martes, 15 de diciembre de 2020

La culpa de los filósofos

Como graduado en filosofía no puedo sino avergonzarme al ver que la misma civilización que ha alumbrado a Aristóteles y a Kant ahora se halla sumida en problemas creados por su propia mano, identidades y categorizaciones estériles que poco tienen que ver con la libertad y mucho con crear comidilla política y doblegar voluntades ajenas. Es bochornoso y hasta criminal que tantos filósofos, sobre todo los que tienen el trasero pegado a sitiales o aspiran a ello, se hayan dejado seducir y que en vez de clarificar se dediquen a aplaudir o incluso a dar apoyo ideológico a basura pseudointelectual. Están jugando con fuego como niños irresponsables: piensan que nada de esto tendrá consecuencias; que no se arruinará nuestra capacidad de vérnoslas con la realidad y entendernos pacíficamente con nuestros semejantes ¡a palazos meterían tales entelequias en el sistema educativo y al final volcarán el vagón entero si con ello pueden prenderse una nueva medallita! Da igual la necedad que se diga si suena bien y con ello se consigue otro titular de "filósofo dice", preferiblemente acompañado de una fotografía rascándose la barbilla con expresión inteligente. El pensador se ha creído su propio mito, para desgracia de todos.

Pero mezquindad habrá siempre. Si os soy franco lo que peor me parece es la cobardía que permite que el mal triunfe, ese autoengaño que se escuda en el respeto a los sentimientos o una falsa humildad ante lo que se desconoce... cuando en realidad no es sino tolerar la dispensa general de cicuta, el castigo a la virtud o el desprecio a la libertad, y todo esto por miedo al dedo acusador de la turba.

Por todos es sabido que las lecciones impartidas por Kant (y otros tantos) no versaban sobre sus aportaciones personales, pero que estas acabaron incorporadas al canon de las generaciones futuras por su singular valor, reconocido por todos. Ahora esta cadena se ha roto, tanto porque en nuestros tiempos no importa a nadie el desarrollo de ideas en profundidad como porque cuando lo hay se hunde en un mar de morralla. Irónicamente el progreso que podría suponer la era de la información a nivel de transmisión de ideas se ha convertido en un sumidero donde lo bueno se pierde entre grandes masas de irrelevancia. Al final si el pensamiento occidental tal y como lo conocemos sobrevive no será gracias a gobiernos, academias e intelectuales, sino a pesar de ellos. Serán los heterodoxos, los capagrises, los liminales, y el disperso linaje de los filósofos aún preocupados por la vida y la belleza quienes conservarán el tesoro ahora que la tradición ha sido expulsada del templo. En otras palabras, se salvarán quienes estén en carreteras secundarias bien lejos de lo oficial y su acelerada carrera hacia del barranco del falso progreso.




miércoles, 25 de noviembre de 2020

De trasgos y problemas del primer mundo


Original del pasado 27 de Abril. Al final no lo publiqué porque pareció que la turba se iba a olvidar pronto del tema, pero no ha sido así. De hecho, sobre todo en lo que respecta a la obra de Tolkien, es una cuestión que resurge periódicamente en las redes.


Como curiosidad, me comunican que ayer fueron tendencia los Orcos. Al parecer ciertos pobladores de twitter decían que los Orcos son un invento racista, ya que son descritos con características inherentemente bárbaras y violentas, además de de parecer en el caso de los de D&D y Warcraft caricaturas de personas de ciertas etnias, sesgo que evidentemente se volvió contra ellos rápido. En el lado conservador decían que eso no tenía nada que ver. Creo que ambas partes se equivocan.

    En primer lugar, raza es un término conflictivo incluso cuando solo lo usamos para referirnos a humanos porque no hay ningún consenso sobre su significado, al menos en estos tiempos convulsos la gente mete la cultura de por medio o la saca a placer. En mundos de fantasía se usa raza como sinónimo de tipo o grupo diferenciado de criaturas porque la palabra hace arcaico, pero la discusión de idiotas perdería fuelle si entendiéramos que si lo pasamos a lenguaje moderno estamos hablando de especies, como cuando hablamos del hombre para hacer antiguo y en realidad nos referimos a los humanos. Además, los orígenes de las especies de fantasía residen en la magia o en la mano de dioses, no solo en criterios evolutivos.

    Los Orcos como tal son un invento de J.R.R. Tolkien, que se inspiró en los goblins, ogros y otros seres malignos de la mitología y el folclore. Tenemos diversas versiones sobre el origen de los Orcos, pero todas coinciden en que son criaturas corrompidas por el vala Melkor en los albores del tiempo. Morgoth (como después sería llamado) carecía de la capacidad de dar Ser a criaturas independientes y por tanto sus criaturas no fueron sino versiones deformadas de otros seres.

    La versión publicada en el Silmarillion es que los Orcos son elfos corrompidos mediante la tortura y la hechicería hasta el punto de alterar su naturaleza, aunque si tenemos en cuenta el resto de fuentes lo más probable es que fueran un cruce corrupto de elfos, humanos, espíritus y diversas bestias. Como he dicho, esta corrupción no es solo física sino que los orcos son esencialmente crueles y malévolos, sin albedrío para escoger el camino del bien. Son criaturas sin características redentoras, lo que los diferencia radicalmente de los pueblos humanos que luchan del lado del los señores oscuros pero no son malvados por naturaleza. Esto queda patente en la reflexión de Samsagaz Gamyi al ver un Haradrim muerto (en la película ese diálogo es de Faramir), que en el Silmarillion un linaje de los hombres orientales se opone a Morgoth y que además cuando los Númenóreanos caen en la soberbia se dedican a colonizar la Tierra Media y a esclavizar a otros hombres que ellos consideran de menor linaje. También es importante destacar que los Orcos de Tolkien (a diferencia de los que vinieron después) son criaturas bárbaras pero no primitivas: aunque no hacen nada bonito tienen un especial interés por las máquinas y los mecanismos de toda especie, y ya en El Hobbit se los describe como padres de la industria armamentística moderna.

Ilustración de Alan Lee

    El problema viene con los orcos verdes (o grises) de Warcraft o Dragones y Mazmorras. Los de Warhammer, también verdes, son poco más que una versión descafeinada y humorística de los de Tolkien: hooligans brutales y a veces caníbales, siempre predispuestos a la violencia. La diferencia es que no tienen a un Señor Oscuro y además evolucionaron... a partir de musgo y setas. Y por otra parte, los humanos de warhammer son un calco de naciones del mundo real, y hasta donde sé se ha seguido la práctica de exagerar humorísticamente los tópicos nacionales de todo el mundo, los "viejomundanos" (europeos) los que más.

    En cambio, los orcos (y otras especies) de otros mundos eran originalmente como los de Tolkien hasta que sus creadores cometieron una serie de errores al tratar de hacerlos atractivos para el público y alejarse de la imagen de bárbaros instrumentos de odio. Es decir, trataron de humanizarlos, y para diferenciarse de elfos y enanos les dieron un toque... tribal. Así de sencillo. Se recurrió a un tópico más viejo que la rueda: el del noble guerrero salvaje. Crearon orcos que no eran malos ni bobos por naturaleza, que pese a ser violentos bárbaros eran honorables, vivían en yurtas y tenían creencias chamanísticas. Básicamente humanos simiescos de color verde salpicados aún de esa idea de que son unos primitivos con pieles y hachas. En el caso de Warcraft es más sangrante aún porque el tópico no sólo se extiende a los orcos: los tauren son un pastiche de nativos norteamericanos y los trolls caníbales una suma de tópicos caribeños y de la antigua mesoamérica... Invito al lector a hacer una busca del acento con el que hablan estos últimos para que se le caiga la mandíbula al suelo. De hecho, empeora más la cosa que los reinos humanos sean básicamente monoculturales y anglosajones.

