicho orden, y es precisamente esto lo que permite someter algunas de sus partes a debate y no es algo cerrado en sí mismo.
    En conclusión, y recordando que negar la conceptualización de manera coherente con uno mismo es imposible, la sistemática duda y la carencia de bases del relativismo y del pensamiento ideológico actual nada tienen que ver con el espíritu crítico de la Ilustración. No es algo que haya servido para emancipar al hombre de su propia tiranía, ha sido más bien un paso atrás destinado a crear equívocos irresolubles y a dejarnos estancados en una nueva era de oscuridad y de cultura de masas: sustituir el cosmos por una sopa primordial de accidentes. Ha calado tan hondo que hasta los propios críticos de la civilización actual no son más que cómicos que debaten sobre sandeces porque... ¿Cuando la realidad no existe o no es racionalizable de qué sirve discutir o rebelarse? ¿No sería eso un cañoneo constante a base del mismo dogmatismo que nos dijeron haber logrado enterrar?
    Quizá cuando dejemos de jugar a los cazafantasmas y desempolvemos las viejas librerías consigamos completar exorcismo y recuperar la ilusión suficiente para ajustar el mecanismo de nuestras vidas.


El tirano a todos cree de su condición

Otro motivo del pésimo estado de las cosas podemos hallarlo en la cuestión institucional: la gente decente a veces acaba en una institución pública o de cierta autoridad, pero no es normal que el poder sea su objetivo primario. Llegan a la institución porque se les presenta la oportunidad y los más nobles entre ellos, aun pudiendo asumir las responsabilidades que ahí se les exigirán, se preguntan con humildad si reúnen las cualidades necesarias para un puesto que debería pertenecer a ciudadanos modelo. Esto no sería problema si no existiera un bien definido perfil de persona que sí está obsesionada con lo institucional que acaba malogrando el sistema y ahuyentando (o directamente vetando) a hombres y mujeres de mayor valía.

    En el menos malo de los casos, vemos esto reflejado en el estereotipo del funcionario incompetente de la cultura popular, a quien la falta de vigilancia o el mal ejemplo lo han llevado a desentenderse de la responsabilidad y a ver su vientre ablandado o sus párpados a medio caer por obra de una apacible soñolencia que no curan ni todos los cafecitos del mundo. Particularmente en España esto suele ir acompañado de cierta conciencia de clase que no se corresponde con la posición ocupada: combinan un discurso obrerista decimonónico con todo vicio burgués que uno pueda imaginar.

    Sin embargo, hay un caso peor, que hace mucho más daño  a la salud de las democracias occidentales, y es el de aquellos individuos que están ahí por el poder en bruto además de las prebendas. Estos suelen carecer de escrúpulos y pertenecer a unas ideologías muy concretas. Si examinamos por un instante el trabajo de aquellos que han puesto por escrito sus pensamientos o a su parentela intelectual, observamos que ven el mundo exclusivamente en términos de poder. Pero no poder en sentido de automatismo; algo que se naturaliza, corrompe y se acaba olvidando su razón de ser. No, para ellos siempre es algo intencional. No hay que revisar los viejos órdenes decadentes o las relaciones de poder porque a veces hagan el mal con el pretexto de la necesidad, sino porque estos son una conspiración totalmente consciente que ha de ser sustituida por otro orden que los beneficie a ellos. Todo es opresión que debe ser combatida con más opresión y censura, siempre que venga de mano de los buenos y los justos. Porque creen que a los virtuosos no hay que juzgarlos por sus obras, sino por las intenciones libertadoras que han servido de excusa para cometer innumerables crímenes. Y lo peor es que creen que todos sus semejantes pensamos de este modo enfermizo o no vemos de qué palo van.


    Por eso el poder puede resultar tan peligroso, porque desde luego puede corromper a personas bienintencionadas, pero sobre todo acentúa y blinda el mal que ya se encuentra en el interior de muchos individuos. Por eso precisamente puedo entender que Tolkien hablara siempre de poder en sentido negativo a no ser que este satisficiera a un orden mayor y desinteresado. Uno puede perdonar al que es despistado, o incluso al que roba o malversa por concupiscencia si cumple su condena y demuestra arrepentimiento. Quizá incluso se puede perdonar al que en algún momento se aparta del mal uso del poder y pasa a valorar otras cosas. ¿Pero se puede perdonar a alguien obsesionado con retorcer las instituciones para usar el poder a favor de su ideología, creyendo que todo el mundo haría lo mismo, que hay una especie de acuerdo tácito al respecto? ¿Tiene alguna clase de salvación alguien que es capaz de sacrificar el derecho a la existencia del que es diferente sin ver en ello alguna clase de maldad?  

