miércoles, 22 de diciembre de 2021

Curas paliativas

Quizá la prueba de que un mundo asépticamente moderno no puede desprenderse de la búsqueda del Sentido es que existe el arte contemporáneo. Si ignoramos a los especuladores y a los buscadores de prestigio, en sus consumidores vemos individuos que buscan un pasaporte a la salvación.

    Necesitan creer que participan de un misterio más grande que su propia existencia y que con algo de dinero pueden llevarse un fragmento de ese relato a sus casas.  A veces nos preguntamos por qué funciona tan fácilmente la treta del vestido nuevo del emperador, pero es que desde el fin de la Modernidad la alternativa ya no es el ridículo, sino sencillamente sentarse a esperar la muerte. En nombre de una perfección inalcanzable (la creencia optimista en la iluminación o el fin de la historia) hemos torpedeado todo lo demás, empezando por la religión, hasta quedarnos sin nada. Por eso aunque no escuchen nada significativo en el eco de las palabras del supuesto artista muchos se acaban forzando a creer que hay una red que les evita caer por el precipicio. O quizá más que temer el descuido les aterra la fatal atracción del vacío.

 Sea como fuere, el problema es que dicho salvavidas se apoya en un discurso que niega la legitimidad de las formas de arte o artesanía tradicionales, aquellas que además de evitar la debacle son capaces de ennoblecernos y abrirnos a un mundo donde aún existe una belleza que no puede ser diseccionada o cuantificada, esas mismas formas de arte que han seguido existiendo y evolucionando pese a no ser de ningún interés para la Historia del Arte. Por eso, el arte contemporáneo es inmoral incluso antes de que el dinero aparezca en la conversación: mantiene con vida, sí,  pero aleja toda posibilidad de curar la enfermedad.

Alegoría del Tiempo desvelando la Verdad,
Jean-François de Troy (1733)


miércoles, 26 de mayo de 2021

Homo boomerensis y obamaceno

Hace ya algunos meses escribí en cierta red social dos entradas sobre temas más relacionados de lo que parece: la definición de boomer y el mito de una supuesta edad dorada liderada por Barack Obama. He decidido hacer un apaño y combinarlos.

Como muy acertadamente dijo mi corraphaeliano Carlos: es hora de morir


Desde el momento en que hay individuos que exigen a los jóvenes adultos seguir un modus vivendi de hace treinta o cuarenta años para a cambio no recibir ninguno de sus beneficios, soportan comerse los anuncios de la tele o no comprenden que en el bolsillo llevan una biblioteca donde puede consultarse todo el conocimiento acumulado por la humanidad hasta para las cuestiones mas nimias, la categoría de "boomer" es más que válida. Boomer no es sólo una referencia a la generación del Baby Boom (el origen real del término), o a ser un negado con la tecnología. Esas son definiciones fáciles, poco interesantes y además puede haber boomers menores de cuarenta años enfrentados a jovencitos de ochenta. 

    Los verdaderos boomers son quienes creen vivir aún en el mundo que murió hace dos décadas, que ya entonces llevaba mucho en decadencia. Que ven en las noticias saltar incendios aquí y allá pero no tienen el más mínimo interés en informarse del por qué de esos fuegos que consumen nuestra civilización. Que creen que siguiendo caminos trillados los que venimos después podremos tener en un periquete una casa con césped, perro, coche, familia y una pensión asegurada tras jubilarnos... y que si no tenemos todo eso es porque somos unos miserables. O peor: conocen el estancamiento de nuestras sociedades pero por pura inquina quieren hacer pasar a los demás por el mismo tubo que les dio cierta comodidad a cambio de volverlos unos cínicos.

 Porque a los demás también nos toca sufrir, supongo. 

    Así son los boomers de la tele, del periódico, de wall street, del gobierno y de los partidos políticos. Mucha caña se da a los millenials (y a veces con razón), pero si hay tantos ofendidos profesionales y gente enferma es precisamente esos boomers, que han desmantelado completamente la capacidad de adaptación y resiliencia de sus alumnos, amigos, hijos y audiencia. Que les han prometido un mundo que ya no existe y les han impedido aprender a recuperarse de las expectativas rotas. Poco escarnio han recibido, en mi opinión, porque con creces merecen el calificativo peyorativo por el que ahora se los conoce.