    Por tanto, si entendemos los orcos o cualquier especie de fantasía como lo hacía Tolkien o quienes siguen su estela en este aspecto, no estamos siendo racistas porque tenemos a humanos de diversas razas y culturas que comparten mundo con seres inteligentes que pese a tener aspecto vagamente humanoide poseen rasgos que los hacen distintos a nivel psicológico. Los orcos son una herramienta del Señor Oscuro y los elfos entienden el mundo de una forma distinta a los humanos porque son más longevos y tienen sensibilidades de las que nosotros carecemos. Los Ogros de cuentos de hadas comen niños y los duendes son zapateros.. Y esto está bien, porque además de ser recursos narrativos no son humanos ni quieren serlo. En cambio, si partimos de la idea de Warcraft o D&D las diferencias entre las especies son sólo estéticas: nos encontramos con criaturas que pueden tener atributos físicos distintos pero que en esencia no son sino humanos algo cambiados a los que los habitantes de ciertos países entienden mediante estereotipos que sí son racistas.


miércoles, 26 de agosto de 2020

La playa de las caracolas

Vivimos en un mundo mensurable y ordenado, si bien no cognoscible del todo desde nuestra perspectiva. Que más allá del alcance de nuestros ojos haya abismos oscuros e ignotos leviatanes es perfectamente posible, pero ese no es nuestro lugar y creer lo contrario es peligroso, pues sólo los dioses pueden contemplar la existencia desde fuera. En el mundo humano lo oscuro es tanto marginal como necesario y si imaginamos nuestra realidad como un gran círculo, ello es todo lo que se encuentra en una pequeña franja que toca el muro exterior. Visto de otro modo sería el litoral de nuestra isla donde, pareciéndose al niño que busca caracolas, el creador halla pequeños pedazos de potencial provenientes de las aguas más profundas.

    La realidad humana necesita de equilibrio. Es el reino de un emperador solar donde se hace la vista gorda con la bruja de la noche. El primero es el onomaturgo y el dador de leyes, mientras que la otra nos susurra los matices y variaciones. He aquí los padres no reconocidos de toda sabiduría. Sólo mediante este encuentro puede reconciliarse el ideal con el individuo y sus accidentes.

    En el caos, la nada o la oscuridad sempiterna no podemos vivir. Pero dado que la condición humana nos hace limitados, querer la pureza ideal o el orden absoluto también es llamar a la tragedia. Por eso el sistema sobre el que nos sostenemos necesita proyectar sombras o introducir en su interior una pequeña chispa de caos, ya que de lo contrario el movimiento se detiene y nuestra pequeña isla se ahoga en un océano donde reposan tanto el potencial que inflama el pecho de los héroes como infinidad de monstruos que ansían devorar todo lo que nos es caro.

La destrucción de Leviatán, de Gustave Doré (1865)


domingo, 9 de agosto de 2020

Pinceladas Históricas: Noche en blanco

Inauguramos hoy un nuevo tipo de contenido para este blog: las pinceladas históricas. Si bien mi formación académica y muchos de mis intereses tienen que ver con la filosofía, desde que era pequeño he sentido una gran fascinación por la historia militar. Es un pasatiempo que se superpone con mi gusto por pintar hombrecillos de 28-30mm de altura, y de hecho ambas pasiones se retroalimentan: ¿Qué mejor que echar mano de publicaciones de historia militar para saber cómo pintar correctamente los uniformes de un determinado periodo? ¿Y qué mejor que los wargames de miniaturas para tener en casa un pequeño pedazo de mis periodos preferidos?

    Una de mis contiendas preferentes es la caótica Guerra Civil Rusa y sus conflictos aledaños. En jerga de juegos de guerra es lo que a veces se conoce como Back of Beyond, expresión que en español vendría a significar algo como “el quinto pino”. La denominación proviene de una gama de miniaturas esculpida por el maestro Mark Copplestone y un suplemento para Contemptible Little Armies titulado Back of Beyond; ambientados en los conflictos en Asia Central después de la Primera Guerra Mundial. En otras palabras, se trata de una reactivación del Gran Juego a inicios de los años 20, donde chocan rusos rojos y blancos, señores de la guerra chinos, potencias intervencionistas, bandidos, variopintos grupos de aventureros, etc... Resulta un periodo atractivo para muchos wargamers porque ocupa un nicho especial entre lo histórico y lo pulp, cada cual sitúa la frontera donde quiere. Un servidor se encuentra en lado histórico de la ecuación, aunque ello no impide que en la vitrina de mi estudio junto a los oficiales zaristas esté Corto Maltés.

    De hecho esto me recuerda algo: ¡no estamos aquí para que les haga una ponencia sobre Vetumbrología! Hoy toca un comentario histórico de uno de mis cómics preferidos: Noche en Blanco. Concretamente, de su primera parte.

    Noche en blanco (1989-1997) es una serie guionizada por Yann Pennetier y dibujada por Olivier Neuray que nos cuenta la historia de Sacha Kalitzin, un ex oficial del ejército imperial ruso. La primera parte está ambientada en la guerra civil, concretamente en el frente siberiano. No les voy a destripar la trama, pero baste decir que se trata de una narración interesante para quien gusta de novelas gráficas de aventuras con un tono maduro, así como la estética de las primeras décadas del pasado siglo. El estilo de Neuray se aleja del naturalismo pero sin ser caricaturesco, y la estilización de las figuras encaja a la perfección con el tono de la narración. Dicho esto, comencemos con el análisis histórico. Vaya por delante que no pretendo ser exhaustivo, sino sólo comentar los elementos que me han llamado más la atención.

    Donde podemos hallar más errores históricos es en las menciones a elementos contextuales, pero afortunadamente siempre son referencias a eventos fuera de cámara. De hecho, podríamos resumir el origen de este problema en una sola frase: Rusia es muy grande y su guerra civil muy caótica. Probablemente los autores tomaron el periodo erróneamente como similar a la guerra civil americana o española cuando no es el caso. A este respecto, en un punto mencionan la posibilidad de unirse al ejército de Wrangel... ¡pero el grupo del protagonista se encuentra en Vladivostok y Wrangel en Crimea, en la otra punta del mapa y con todo el poder militar bolchevique de por medio!

    Es una época compleja porque hay multitud de frentes separados y los bandos no fueron en ningún caso entidades cohesionadas. Sin ir más lejos, los guardias blancos no eran una fuerza única, sino una variopinta coalición: además de las fuerzas de Kolchak que vemos en el cómic estaba el gobierno provisional siberiano, el Komuch y las ASFR de Rusia meridional, entre otros muchos. Estas facciones diferían en ideología además de en efectivos o equipamiento; hasta el punto de cubrir todo el espectro desde los socialrevolucionarios hasta los reaccionarios más extremos. Además, no hubo dos bandos monolíticos: formaciones enteras cambiaron de color varias veces y por si fuera poco aparecieron toda clase de nacionalismos locales, renegados e incluso señores de la guerra que nominalmente pertenecían a un lado pero en realidad se dedicaban a saquear a todo el mundo.

    Consecuencia de esta falta de conocimiento de la escala real del conflicto es que se confundan facciones de nombre o rasgos vagamente similares. Por ejemplo, en un momento dado nuestro protagonista habla de su juramento hacia el Gobierno Provisional ¿Pero cuál? La mayoría de futuros contrarrevolucionarios aceptaron el gobierno provisional de Kerenski tras la abdicación del Nicolás II como el mal menor, pero ese gobierno es anterior a la guerra civil, siendo su caída y el ascenso de Lenin uno de sus detonantes. Así, se confunde al gobierno provisional de Kerenski con el Gobierno Provisional Siberiano y el Gobierno Provisional Panruso (o directorio de Omsk) que acabó convirtiéndose en la dictadura de Kolchak. También se menciona a los Verdes como si fueran anarquistas liderados por Néstor Majnó, cuando en realidad eran campesinos rusos poco organizados, distintos del Ejército Negro de Ucrania.

    En cuanto al vestuario, la labor de Neuray ayuda al lector a hacerse una idea general del periodo. La mayoría de uniformes están bien para la época, pero aunque se nota que algo se documentaron volvemos al problema de antes: ¡Rusia es muy grande! El uniforme blanco y negro del protagonista y sus subordinados directos podría ser de las fuerzas de Kolchak si fuera caqui o con otra combinación de colores, pero parece inspirado en el uniforme del regimiento del general Markov, que luchaba en un frente distinto a miles de kilómetros de distancia. Lo mismo sucede con el de los cosacos: si bien en Sibera podría haber algún que otro cosaco del cáucaso con el tradicional caftán con cartucheras (cherkeska), los de las huestes siberianas solían llevar un uniforme similar al del ejército regular, sólo que con colores distintivos en los galones, las franjas de los pantalones y los detalles del sombrero.