En mi opinión no.

lunes, 13 de julio de 2020

De almas y dignidades

Voy a mojarme con un tema sensible, pero la verdad es que me parece que los antiabortistas tienen severas carencias informativas y dificultades para el razonamiento lógico. No me refiero a la cuestión de si debería ser algo gratuito o privado, sino al problema de fondo: la dignidad humana. Al final el argumento de esta gente se reduce a que el aborto es un acto de violencia contra una persona, es decir: un asesinato. A partir de aquí he escuchado que el infante debería tenerse aun siendo fruto de una violación, aun a riesgo de la vida de la madre o incluso si el médico advierte con antelación de que tendrá algún problema de salud severo e incurable. 
    Sus argumentos giran siempre en torno a que el cigoto o el feto en los primeros meses es una persona, y tiene por tanto derechos. ¿Pero qué es una persona? Podemos entrar en una discusión legal sobre el tema que no nos llevaría a ninguna parte, pero al final al hablar de esta cuestión siempre se acaba bajando al cenagal de lo trascendente. Así, podemos decir que en este campo se considera que una persona -humana en este caso- lo es por el hecho de tener alma. Para los antiguos el alma era un hálito que servía de fuerza motriz al cuerpo de los vivientes, y en el modo tradicional en el que nosotros lo entendemos a esto se suma que es, de algún modo, la esencia del dueño: aquello que rige sus acciones, retiene su memoria, constituye su entendimiento y, sobre todo, aúna su sentir. 

    Para estas personas, el aborto sería un acto sacrílego y de lesa humanidad no por interrumpir el proceso biológico, sino porque ello impide a un alma (una persona ya existente) desarrollar sus potencialidades en el mundo. El tema es que es que esta idea de alma es arcaica: además de lo citado se trata de una entidad nebulosa que está antes de que nazcas y sigue existiendo después de que te mueras. Creer esto es un absurdo, metafísica de garrafón, porque la ciencia moderna, desde luego, tiene algo que decir sobre cuestiones tales como el momento en que un proyecto de ser humano comienza a pensar o tener emociones... y caen bastante lejos del usual plazo para abortar. El alma de nuestros días está en la mente, y la mente no se adjudica: se desarrolla. Por tanto, si creemos que al abortar estamos haciendo competencia desleal a la Parca, debemos creer también que cometemos un crimen aún peor cuando aplastamos al mosquito que nos pica o a la mosca que ronda nuestros alimentos.
    Los antiabortistas hablan de dignidad de una manera totalmente incoherente: la adjudican a algo que no es persona, y ello otorga carta blanca para atentar contra la dignidad de quien sí lo es, que normalmente es una madre con toda una vida por delante, así como las personas que la rodean. Y esto no solo convierte a los mal llamados “defensores de la vida” en ignorantes, sino en partícipes de un rotundo mal moral. No hablemos ya de las recientes polémicas concernientes al aborto por motivos de salud del futuro infante. Aquí la izquierda y la derecha se dan la mano tachando a sus partidarios de bárbaros eugenistas nazis; lo que faltaba por ver: adeptos del sufrimiento por predestinación dándose la mano con progresistas. He llegado a ver artículos de gente afirmando que los partidarios de la interrupción del embarazo por estos motivos queremos asesinar los discapacitados, o incluso presumiendo de adoptarlos por moda ¡Ni siquiera por caridad o compromiso ético!
    Lo coherente, si se cree en la dignidad humana, es arremangarse y ofrecer toda la ayuda y comprensión posible a las personas con discapacidad o dolencias graves en sus desafíos diarios; pero también lo es prevenir en la medida de lo posible dichas situaciones. Si el médico te dice que que el infante tendrá un problema severo, no debería estar penalizado interrumpir el embarazo e intentar tener un bebé sano en el futuro. 

Pd: Conste -que ya veo venir a algunos- que no estoy negando la felicidad a nadie, precisamente lo que defiendo es la felicidad de todo el mundo, que bastante amenazada está por cosas que no podemos predecir.