    Son culpables también de haber encumbrado a la actual clase política en la mayoría de países de nuestro vecindario y no echarla a la calle cada vez que se prueba como un fraude. En el caso de España hemos pasado por el abisal Zapatero, famoso por remarxizar a un PSOE que muy tímidamente se había liberalizado y resucitar las fantasmagorías del fin de la historia o el regreso a un estado adánico pre-guerra civil; y por el cobarde Rajoy, hombre de otro tiempo carente de toda iniciativa y temeroso de las ideas. A Rajoy lo pusimos ahí para poner parches en las vías de agua abiertas por Zapatero y se mantuvo en el poder para contener a sus hijos ideológicos, a los que él (bueno, realmente su vicepresidenta) dio alas. Ahora tenemos a Sánchez ¿y qué podemos decir de él que no haya dicho ya? Si Zapatero fue abisal, el actual presidente directamente es antimateria con ego.

    Pedro Sánchez juega a ser una especie de Barack Obama de cuarta o quinta fila, y lo hace porque seguramente Iván Redondo (hechicero de la corte) le ha aconsejado apropiarse de un mito que caló en en ciertas capas de la sociedad. Y Obama en su día ya era heredero del mito del pudo ser representado por la figura de Kennedy, aunque dándole un barniz de este siglo.

    Se me hace curioso que en el universo boomer Obama siga teniendo tan buena prensa, lo ven como una especie de santo. Y eso que el premio Nobel de la paz participó en doce conflictos armados, autorizó operaciones de comando en siete países (que sepamos) , mantuvo catorce mil hombres en zonas de guerra (sin contar otros despliegues) y promovió cambios de régimen que abocaron a la inestabilidad y a la guerra civil en muchas naciones, sobre todo en Oriente Medio. Sólo en 2016 lanzó 26.171 bombas. La crisis migratoria en Europa y los discursos importados que hacen que en todo Occidente no estemos tirando de los pelos son en gran medida obra suya. Obama también radicalizó la política migratoria iniciada por Clinton y continuada por Bush:  baste decir que las famosas jaulas para niños en la frontera con Mexico las puso él y no el macaco anaranjado que lo siguió.

¿Por qué sigue siendo un referente para tantos? ¿Y por qué ahora estamos tan emocionados con el gobierno del que en su día fue el vicepresidente de Obama y un redomado belicista desde su juventud? Estamos completamente ciegos.

El regreso de la weltpolitik


Indultos y razón de estado

Nicolás Maquiavelo meditando sobre si es mejor la salsa pesto o la boloñesa

Al presidente del gobierno deberían recordarle que si existe la ley es precisamente para que las cosas se decidan por parámetros ajenos a la venganza. Y aún así, tras la moción de censura, Sánchez estiró el chicle para que la espada de la justicia no diera de lleno en el blanco y saliera lo que todos sabemos que sucedió: una rebelión. La tesis de la ensoñación no se sostiene por ningún sitio, pero convengan conmigo que pese a no estar de acuerdo debemos acatar lo que dice la sentencia. Como dijo Tolkien en el Silmarillion: quienes defienden el orden frente a la rebelión no deben rebelarse ellos mismos.

    Aquí los únicos que tienen ganas de venganza son los que arrastran un complejo de inferioridad por procesos que se iniciaron hace cinco siglos. No se engañen: antes de que llegara la dictadura franquista las tesis principales del nacionalismo catalán ya existían: y eso que desde la muerte del despotillo no han hecho más que ganar en derechos. Con los líderes catalanes no hay que jugar a nada,  no hay que pasarse de listo, no hay que ir de adulto indulgente frente a unos niños irreverentes. No hay que darles "indultos estratégicos" ni nada parecido porque ellos por propia voluntad violaron la Carta Magna, dijeron que cuando puedan lo volverán a hacer y se metieron en aguas donde ha de prevalecer la RAZÓN DE ESTADO.