    Aparte de la aparición en una ocasión de la ruleta rusa como forma de desafío (en realidad un tópico de origen literario cuya historicidad no ha podido demostrarse) no puedo criticar mucho más.

    Desde un punto de vista histórico, aún con los errores, la primera parte de esta novela gráfica puede ser una buena introducción para alguien que no conoce la Guerra Civil Rusa, ya que aparecen elementos clave: el cruel invierno siberiano, las desavenencias en el seno de cada bando, la importancia de las líneas de ferrocarril y los trenes blindados, la propaganda, el dudoso papel de las fuerzas intervencionistas, etc.

  Lo que me ha gustado más es la ausencia de moralina en la narración, algo muy complicado en conflictos con un trasfondo ideológico tan fuerte. La verdad es que este apartado está muy bien logrado, porque si bien el protagonista y sus aliados se nos presentan como los buenos de la historia no sucede lo mismo con el bando al que pertenecen. Por ejemplo la famosa Legión Checoslovaca, normalmente alabada por su Anábasis siberiana,  en Noche en blanco juega un papel antagónico. Desde el principio vemos que es una guerra muy sucia: tanto blancos como rojos torturan y fusilan por doquier; y el protagonista se topa en varias ocasiones con individuos represaliados por el régimen zarista al que tenía idolatrado. De hecho, en ningún momento se glorifica la violencia: sencillamente seguimos la andadura de los personajes por parajes donde se ha esfumado toda traza de civilización y piedad.

    En resumen, históricamente es una obra interesante para quienes quieren introducirse en el periodo. Los que ya conocemos un poco la época no podemos evitar señalar los errores, pero la impresión es que la intención de los autores es buena: en estos días de polarización e interpretaciones interesadas de eventos pretéritos, las obras con puntos de vista no moralizantes son un privilegio y por ello se les pueden perdonar algunas imprecisiones.

viernes, 7 de agosto de 2020

Schopenhauer y los duelos

Además de las carencias en cultura general que podríamos achacar a las nuevas generaciones, una de las crisis más acuciantes de nuestra sociedad es la mala educación en cuestiones de comportamiento básico originada en una sobremoralización de estética política. Este no es el momento ni el lugar para iniciar un debate sobre la politización o el abandono de aquellas materias que deberían encargarse de ello, sino de los argumentos dados en una dimensión mucho más mundana y pragmática. Es decir, lo argumentos dados por amigos, conocidos, padres y profesores a la hora de enseñar cuales son los límites del comportamiento adecuado de un ciudadano que independientemente de  su filiación política pertenece a una sociedad plural. La costumbre en este país, quizá heredada de la idea de todo lo que no debe hacerse es pecado y puede buscarse en el manual de instrucciones, o quizá simple fruto de la vagancia, es que las cosas deben hacerse porque se han hecho siempre de un determinado modo.

    Sólo se nos enseña un estilo de por qué: uno muy pobre que puede comprimirse en el clásico adverbio de afirmación o negación. La respuesta clásica es que está mal en un sentido laxo o que no debemos recurrir a la barabarie porque va contra una serie de reglas. Pero nunca nos dan el pastel completo: no nos cuentan qué se dice respecto al tema sin caer en verdades dogmáticas, y por eso nos dan la facilidades para quebrantar unos preceptos mal cimentados. A veces incluso esbozan mejor la manera de honrar el sufrimiento silencioso del mártir que la de prevenir que éste tenga que presentar la otra mejilla una y otra vez.

Riña a Garrotazos, de Francisco de Goya

Al final uno acaba buscando en otros derroteros la respuesta a la pregunta de por qué la beligerancia física es una lacra para cualquier sociedad que se pretende moderna. En mi caso particular, la respuesta se encuentra en la filosofía, y concretamente en el pensamiento de algunos pesimistas célebres. Dejando las caricaturas y los hombres de paja a los que habitualmente recurren algunos hijos de Rousseau en sus críticas, el pesimismo antropológico nace de una sensata toma de conciencia de la inseguridad humana. Concretamente, del percatarse de lo precario que es el equilibrio social, pues independientemente de la sociedad que vivimos los seres humanos somos individuos con voluntad y aspiraciones diversas, que tarde o temprano nos llevan a entrar en conflicto. Sin embargo, tenemos claro que vivir juntos y en paz acarrea muchas ventajas, la principal de las cuales es abrir la puerta a abandonar la subsistencia y por tanto tener tiempo de pensar en formas aún más avanzadas de resolución de problemas.

    Creer que el hombre es bueno por naturaleza suena bonito, pero implica vendarse los ojos ante el peligro de que otros puedan valerse de su voluntad para traer dolor a sus semejantes. Esto puede deberse a motivos muy diversos... Naturales: podríamos toparnos con un psicópata. Fallas en el carácter: la Historia es rica en ambiciones desmedidas que lo dejan todo peor de lo que estaba. Ideales: cuando miles de personas creen demasiado en la rectitud de su causa y acaban asesinando a varios miles más.

    ¿Acaso creemos que los peones de los totalitarismos pertenecían sólo a las dos primeras categorías? ¿Se levantaba por la mañanas el soldado hitleriano pensando en que iba a hacer el mal o por el contrario estaba absolutamente convencido de que cumplía con un deber glorioso para su patria? He aquí los cuernos y pezuñas de la bestia: los villanos de opereta no son tales. De perder la capacidad crítica o quebrantarse el marco de tolerancia de las democracias liberales usted o su vecino, con la debida dosis de ceguera selectiva, podrían volverse engranajes del Holocausto.

    Así, vemos que el riesgo del optimismo antropológico tiene que ver tanto con la ceguera ante el peligro como el convertirse en la raíz del problema en sí mismo: creer que podemos revertir el orden social a un estado adánico inexistente, traer el reino de Dios a la tierra o ejercer en vano de parteros del nuevo hombre del socialismo es peligrosísimo. De hecho, si han leído otras entradas de este blog ya se habrán percatado de que parte de mis esfuerzos van enfocados a combatir estos peligros, pues la pureza originaria si no es un mito es un lastre para el desarrollo; además de que parte fundamental nuestra naturaleza como homo sapiens son los artificios de los hijos de Lamec, no el vacío primigenio o la bestialidad. De ahí que nunca nos podamos sacudir el peligro de las espaldas.

    Pero de momento dejemos a un lado la contrucción de órdenes sociales complejos o mi machacona insistencia en los marcos de tolerancia y el libre examen. Siempre podemos tratarlo en entradas futuras. Buceemos pues hasta una esfera más elemental: la racionalización, hasta cierto punto de la violencia interpersonal. Hablamos por supuesto de los duelos ¿o esperaban ustedes algo menos decimonónico en el blog de alguien con la imagen de su salacot en la portada? Ya sé que a día de hoy no se habla de duelos, pero la idea de que cierta clase enfrentamientos son formas legítimas de dirimir algunas cuestiones sigue presente en nuestra época. Quien dice duelos dice batallas campales en calles, hemiciclos y estadios.

    Si alguien me pregunta por qué la violencia no es la manera idónea de resolver un conflicto entre pares, le digo que, en primer, lugar, existen grandes probabilidades de que los contendientes leven una buena dosis de dolor e incluso marcas permanentes. En segundo lugar, la idea de que se trata de (por mucho consentimiento que haya) un método justo es una fantasía. Sólo concibo el uso de la violencia como una herramienta para la legítima defensa ante amenazas directas, siempre que no haya otro camino o que el resto de opciones sean demasiado costosas.