domingo, 12 de julio de 2020

Enkidu y la inocencia perdida

Lo que algunos no entienden en esta época de puritanos digitales es que la civilización siempre lleva consigo la gran tragedia del hombre, originada en la pérdida de la inocencia: la realización de que provenimos del mismo reino que los gatos o las hiedras, pero nuestra conciencia humana hace que tengamos la sensación de que no encajamos en él, es decir, que estamos contaminados. Este mismo distanciamiento se extiende a cualquier estado que consideremos originario, y el mejor ejemplo de ello es la perspectiva que muchos tenemos de la infancia. Quizá algunos conservemos la ilusión que otras personas desecharon, pero tenemos claro que no volveremos a ser niños jamás. Cuando uno se percata de ello es una revelación dramática, y sin embargo al cabo de un tiempo acepta que no es un hecho bueno ni malo, sino que sencillamente es ley de vida. Aunque de súbito el mundo se vuelva complejo y los significados se amontonen o contradigan,  más allá de este abismo hay grandes maravillas por descubrir.
    A lo largo de los milenios la transición se ha representado de muchas formas, pero casi siempre tiene elementos comunes, como el descubrimiento del Otro y la aparición de una Razón que nos aleja del mundo primigenio. Por todos es conocida la historia de Adán, aunque a título personal prefiero historias donde aparece este tema sin ser mitos de creación, sino de integración de un individuo externo en algo existente. De estas, destaco la historia inicial de Enkidu en la epopeya de Gilgamesh, la obra épica más antigua que conocemos.
"Cuando se hubo saciado de sus encantos
Dirigió su mirada a su rebaño.
Las gacelas vieron a Enkidu y comenzaron a correr,
Las bestias del campo se alejaron de su presencia.
Enkidu estaba debilitado, no podía correr como antes,
pero ahora tenía razón y un amplio entendimiento"
    Explicando este fragmento de forma breve, Enkidu es un hombre bestial creado por los dioses para causar problemas a Gilgamesh, rey de Uruk, como castigo por sus excesos. Cuando llega al mundo , Enkidu vive en armonía con las bestias, como un animal más, y las protege rompiendo los cepos tendidos por los humanos. Los cazadores, alarmados, van a Uruk a pedir ayuda al rey, que en respuesta envía a la hieródula Shamhat. Durante seis días y siete noches el salvaje yace con la prostituta sagrada, sin darse cuenta de que con ello sus impulsos acaban sometidos a la civilización... hasta que ve que el precio del habla y la razón es haber dejado de ser un animal más. Se trata de algo similar a lo que sucede con la hechicera Medea en la mitología griega, que después de traicionar a los de su sangre por amor a Jasón, regresa a la hélade junto a los argonautas pero se da cuenta de que el mundo natural ya no le habla como lo hacía antes.
Maravillosa ilustración de Rebecca Yanovskaya


    Regresando a la epopeya acadia, Enkidu es convencido de abandonar el páramo por Shamhat y juntos se dirigen a la ciudad para casarse. Ahí, el rey trata de reclamar su derecho de pernada, pero Enkidu se opone y tras una lucha de épicas proporciones él y Gilgamesh se vuelven grandes amigos y compañeros de aventuras. El hombre salvaje no volverá a ser el mismo jamás, y sin embargo por el camino ha descubierto un nuevo mundo.
Evidentemente contar esta historia hoy día es escandaloso y casi delictivo.
    No aceptar la transición y querer volver a una era de inocencia total resulta patológico, y de hecho ahí se origina la crisis que atraviesa ahora nuestra cultura. Todos estos niñatos justicieros de EEUU y sus adláteres europeos quieren traer una especie de reino de Dios en la Tierra: siguiendo los pasos de Calvino quieren que el ser humano de a cada cosa su uso natural, es decir, seguir la finalidad según la cual ha sido creada... ¡como si pudieran conocerla! Al ser administradores directos de la verdad en mayúscula (lo que hace cinco siglos considerarían divino) cualquier orden humano resulta ilegítimo a sus ojos. Y humano significa, entre otras cosas, que puede hacer la vista gorda o recurrir al humor ante determinadas contradicciones naturales... es decir, que implícitamente la civilización se sabe imperfecta, y aunque reformarla vale la pena seguirá siendo imperfecta siempre, del mismo modo -saltando de la mitología a la filosofía- también nuestro saber será siempre incompleto.
    No volveremos nunca a una edad dorada, e intentar hacerlo sólo nos traerá sufrimiento. No habrá un Fin de la Historia, algo que no es necesariamente malo. Por eso los adeptos de la justicia social están destinados a fracasar en sus empeños y los hijos a avergonzarse de semejantes padres una vez vean que más allá de los algodones el mundo sigue existiendo. Los niños de hoy o sus hijos quizá vivirán la pérdida del paraíso mucho más duramente que los de mi generación, pero estoy convencido de que aprenderán la lección que su predecesores han ignorado. Cuando haya pasado el temporal de histeria recaerá sobre sus hombros reconstruir lo que quede.


Damas y caballeros, sean bienvenidos a mi blog. En este espacio encontrarán desde reflexiones filosóficas sobre el caos rampante en nuestro presente hasta publicaciones sobre mis intereses, anécdotas curiosos o pequeños episodios humorísticos. Durante mucho tiempo amigos y familiares han estado diciéndome que me hiciera un blog, y aquí estoy ¡casi diez años después de que comenzaran a insistir! Más vale tarde que nunca.

Si me han de conocer por algo sin duda será por lo que lean y vean en las entradas, así que no voy a escatimar un segundo más en presentaciones. Espero que la visita les sea placentera. No duden en comentar su opinión, compartir o en hacer saber de este espacio a quienes puedan sentirse interesados.

Atentamente,

Néstor Vetumbra