    Ya saben ustedes que como liberal tengo mis remilgos con esta cuestión en particular. Evidentemente los derechos de los ciudadanos son inalienables, y especifico esta obviedad porque no deseo añadir más interpretaciones maliciosas a mi hoja de servicio. Por tanto, deberemos clarificar dónde se cruzan  dos aspectos aparentemente irreconciliables de la dimensión social del hombre: por una parte tenemos los derechos individuales, como el derecho a un juicio justo, el de expresión o el de asociación...Y por otro la necesidad de preservar el Estado.

    Tradicionalmente estos dos aspectos se han visto como opuestos, y de hecho tal división sigue siendo más que válida en nuestro días. Pero en este caso en concreto creo que desde una óptica liberal (clásica) tal conflicto puede disolverse si partimos de la pregunta correcta: ¿Qué debe hacer el Estado para que valga la pena preservarlo?

    La respuesta es simple: al Estado hay que preservarlo si es legítimo. Y es legítimo cuando respeta y hace respetar la ley, comenzando por la Carta Magna. Y desde un punto de vista occidental será aún más legítimo si dichas leyes amparan al ciudadano garantizando la coexistencia pacífica en base a sus derechos. En otras palabras: las democracia liberales, con todos sus errores, se legitiman sobre la base de garantizar un marco de tolerancia donde en vez tirarnos de los pelos podemos convivir aun pensando distinto. Y en España no existen leyes a perpetuidad: todas pueden cambiarse con los adecuados procedimientos para adaptarlas al sentir de la mayoría. 

    Por tanto, ya podemos ver la convergencia de ambos caminos en la cuestión de los políticos catalanes. Estado y derecho van de la mano porque los gerifaltes del procés se saltaron la legalidad a la torera, hicieron que la ciudadanía se alzara por una causa ilegítima y además de engañarlos les robaron a manos llenas antes de enviarlos a recibir los porrazos que deberían haber recibido ellos mismos ¡a veces incluso enviaron a los mossos a ablandarles los sesos y después dieron las gracias a los bobos que acudieron al zurradero! Me extraña que aún no se les haya ocurrido cobrar entrada o poner un impuesto sobre el porrazo.

    Los partidos independentistas y asociaciones como Omnium han abierto una sima insalvable en la sociedad y volado por los aires el marco de tolerancia del que hablábamos arriba. De hecho, el presidente catalán rechazó en dos ocasiones acudir a las Cortes a debatir sobre la cuestión. Muchos olvidan también que los catalanes desde los albores de nuestra democracia han tenido derecho a fundar partidos independentistas y hablar de lo que quieran sin trabas. Han ganado elecciones autonómicas y pactado con gobiernos nacionales desde 1978. El "procés" independentista comenzó con la mezcla explosiva de una alta burguesía y población rural abiertamente supremacistas, la crisis económica de 2008 y unos urbanitas a los que Artur Mas mintió para que creyeran que España les robaba cuando en realidad lo hacían él, sus compinches y también sus "molt honorables" predecesores.

    No es ya el mensaje interno y la consabida inestabilidad que un indulto podría acarrear para  nuestra nación, es que desde el principio del procés gran parte de la sociedad catalana ha querido minar la posición de España en el mundo. Es más allá de nuestras fronteras donde la Razón de Estado gana el peso supremo ¿Qué clase de mensaje estamos dando a nuestros rivales en el vecindario global? ¿Que somos un Estado débil en manos de un presidente narcisista, que hace lo que sea para salvar el cuello? ¿Que los indultamos porque sabemos que algo hicimos mal? ¿Que por tanto Bélgica tenía razón al acoger a nuestros enemigos, algunos de ellos terroristas, desde hace décadas? ¿Que un nación europea soberana está con el agua al cuello por culpa de cuatro provincianos de una taifa díscola?

    A día de hoy siguen diciendo que lo volverán a hacer y siguen distorsionando nuestra ya de por sí precaria posición intenacional. Si la España que se hace llamar progresista los indulta lo que hará será probarnos como un país de segunda en el que aún se espera la llegada de la Modernidad. Los indultos son un escandaloso resquicio del absolutismo, y el único acto digno que podría hacerse al respecto es que el Rey, la única persona que dio la talla en 2017, se negara a firmarlos. Sánchez es un egocéntrico irresponsable que no estará para siempre en el poder, pero la monarquía seguirá ahí: si el rey sabe lo que le conviene hará lo posible para evitar que un sociópata con corbata cause daños permanentes. Porque los jueces son intimidables, pero la alternativa para Felipe VI es ser más rehén de lo que actualmente es.


lunes, 26 de abril de 2021

Mansedumbre

Además de la cuestión europea, el motivo por el que asistimos constantemente la crítica de ser un país de servicios pero no cambiar nada es la comodidad  de los gobernantes. De reindustrializase, España volvería a tener una clase trabajadora de verdad y eso obligaría a los políticos de izquierda a ser algo coherentes ¡o al menos a esforzarse en fingir mejor!