    Tal y como dijo Schopenhauer (célebre pesimista) en Parerga y Paralipómena, justificar el duelo es justificar el asesinato. La idea de enfrentamiento en iguales parámetros donde la honra, la razón sobre alguna cuestión o ambas se las lleva el vencedor es ridícula, principalmente porque la condición de igualdad se convierte en una ilusión al establecer los medios, puesto que ya fuera antaño con espadas y pistolas, o actualmente con los puños, las condiciones de partida no son las mismas: los duelistas habrán nacido con capacidades físicas y mentales distintas, y habrán desarrollado sus habilidades de un modo diferente a lo largo de sus vidas. Así pues, establecer una convención previa siempre acaba dando ventaja a uno de los contendientes. Habiendo expuesto esto, vemos que el único enfrentamiento de esta especie con un punto de partida verdaderamente equilibrado es aquél donde se han abolido las convenciones, y donde cada cual saca partido a sus habilidades como mejor puede, sean garrotazos, arsénico en el té o el clásico apuñalamiento por la espalda. Sería plantear una regresión algo similar a un estado de naturaleza hobbesiano, donde cada cual puede usar los medios a su disposición para salirse con la suya ¡he aquí la igualdad de condiciones! Es decir, que ya no se trata de un duelo reglamentado, y por eso presentar la confrontación personal directa como método instantáneo de “justicia” o como camino para obtener la razón sobre alguna cuestión es incoherente.

Arthur Schopenhauer
Sin duda en la primera mitad del siglo XIX vestían mejor que hoy

Y todo esto sin entrar en qué clase de relación puede tener la verdad o la mentira con golpear a nuestro paisano en la cabeza con un objeto contundente... O en caer en la trampa del absolutismo emocional como solución universal. Porque si bien la empatía y otros sentimientos pueden ser claves a la hora de frenar nuestra mano, también pueden ser fácilmente anulados por el aguijón del odio, la codicia o las razones egoístas.

    Evidentemente, sociedad e individuo no pueden vivir sin confrontación, y afirmar lo contrario sería lo propio de una mente ingenua o de quienes desean guerras para acabar con todas las guerras, regímenes donde se impone la paz del silencio u otras opciones igual de dañinas. Como ya hemos comentado, cada día desde el amanecer hasta el ocaso se presentan multitud de impedimentos a nuestra voluntad, muchos de los cuales tienen que ver con el trato con nuestros semejantes. Entendiendo que por lo ya dicho debemos desterrar los métodos bárbaros, sólo nos queda la confrontación dialéctica, que aunque esta nos presenta de primeras el mismo problema que el duelo en cuanto a la desigualdad de los contendientes no acarrea la evidente desventaja de los garrotazos. El debate, acompañado siempre de una buena ética del discurso y la voluntad de clarificar, es un buen cauce para resolver ciertas tensiones presentes entre grupos e individuos en una sociedad democrática como la nuestra, cuyo deterioro tiene mucho que ver con la citada sobremoralización: a veces el debate se embarra porque se está tan convencido de la inferioridad moral del resto de contendientes que callaríamos ante la imagen del líder de nuestro bando sacrificando vírgenes o comiendo bebés, todo con tal de no conceder una ventaja al adversario. Quizá esta actitud sea el motivo de que desde hace un tiempo se venga escuchando más y más fuerte el distante entrechocar de los sables. Sin embargo, como si estuviéramos inmersos en una suerte de historia interminable, la ética del discurso o el por qué a veces va bien tener a mano el hacha de guerra son otras historias y por tanto serán contadas en otra ocasión.


domingo, 2 de agosto de 2020

La victoria de Saturno

Si uno lleva cierto tiempo deambulando por las redes seguramente se habrá topado con el ya manido debate del relativismo cultural y canibalismo. Me pregunto si lleva a algún lado entenderlo de este modo, bastardeando la antropología, la sociología, la filosofía e incluso la historia. Sinceramente creo que no, pero el ejemplo de la antropofagia es genial para explicar por qué gran parte del pensamiento sucesor de la posmodernidad es una larga cuesta abajo hasta el fango.

   Los moralistas del Renacimiento se adelantaron a nuestro tiempo con este debate. Según algunos, los europeos no tenían demasiado que reprochar a los caníbales de la amazonia porque en el viejo continente (entre otras tropelías) se quemaba a gente. Aunque esto último, costumbre bárbara donde la haya, no era tan común en el siglo XVI como pueda parecer (y sin duda donde se daba con más frecuencia era en el lado reformado de la ecuación), la pira u otros métodos brutales eran conceptualizados de forma negativa: el vulgo quizá podía considerarlos un método efectivo para impartir justicia y acudir al espectáculo que suponía, pero estaba claro que se trataba de un castigo.

    Cualquiera podría quitar tal imagen de la portada del libro de nuestra cultura y poner en su lugar la medicina moderna, los derechos civiles o las pelucas rizadas. O echar un breve vistazo al porcentaje de violaciones en sociedades tribales en comparación con las desarrolladas para que el buen salvaje de Rousseau vaya a dar contra el fondo de los acantilados de la Razón. En nuestros tiempos, unos pocos aspirantes a mesías han seguido corrompiendo y radicalizando hasta lo absurdo la tradición moralista: basta ver cuánto les gusta la comparación entre canibalismo y comunión. Dicen que sacarle el corazón a un enemigo derrotado y comértelo para obtener su fuerza al parecer es lo mismo que la ingesta simbólica de carne y sangre en forma de ostia, cuando precisamente lo segundo es (entre otros asuntos) la conmemoración de un autosacrifico que marca el paso a una época de culto sin los sacrificios animales del mundo judío o pagano. Otros incluso dan una justificación pragmática, haciendo hincapié en una supuesta dieta sana de los caníbales. Cuando les conviene el mundo es una sola esfera simbólica, cuando no, hiperrealidad positivizada. 

    El canibalismo como ejemplo de relativismo es uno realmente pernicioso, y decir que tienen sus razones como quien dice haber descubierto un nuevo continente es absurdo... ¡Todo el mundo tiene sus razones! Decir que no podemos juzgar una civilización porque nuestro punto de vista está sesgado tiene dos filos, ambos malísimos. 

    En primer lugar, identificamos interesadamente las culturas como bloques homogéneos totalmente equivalentes y aislados en el tiempo. Simplificamos, de modo que enfrentamos un ficticio idilio tribal a civilizaciones desarrolladas más allá de la subsistencia donde existen instituciones competentes y la posibilidad de toparse con disensión a todos los niveles. Anulamos la individualidad humana cayendo sin querer en el esencialismo, negando toda posibilidad de cambio a mejor.

    En segundo lugar, anulamos toda capacidad de juicio; creando así toda una sucesión de incoherencias que a la larga resultan dañinas para la sociedad en su conjunto. Es cierto que todo el mundo tiene razones, pero esto no anula para nada nuestra capacidad de discernimiento. El fascismo y la yihad tienen sus razones y sin embargo nadie con dos dedos de frente cree que no podamos juzgarlas por el hecho de tener nosotros las nuestras. Sencillamente no son equivalentes. Lo que se hace al seguir esas razones es objetivamente malo, no necesariamente en un sentido metafísico duro, sino porque destruyes todas las nociones de dignidad humana o libertad que existen en nuestra civilización; incluso erradicas la posibilidad de debate o clarificación sobre las mismas. No son válidas porque en su obsesión por la pureza anulan la pluralidad, y con ello la ventaja evolutiva de coexistir con un otro en cuyo reflejo podemos ver nuestras carencias. Bien al contrario, desfiguran al que es distinto hasta hacer que no nos reconozcamos en él. Así es como se corrompe a poblaciones enteras para que cometan atrocidades.

    Que nuestro mundo no tenga un correlato en otro de la Ideas más allá de nuestros cerebros no significa que no existan objetividades. Si no las hubiera, en el mejor de los casos evitaríamos subir a cualquier avión y en el peor nos quedaríamos encerrados sin salir de la cama por la total incertidumbre. Como decía Ortega, “las ideas se tienen, en las creencias se está”, pero esta cuestión esconde muchos misterios. Para vivir hay que posicionarse y para ello primero nuestros pies han de tocar el suelo. Debemos creer en algo antes de saltar a la palestra de las ideas, es un riesgo que hay que asumir.