En cambio, conviene a muchos que seamos un país  de microburgueses depauperados y funcionarios con falsa conciencia: a los primeros siempre puedes estrangularlos más flojito si se quejan, y con los segundos agitar un poco el sistro monedil basta para que vuelvan a sus plácidos sueños. Además, lo que unos y otros comparten es ver en el político contradictorio un reflejo de sí mismos. Por eso los toleramos tanto.

De hecho, incluso quienes se dan cuenta de que la raíz de tantos males es la clase política no hacen nada. Prefieren que la amargura los consuma o desentenderse de todo hasta que el Estado caníbal venga a llevárselos a rastras. Es éste el mayor crimen de la socialdemocracia: crear una burguesía anestesiada que teme el riesgo inherente a todo cambio, que teme el síndrome de abstinencia estatal. Y encima nos han hecho creer que en nuestra mansedumbre estamos salvando el mundo.

Si no fuera tan terrible sería una obra de arte.

martes, 20 de abril de 2021

El dragón ascendente

Hoy he realizado algunas pruebas de impresión para esta lámina, que no sé si titular La Altura de los Tiempos o La Gran Sierpe. Sea como fuere, échenle un vistazo y si les interesa su significado abajo está la historia. Si quieren una copia no duden en contactarme vía mensaje de Instagram en la cuenta con el mismo nombre que este blog.

    Hoy el dueño de la copistería me ha preguntado si este es un dibujo de San Jorge. La verdad es que no había caído en que estamos tan cerca de su onomástica, aunque mi intención no era dibujar a ningún santo. Quien tenga ciertas nociones de simbolismo o conozca el estado de la civilización occidental verá que la ciudadela desmoronándose, la bestia reptando fuera de las aguas del caos y la arcada del Gran Teatro del Mundo delatan esta imagen como una visión del presente. Por tanto podría tratarse de San Jorge o no, en realidad es lo que el arquetipo del cazador de monstruos o el paladín defensor debe representar a día de hoy: poco importa el nombre. Esta es una reflexión importante, porque nos encontramos en un tiempo en el que quienes más claman ser matadragones no dudan en entregar a sus propios hijos al monstruo. En cambio, el hombre en esta imagen se mantiene en silencio, solo y enfrentando un peligro frente al que no hay garantía de triunfo o aplauso. Lo único que importa es que está donde debe.

    En cuanto a la inspiración formal (consciente o inconsciente) tras esta imagen, además de la obvia imaginería histórica, debo destacar tres obras modernas: la talla de Jonás de Tomás Barceló, el Diluvio Cósmico de Jonathan Pageau y -siguiendo mi lado más geek- La Puerta Eterna de John Blanche.






jueves, 25 de marzo de 2021

La hýbris escéptica

Algún día se hablará del daño que han hecho las personalidades y colectivos escépticos o cientificistas (que no científicos) con sus aires de superioridad y arrogancia. Yo mismo participé de eso en su día. 
  
    El punto de partida del buen escéptico debería ser la humildad filosófica. Sólo a través de ella uno puede descender al sustrato de creencias que constituye el cimiento de todo saber. Porque el verdadero conocimiento es más que creencia (es método, es crítica) pero se asienta sobre ella. Saber algo implica creerlo: no podemos saber que una manzana es roja y al mismo tiempo creerla azul. Sin aceptar esta verdad fundamental hacer pedagogía se vuelve imposible y además se genera una estética repelente que va en detrimento de la causa que es defendida. 