    Aunque a veces resulta sumamente complicado hay que explicitar las creencias. El que nuestras objetividades devengan en cosas más oscuras sólo puede prevenirse a través de una vía: la crítica responsable de las mismas a través del debate; el enfrentarlas civilizadamente a otras perspectivas.Y ese cuestionamiento por desgracia no puede hacerse en cualquier lugar del orbe sin exponerse a ser encarcelado o algo peor. Pese a su montaña de defectos, el vecindario europeo es un paraíso. Ustedes pueden discutir sobre la hipocresía y las contradicciones que constantemente aparecen en las sociedades occidentales ¡pero es vivir en ellas lo que hace posible tal crítica! 

    El explicitar el sustrato de creencias de una sociedad no implica necesariamente tener que destruirlo, porque desde luego unos ofrecen mejores resultados que otros. Demolerlos a conciencia no lleva a un punto de vista holístico y neutro, es llamar al caos y a la guerra del hijo contra el padre y el hermano contra el hermano. O peor aún: es exponerse a ser devorado por otras formas de ver el mundo donde todo aquello que va más allá de la ciega creencia debe ser aplastado. Cada vez que recurrimos al relativismo absurdo, los sátrapas y zelotes del mundo se frotan las manos.

    Por eso podemos decir que gran parte del pensamiento actual lleva al fango: no se ha entendido la función que la crítica juega en el progreso; se deconstruye con el único objeto de marcarse un tanto sobre una pila de cascotes... cuando deconstrucción en realidad es análisis. Algunos se llenan la boca de palabras bonitas mientras con la otra mano señalan acusadoramente nuestro mundo, alabando precisamente el acto último de deshumanización: el devorar sacrificios humanos.

    Justifican la criminal equivalencia, por ejemplo, diciendo que si eso sucede es porque en esas sociedades valoran mucho a los sacrificados y nosotros somos sin excepción unos imperialistas de mirada colonizante ¡Y desde luego los valoran mucho! ¿Pero como humanos? ¿Acaso en muchas sociedades primitivas la palabra humano (y el concepto) no es la misma que la de integrante de ese grupo, reduciendo a los extranjeros a monstruos, demonios o dioses que probablemente se van a aprovechar de su ingenuidad?

    Y luego estos vendedores de humo hablan de la apropiación cultural como un pecado capital, cuando en realidad es el mecanismo de moderación por excelencia. El tomar selectivamente cosas de otros lugares como propias es nuestra mayor fortaleza, ya desde la antigüedad es señal de avance en las artes y las ciencias. El rasgo más indeseable de la tendencia aquí criticada es que habla siempre de hegemonía y multiculturalidad: eso significa que todos amiguitos pero encerrados en nuestras cajas, sin hablar ni criticarnos. Es decir, se cargan nuestra capacidad de progresar y vivir en paz en el futuro. Cárgate desde dentro las luces de la civilización que ha alumbrado la deliberación crítica o la integración del vecino y la sombra de la guerra se asomará una vez más. Muy bajo hemos tenido que caer para buscar lecciones no ya en un caníbal (que cuando no está merendándose a alguien puede tener algo que aportar), sino en la glorificación del mismo canibalismo; la demolición de nuestro tabú originario.


jueves, 30 de julio de 2020

Referentes

Para criticar los desvíos tomados por ciertas corrientes de pensamiento no hace falta ir a la luna y volver: basta echar un vistazo casual a la relación casi especular entre sus voces más radicales y algunos arquetipos que en la educación son señalados como modelos a seguir. Entre la lista de personajes que se han vuelto tópicos hasta la extenuación destacan dos: Medea y Lolita.

    En las aulas Medea es señalada como referente de independencia y vindicación femenina porque Eurípides pone en su boca una serie de denuncias legítimas sobre los problemas de la mujer, más en una sociedad como la helénica de aquellos tiempos. Ahora bien, Medea no es una figura de luz y bondad: ahí donde es ingeniosa o fuerte es también retorcida. La hechicera cólquida aplica su considerable talento con la única guía de un sentimentalismo pueril carente de toda mesura, y no precisamente de forma explosiva e iracunda, sino con crueldad totalmente premeditada. Le dan igual los daños colaterales en su búsqueda de justicia, y de hecho su venganza contra Jasón está enteramente centrada en masacrar a inocentes. La princesa Glauce muere de forma horrible al tocar sus regalos embrujados:


"No se distinguía la expresión de sus ojos ni su bello rostro, la sangre caía desde lo alto de su cabeza confundida con el fuego, y las carnes se desprendían de sus huesos, como lágrimas de pino, bajo los invisibles dientes del veneno"

 

    Además perece también el desconsolado Creonte, que abraza fatalmente a su hija y se impregna con la ponzoña. No contenta con esto, antes de huir Medea asesina fríamente a sus propios hijos, culpando de ello al ultraje cometido por Jasón. Con esto queda demostrado que pese a las quejas son legítimas, Medea representa sin duda el arquetipo de mujer fatal, manipuladora e irracional a la que le da igual la vida de sus hijos con tal de hacer sufrir a su ofensor... por quien anteriormente había urdido un plan para cortar a su propio hermano en pedazos. Es un tópico antiquísimo, más si tenemos en cuenta que Medea no es griega, sino una extranjera del oriente que se percibe como exótico y mágico.

    En sí el personaje es parte de un recurso narrativo que nos advierte de los peligros de la hýbris del argonauta. No es para nada un buen referente. La lección que nos enseña la tragedia es que no hay que hacer lo de Jasón, ¡no ser como Medea! De hecho, la interpretación simplista de la hechicera como alegoría del empoderamiento femenino nos venda los ojos ante su bello y más antiguo papel en el simbolismo del paso del pensamiento mágico al racional*.


Medea, de Frederick Sandys


    ¿Y qué decir de Lolita? Quienes la toman como referente de empoderamiento obvian con demasiada frecuencia que el libro homónimo está escrito en la forma de las confesiones de un depravado sexual que nos cuenta las cosas a su manera. Es decir: Lolita es un personaje ficticio dentro de una obra de ficción, y a su vez su figura responde a los intereses de un personaje cuestionable que se sirve del barniz de tópicos sobre la mujer del mismo tipo que los arriba citarlos para retratarla de forma que sirva de justificación racional (al menos para él) o atenuante de sus acciones a lo largo del relato. Tomarla como bandera revolucionaria es como caer en una trampa para osos en campo abierto señalizada con letreros de neón.

    En mi opinión deberíamos tener cuidado con los referentes que señalamos a los ciudadanos del mañana. Con demasiada frecuencia en las redes vemos modelos que no son sino idealizaciones patológicas o confundimos la lucha por la igualdad con la venganza... a veces incluso preventiva, ¡por ofensas que no se han producido aún! Semejante ideario, que parte de un irracionalismo segregador, asquearía a predecesoras ilustres como Olympe de Gouges o Mary Wollstonecraft. Y por desgracia en tiempos recientes se han infectado otras causas legítimas: allá en las Islas Afortunadas Martin Luther King se une en luto a las dos señoras frente a la tumba de la integración.

    Por favor, apuntemos a imágenes positivas y así no tendremos que horrorizarnos ante el nacimiento de monstruos.


*véase la entrada Enkidu y la inocencia perdida: https://nestor-vetumbra.blogspot.com/2020/07/enkidu-y-la-inocencia-perdida.html


Leviatanes virtuales

Es increíble que en menos de una década tantos espacios de internet hayan pasado de ser foros libres a dictablandas corporativas donde se censura con impunidad. Basta ver youtube: no sé cuántos escándalos relacionados con la monetización va habido, y ninguno ha sido culpa del usuario medio, sino de fallos de google que han permitido colarse a indeseables o a presiones del stablishment cultural americano o grupos de presión afines. Por ejemplo, para contentar a unos pocos han llegado a instaurar un sistema donde se analiza los audios de los vídeos para ver si dicen palabras que a ellos no les gustan y así impedir que se moneticen. 

    Si es usted un milenial estereotípico quizá no le importe, pero los que vemos canales donde se habla de ideas hemos visto desde hace mucho como algunos de los creadores a los que seguimos tienen que buscar atajos absurdos para no decir ciertas cosas. No solo se trata de una barrera a la comunicación sino al mismo pensar y a la capacidad para ganarse la vida de muchas personas. Y lo peor no es esto, sino que no haya una protesta general ante semejante atropello de derechos. 

    Esto me ha recordado que mucha gente, a partir de cierta edad, tiene por costumbre quejarse de los espacios virtuales tratándolos como antros dónde sólo caben ignorancia y enanismo moral, cosa que más allá de twitter no es cierta. Los medios de comunicación tradicionales (los periódicos o la televisión) tienen mucho que ver con esta actitud de cerrazón total en gran parte del público: hace años que impulsan una imagen negativa porque ven como a poco son devorados por internet. Y al mismo tiempo se valen de ese espacio entre espacios para esparcir medias verdades que han polarizado a la sociedad hasta llegar al momento crítico en que nos encontramos. Aunque esa es una historia para otro momento. 

    En mi opinión las redes y plataformas albergan tanto defectos como un gran potencial para el bien, claro está, si se usan correctamente. Lo que hay que hacer es volver a la red con libertad de expresión de principios de siglo y educar en los colegios para que los niños de hoy aprendan a navegar correctamente y a contrastar la información. Evidentemente en internet hay peligros, pero que en el mundo físico haya barrios o incluso países potencialmente peligrosos no es óbice para que salgamos a la calle en vez de encerrarnos a cal y canto en nuestras casas. 

    No puede ser que dejemos el conocimiento sobre una parte fundamental del mundo moderno para la universidad. A veces ni eso. Me parece vergonzoso ver cómo los jóvenes de hoy se orientan peor por las redes que los de hace una década, y he visto de primera mano como alumnos de bachillerato no saben usar correctamente ni un procesador de texto. En mi generación íbamos como locos para apuntarnos a la extraescolar de informática... ¡En primaria! Los que tuvimos la suerte de ir aprendimos los fundamentos generales y pudimos explorar e improvisar por nuestra cuenta. Y eso fue posible porque la motivación de fondo era divertirse en un mundo nuevo. Aprendimos a hacernos correos electrónicos porque queríamos registrarnos en videojuegos, o a buscar información y usar herramientas de office para hacer presentaciones de temas que nos gustaban. Y vaya si lo hicimos. 

    La solución a la ola de histeria actual es complicada, pero en el tema de las redes sociales es hora que se intervenga para asegurar un trato equitativo del usuario, sólo entonces será el momento de instaurar la educación obligatoria en cultura virtual. Las multinacionales no pueden endiosarse y decidir quién tiene o no tiene voz en función de las inclinaciones políticas de sus dueños o las amenazas de turbas infantilizadas. Eso es matar al pensamiento. Los que me conocen saben que tengo sensibilidades liberales y por ello tiendo a desconfiar del de los Estados. Pero soy liberal al fin y al cabo, nada que vaya más allá: el Estado que en manos de según quien podría destruir nuestras libertades está también ahí para protegerlas. Es necesario que exista y que preferiblemente tenga todos los contrapesos internos posibles para asegurarse de que no puedan ascender tiranos. Por esto si una empresa (en muchos casos extranjera) está atentando contra las libertades de los ciudadanos, el Estado debería meterla en cintura diciéndole que o actúa de forma neutral con sus usuarios o, si prefiere censurar a placer, se la pasará a considerar editoral (publisher) y por tanto responsable. Esto significa, como los americanos están discutiendo ya con el tema de Silicon Valley y el Art.230, que a la primera muestra de una actividad ilegal o promoción de la misma (desde propaganda de grupos terroristas hasta economía sumergida) todo el peso de ley caería sobre la red en la que ha aparecido. 

    Como habrán adelantado no es una elección salvo para los suicidas: Facebook, Instagram, Youtube y compañía no son periódicos. Son redes sociales, plataformas donde los usuarios registrados publican e interactúan libremente. De ahí que antes de exponerse a ser sancionadas o pasar a ser editoriales y que alguien les arrebate el mercado escogerían claudicar y hacer oídos sordos o despedir a los zelotes. Lo que no puede ser es que no actúen ni como editoriales ni como plataformas, sino como leviatanes virtuales.

Portada del Leviatán de Thomas Hobbes



viernes, 24 de julio de 2020

La Grandeza

Aparte de la buena conversación y las cosas hechas para durar, creo que algo que echamos de menos en esta época es la grandeza. Para mí esta palabra aplicada al rasgo personal es uno de los términos más difíciles de definir que existen y al mismo tiempo algo a lo que se debería aspirar aun cuando soñamos con vidas sencillas apartadas del ruido de las calles. La grandeza no se limita a la compasión, la bondad, el honor, la franqueza o la ejemplaridad; tiene además una curiosa característica narrativa, un sentido cuasi épico producto del darse sentido de forma radical. Grandeza es dotar de una cierta aura hasta a las cuestiones más mundanas, de decidir que uno puede dejar una impronta positiva en el gran drama en que todos vivimos y abandonar los sueños edulcorados con las que la cultura de masas embota el cerebro. Es cuando alguien, por muy diminuto que le parezca su campo de acción, sigue a esos familiares, amigos, mentores o conocidos con carácter por la senda de los grandes héroes y sabios de antaño. Lo importante no es que el nombre aparezca en el libro o en las canciones, sino estar donde corresponde.

    Se trata de un rasgo difícil de definir, pero seguro que todos podemos contar alguna historia, hemos visto el extraño brillo en los ojos de alguien o notado el cambio en el tono de voz al tratar ciertas cuestiones. La grandeza existe y puede percibirse. Por ello, no importa que vivamos en una era de nebulosidad en la que los Hombres se aterrorizan ante meras palabras: tarde o temprano aquellos de naturaleza libre se topan, en lugares y compañías insospechados, con las puertas que conducen a su sendero.


miércoles, 15 de julio de 2020

Regreso a la sopa primordial



Así como no podemos censurar de forma absoluta una herramienta o material por el simple hecho de que alguien les haya dado un mal uso, tampoco podemos hacerlo con los mecanismos que usamos para el entendimiento y la clasificación de la realidad.
    Si la problemática del humano primitivo era su simplicidad basada en la subsistencia, en el mundo civilizado lo fue el uso interesado de los conceptos, y nos guste o no, estos constituyen de manera ya inconsciente la base de cualquier sistema de pensamiento, desde la simple asociación de un objeto a un nombre hasta la constitución de una religión o sistema filosófico. Negar el concepto es negar el orden, y lamentablemente no podemos conocer la realidad sin organizarla dentro de nuestro pensamiento. Esta negación, de hecho, sería contradictoria, porque para formularla ya necesitamos un lenguaje y una serie de supuestos y pruebas racionales sobre los que construir una argumentación decente, lo que nos demuestra que es imposible salir del concepto. En conclusión, una de las muchas cosas que convierten a nuestra especie en un fenómeno claramente anómalo dentro del reino animal es que para vivir necesitamos dar nombre a las cosas.

    Así pues, la esencia de la desmesura ha sido, hasta nuestro días, la perversión interesada de la naturaleza útil o estética (Que en el fondo no son tan diferentes) de las cosas en vez de su conservación y perfeccionamiento. Quizá con la mejor de las intenciones, el pensamiento filosófico o incluso cotidiano posterior a la modernidad se dedicó sistemáticamente a detectar y desmontar los dogmas y demás constructos interesados o simplistas que hasta entonces habían regido a la humanidad. Esto, sin embargo, no ha servido para prevenir el uso indigno de las herramientas inherentes a la condición humana, ha hecho todo lo contrario.
    Se ha identificado de manera totalmente equivocada al orden y a la clasificación en base a conceptos con la tiranía o la estrechez de miras, lo que ha derivado en un rechazo total y absoluto del inmanentismo más racional y humanista. Así pues, hoy en día los objetos, seres, artes y demás elementos del mundo que nos rodea carecen de toda naturaleza que permita identificarlos, y ya no hablemos de la fundamentación de constructos intelectuales de mayor tamaño. Estamos abocados a un subjetivismo tal, que lo relativo nos ha vetado la entrada al conocimiento y a las artes mismas, así como a su expansión y su refinamiento. La ética y la moral también han acabado muriendo, y con ellas ha caído también toda posibilidad de debate sobre temas importantes y elevados, puesto que a casi nadie le importan realmente más que en el gesto vacío.
    Aquellos defensores del relativismo imperante en el mundo actual, sin saberlo, sólo lo usan para desbancar de manera falaz y simple (pero políticamente correcta) el discurso de sus interlocutores, una simple arma de tiempos modernos para defender sus propios dogmas enquistados. Afirman que cuando damos nombre a los objetos, a las ciencias o a las artes estamos siendo intransigentes, puesto que supuestamente creemos que estos tienen unas características derivadas del orden del universo que tenemos desde "Nuestro punto de vista". Y no es así. De hecho, ellos mismos incumplen esta queriendo alterar a marchas forzadas el lenguaje para adaptarla al que creen que es la única mirada válida, hasta el punto de institucionalizarlo y llegar a crear problemas en la percepción y el razonamiento de sus conciudadanos.
    Como ya he dicho al principio, los conceptos son algo esencialmente humano. Antes que por acción de alguna mano negra misteriosa surgen por necesidad. Es por esto que las matemáticas no existirían sin nosotros, puesto que estas son un sistema para organizar y comprender la realidad, no son la realidad en sí misma... o quizá podríamos decir, desde cierto punto de vista, que pertenecen a un plano de la realidad construido por nosotros mismos que sirve para manejarnos con lo que ya estaba ahí antes de nuestra llegada. Por tanto, cuando se intenta dar nombre a elementos físicos o abstractos que comparten una serie de características, partimos de algo realmente primitivo que con el paso de los siglos se ha ido desarrollando, pasando de ser un componente simplemente social a algo que permite expandir la mente y llegar hasta límites de razonamiento insospechados. No estamos negando los accidentes que individualizan cada cosa concreta, sólo reconociendo que existen peldaños superiores en nuestra jerarquía conceptual.
    El lenguaje es una herramienta organizativa, así de sencillo. Puede ser todo lo gris y formal que queramos, puede ser informal o gracioso, elevado o mundano... Pero eso depende del grado de conocimiento que tengamos de su evolución y uso, además de nuestra propia creatividad y propósitos al utilizarlo. Es más, me atrevería a decir que es la mejor herramienta de la que disponemos y la que ha permitido nuestros más grandes logros. Por ello, el concepto no viene dado por un orden externo, más bien es todo lo que tenemos para comprender dicho orden, y es precisamente esto lo que permite someter algunas de sus partes a debate y no es algo cerrado en sí mismo.
    En conclusión, y recordando que negar la conceptualización de manera coherente con uno mismo es imposible, la sistemática duda y la carencia de bases del relativismo y del pensamiento ideológico actual nada tienen que ver con el espíritu crítico de la Ilustración. No es algo que haya servido para emancipar al hombre de su propia tiranía, ha sido más bien un paso atrás destinado a crear equívocos irresolubles y a dejarnos estancados en una nueva era de oscuridad y de cultura de masas: sustituir el cosmos por una sopa primordial de accidentes. Ha calado tan hondo que hasta los propios críticos de la civilización actual no son más que cómicos que debaten sobre sandeces porque... ¿Cuando la realidad no existe o no es racionalizable de qué sirve discutir o rebelarse? ¿No sería eso un cañoneo constante a base del mismo dogmatismo que nos dijeron haber logrado enterrar?
    Quizá cuando dejemos de jugar a los cazafantasmas y desempolvemos las viejas librerías consigamos completar exorcismo y recuperar la ilusión suficiente para ajustar el mecanismo de nuestras vidas.


El tirano a todos cree de su condición

Otro motivo del pésimo estado de las cosas podemos hallarlo en la cuestión institucional: la gente decente a veces acaba en una institución pública o de cierta autoridad, pero no es normal que el poder sea su objetivo primario. Llegan a la institución porque se les presenta la oportunidad y los más nobles entre ellos, aun pudiendo asumir las responsabilidades que ahí se les exigirán, se preguntan con humildad si reúnen las cualidades necesarias para un puesto que debería pertenecer a ciudadanos modelo. Esto no sería problema si no existiera un bien definido perfil de persona que sí está obsesionada con lo institucional que acaba malogrando el sistema y ahuyentando (o directamente vetando) a hombres y mujeres de mayor valía.

    En el menos malo de los casos, vemos esto reflejado en el estereotipo del funcionario incompetente de la cultura popular, a quien la falta de vigilancia o el mal ejemplo lo han llevado a desentenderse de la responsabilidad y a ver su vientre ablandado o sus párpados a medio caer por obra de una apacible soñolencia que no curan ni todos los cafecitos del mundo. Particularmente en España esto suele ir acompañado de cierta conciencia de clase que no se corresponde con la posición ocupada: combinan un discurso obrerista decimonónico con todo vicio burgués que uno pueda imaginar.

    Sin embargo, hay un caso peor, que hace mucho más daño  a la salud de las democracias occidentales, y es el de aquellos individuos que están ahí por el poder en bruto además de las prebendas. Estos suelen carecer de escrúpulos y pertenecer a unas ideologías muy concretas. Si examinamos por un instante el trabajo de aquellos que han puesto por escrito sus pensamientos o a su parentela intelectual, observamos que ven el mundo exclusivamente en términos de poder. Pero no poder en sentido de automatismo; algo que se naturaliza, corrompe y se acaba olvidando su razón de ser. No, para ellos siempre es algo intencional. No hay que revisar los viejos órdenes decadentes o las relaciones de poder porque a veces hagan el mal con el pretexto de la necesidad, sino porque estos son una conspiración totalmente consciente que ha de ser sustituida por otro orden que los beneficie a ellos. Todo es opresión que debe ser combatida con más opresión y censura, siempre que venga de mano de los buenos y los justos. Porque creen que a los virtuosos no hay que juzgarlos por sus obras, sino por las intenciones libertadoras que han servido de excusa para cometer innumerables crímenes. Y lo peor es que creen que todos sus semejantes pensamos de este modo enfermizo o no vemos de qué palo van.


    Por eso el poder puede resultar tan peligroso, porque desde luego puede corromper a personas bienintencionadas, pero sobre todo acentúa y blinda el mal que ya se encuentra en el interior de muchos individuos. Por eso precisamente puedo entender que Tolkien hablara siempre de poder en sentido negativo a no ser que este satisficiera a un orden mayor y desinteresado. Uno puede perdonar al que es despistado, o incluso al que roba o malversa por concupiscencia si cumple su condena y demuestra arrepentimiento. Quizá incluso se puede perdonar al que en algún momento se aparta del mal uso del poder y pasa a valorar otras cosas. ¿Pero se puede perdonar a alguien obsesionado con retorcer las instituciones para usar el poder a favor de su ideología, creyendo que todo el mundo haría lo mismo, que hay una especie de acuerdo tácito al respecto? ¿Tiene alguna clase de salvación alguien que es capaz de sacrificar el derecho a la existencia del que es diferente sin ver en ello alguna clase de maldad?  

En mi opinión no.

lunes, 13 de julio de 2020

De almas y dignidades

Voy a mojarme con un tema sensible, pero la verdad es que me parece que los antiabortistas tienen severas carencias informativas y dificultades para el razonamiento lógico. No me refiero a la cuestión de si debería ser algo gratuito o privado, sino al problema de fondo: la dignidad humana. Al final el argumento de esta gente se reduce a que el aborto es un acto de violencia contra una persona, es decir: un asesinato. A partir de aquí he escuchado que el infante debería tenerse aun siendo fruto de una violación, aun a riesgo de la vida de la madre o incluso si el médico advierte con antelación de que tendrá algún problema de salud severo e incurable. 
    Sus argumentos giran siempre en torno a que el cigoto o el feto en los primeros meses es una persona, y tiene por tanto derechos. ¿Pero qué es una persona? Podemos entrar en una discusión legal sobre el tema que no nos llevaría a ninguna parte, pero al final al hablar de esta cuestión siempre se acaba bajando al cenagal de lo trascendente. Así, podemos decir que en este campo se considera que una persona -humana en este caso- lo es por el hecho de tener alma. Para los antiguos el alma era un hálito que servía de fuerza motriz al cuerpo de los vivientes, y en el modo tradicional en el que nosotros lo entendemos a esto se suma que es, de algún modo, la esencia del dueño: aquello que rige sus acciones, retiene su memoria, constituye su entendimiento y, sobre todo, aúna su sentir. 

    Para estas personas, el aborto sería un acto sacrílego y de lesa humanidad no por interrumpir el proceso biológico, sino porque ello impide a un alma (una persona ya existente) desarrollar sus potencialidades en el mundo. El tema es que es que esta idea de alma es arcaica: además de lo citado se trata de una entidad nebulosa que está antes de que nazcas y sigue existiendo después de que te mueras. Creer esto es un absurdo, metafísica de garrafón, porque la ciencia moderna, desde luego, tiene algo que decir sobre cuestiones tales como el momento en que un proyecto de ser humano comienza a pensar o tener emociones... y caen bastante lejos del usual plazo para abortar. El alma de nuestros días está en la mente, y la mente no se adjudica: se desarrolla. Por tanto, si creemos que al abortar estamos haciendo competencia desleal a la Parca, debemos creer también que cometemos un crimen aún peor cuando aplastamos al mosquito que nos pica o a la mosca que ronda nuestros alimentos.
    Los antiabortistas hablan de dignidad de una manera totalmente incoherente: la adjudican a algo que no es persona, y ello otorga carta blanca para atentar contra la dignidad de quien sí lo es, que normalmente es una madre con toda una vida por delante, así como las personas que la rodean. Y esto no solo convierte a los mal llamados “defensores de la vida” en ignorantes, sino en partícipes de un rotundo mal moral. No hablemos ya de las recientes polémicas concernientes al aborto por motivos de salud del futuro infante. Aquí la izquierda y la derecha se dan la mano tachando a sus partidarios de bárbaros eugenistas nazis; lo que faltaba por ver: adeptos del sufrimiento por predestinación dándose la mano con progresistas. He llegado a ver artículos de gente afirmando que los partidarios de la interrupción del embarazo por estos motivos queremos asesinar los discapacitados, o incluso presumiendo de adoptarlos por moda ¡Ni siquiera por caridad o compromiso ético!
    Lo coherente, si se cree en la dignidad humana, es arremangarse y ofrecer toda la ayuda y comprensión posible a las personas con discapacidad o dolencias graves en sus desafíos diarios; pero también lo es prevenir en la medida de lo posible dichas situaciones. Si el médico te dice que que el infante tendrá un problema severo, no debería estar penalizado interrumpir el embarazo e intentar tener un bebé sano en el futuro. 

Pd: Conste -que ya veo venir a algunos- que no estoy negando la felicidad a nadie, precisamente lo que defiendo es la felicidad de todo el mundo, que bastante amenazada está por cosas que no podemos predecir.

domingo, 12 de julio de 2020

Enkidu y la inocencia perdida

Lo que algunos no entienden en esta época de puritanos digitales es que la civilización siempre lleva consigo la gran tragedia del hombre, originada en la pérdida de la inocencia: la realización de que provenimos del mismo reino que los gatos o las hiedras, pero nuestra conciencia humana hace que tengamos la sensación de que no encajamos en él, es decir, que estamos contaminados. Este mismo distanciamiento se extiende a cualquier estado que consideremos originario, y el mejor ejemplo de ello es la perspectiva que muchos tenemos de la infancia. Quizá algunos conservemos la ilusión que otras personas desecharon, pero tenemos claro que no volveremos a ser niños jamás. Cuando uno se percata de ello es una revelación dramática, y sin embargo al cabo de un tiempo acepta que no es un hecho bueno ni malo, sino que sencillamente es ley de vida. Aunque de súbito el mundo se vuelva complejo y los significados se amontonen o contradigan,  más allá de este abismo hay grandes maravillas por descubrir.
    A lo largo de los milenios la transición se ha representado de muchas formas, pero casi siempre tiene elementos comunes, como el descubrimiento del Otro y la aparición de una Razón que nos aleja del mundo primigenio. Por todos es conocida la historia de Adán, aunque a título personal prefiero historias donde aparece este tema sin ser mitos de creación, sino de integración de un individuo externo en algo existente. De estas, destaco la historia inicial de Enkidu en la epopeya de Gilgamesh, la obra épica más antigua que conocemos.
"Cuando se hubo saciado de sus encantos
Dirigió su mirada a su rebaño.
Las gacelas vieron a Enkidu y comenzaron a correr,
Las bestias del campo se alejaron de su presencia.
Enkidu estaba debilitado, no podía correr como antes,
pero ahora tenía razón y un amplio entendimiento"
    Explicando este fragmento de forma breve, Enkidu es un hombre bestial creado por los dioses para causar problemas a Gilgamesh, rey de Uruk, como castigo por sus excesos. Cuando llega al mundo , Enkidu vive en armonía con las bestias, como un animal más, y las protege rompiendo los cepos tendidos por los humanos. Los cazadores, alarmados, van a Uruk a pedir ayuda al rey, que en respuesta envía a la hieródula Shamhat. Durante seis días y siete noches el salvaje yace con la prostituta sagrada, sin darse cuenta de que con ello sus impulsos acaban sometidos a la civilización... hasta que ve que el precio del habla y la razón es haber dejado de ser un animal más. Se trata de algo similar a lo que sucede con la hechicera Medea en la mitología griega, que después de traicionar a los de su sangre por amor a Jasón, regresa a la hélade junto a los argonautas pero se da cuenta de que el mundo natural ya no le habla como lo hacía antes.
Maravillosa ilustración de Rebecca Yanovskaya


    Regresando a la epopeya acadia, Enkidu es convencido de abandonar el páramo por Shamhat y juntos se dirigen a la ciudad para casarse. Ahí, el rey trata de reclamar su derecho de pernada, pero Enkidu se opone y tras una lucha de épicas proporciones él y Gilgamesh se vuelven grandes amigos y compañeros de aventuras. El hombre salvaje no volverá a ser el mismo jamás, y sin embargo por el camino ha descubierto un nuevo mundo.
Evidentemente contar esta historia hoy día es escandaloso y casi delictivo.
    No aceptar la transición y querer volver a una era de inocencia total resulta patológico, y de hecho ahí se origina la crisis que atraviesa ahora nuestra cultura. Todos estos niñatos justicieros de EEUU y sus adláteres europeos quieren traer una especie de reino de Dios en la Tierra: siguiendo los pasos de Calvino quieren que el ser humano de a cada cosa su uso natural, es decir, seguir la finalidad según la cual ha sido creada... ¡como si pudieran conocerla! Al ser administradores directos de la verdad en mayúscula (lo que hace cinco siglos considerarían divino) cualquier orden humano resulta ilegítimo a sus ojos. Y humano significa, entre otras cosas, que puede hacer la vista gorda o recurrir al humor ante determinadas contradicciones naturales... es decir, que implícitamente la civilización se sabe imperfecta, y aunque reformarla vale la pena seguirá siendo imperfecta siempre, del mismo modo -saltando de la mitología a la filosofía- también nuestro saber será siempre incompleto.
    No volveremos nunca a una edad dorada, e intentar hacerlo sólo nos traerá sufrimiento. No habrá un Fin de la Historia, algo que no es necesariamente malo. Por eso los adeptos de la justicia social están destinados a fracasar en sus empeños y los hijos a avergonzarse de semejantes padres una vez vean que más allá de los algodones el mundo sigue existiendo. Los niños de hoy o sus hijos quizá vivirán la pérdida del paraíso mucho más duramente que los de mi generación, pero estoy convencido de que aprenderán la lección que su predecesores han ignorado. Cuando haya pasado el temporal de histeria recaerá sobre sus hombros reconstruir lo que quede.


Damas y caballeros, sean bienvenidos a mi blog. En este espacio encontrarán desde reflexiones filosóficas sobre el caos rampante en nuestro presente hasta publicaciones sobre mis intereses, anécdotas curiosos o pequeños episodios humorísticos. Durante mucho tiempo amigos y familiares han estado diciéndome que me hiciera un blog, y aquí estoy ¡casi diez años después de que comenzaran a insistir! Más vale tarde que nunca.

Si me han de conocer por algo sin duda será por lo que lean y vean en las entradas, así que no voy a escatimar un segundo más en presentaciones. Espero que la visita les sea placentera. No duden en comentar su opinión, compartir o en hacer saber de este espacio a quienes puedan sentirse interesados.

Atentamente,

Néstor Vetumbra