    De hecho, si ignoramos esto no solo corremos el riesgo de caer en el dogmatismo, sino contagiar a cualquier observador impulsivo. Un breve vistazo a nuestra sociedad es suficiente para constatar que no hace falta ser religioso para ser un zelote, de hecho en estos tiempos quienes adoptan las formas y el supremacismo de algunos escépticos pero no el mecanismo de fondo superan con creces a los ultraconservadores.

Pero bueno, sigan ustedes recitando listas de falacias a ver si cambia algo. 





martes, 9 de marzo de 2021

La Gran Cosecha

    Los 90 fueron una especie de charco de agua estancada en los que -salvo Yugoslavia- no pasó casi nada relevante para el mundo libre. Se hablaba del mundo post-URSS como el Fin de la Historia donde sólo podíamos ir a mejor y comer perdices. En realidad ese apesebramiento generalizado y falta de amenazas serias generó una sociedad y una clase política incapaces de pensar a largo plazo. Por eso desde entonces las instituciones se han degradado sin esperanza de ser regeneradas, la economía se dirigió sin pensar en las generaciones futuras y comenzaron a popularizarse formas de planificar tan idealistas (por la vía "blanda", a diferencia de lo soviético) que no pueden funcionar sin tener un cuerno de la abundancia a mano. Hasta el pensamiento racional se comenzó a devaluar hasta la sopa primordial que tenemos hoy. Y entonces la burbuja explotó con la atrocidad de las Torres Gemelas, la crisis de 2008, la involución de la cultura y finamente la ordalía que estamos viviendo ahora. Los dioses han pagado la factura de nuestros pecados y han dicho que nos podemos quedar con el cambio.

    La pregunta más lógica que podríamos hacernos en este momento es hasta cuándo durarán las penurias de nuestra Edad. Aventurarse con la futurología y aproximar fechas sería poco sensato, pero como todo buen castigo durará hasta que aprendamos la lección. Para clarificar: desgracias las habrá siempre, pero podremos afirmar que estamos a la altura de los tiempos cuando reconducimos el potencial de las aguas del diluvio en algo útil, o al menos no invertimos las fugaces horas en crear nuevos problemas.



domingo, 7 de marzo de 2021

El elefante, Dios y los liberales

Por si alguien no se ha dado cuenta, en este blog Jonathan Pageau y Jordan Peterson a veces actúan de elefantes silentes en la esquina. El primero es un tallador de iconos ortodoxos aficionado al simbolismo... y respecto al segundo, no conocerlo es sinónimo de haber estado viviendo bajo una piedra durante la última década. En su día hablar de Peterson levantaba pasiones en la esfera mediática, y su reciente regreso a la palestra ha resucitado la polémica sobre su discurso. Sea como fuere, recomiendo suscribirse a sendos canales de youtube porque suelen tratar temas interesantes, se esté de acuerdo con sus propietarios o no.

    He escogido este momento para hablar de la figura de Peterson porque, tras una larga convalecencia y unos años en los que muchos hemos echado en falta sus opiniones sobre actualidad, ha vuelto a hacer un podcast con Pageau, y lo que resulta de dichos encuentros suele ser de lo más interesante. Baste decir que en 2018 hicieron un vídeo sobre la metafísica de Pepe. Sí, me refiero a la rana. Pero no nos desviemos del tema: en el reciente podcast hay un momento en que cualquier individuo que conozca los padecimientos recientes de Peterson y se haya planteado seriamente la cuestión de la relación religión-filosofía se ha de estremecer. Ese momento, combinado con un artículo que acabo de leer, es lo que me ha empujado a escribir esta entrada.

Los iniciados entenderán la referencia


No sorprenderá a nadie la afirmación de que los medios suelen recurrir a hombres de paja para hablar de Peterson. Y los medios españoles no iban a ser una excepción. La suspicacia detrás de dichas falacias la presenta explícitamente Elena Alfaro en su reciente artículo de Vozpópuli: ella y otros informadores padecen una extraña dolencia, caracterizada por un irracional temor a dar apoyo intelectual a la extrema derecha si no tiran una o dos piedras al doctor canadiense. Me cuesta creer que alguien que haya leído su libro o visto una de sus intervenciones pueda decir que Peterson es un gurú de alguna clase de extremismo. Por mi parte comparto las habituales críticas de que a su best seller le falta finura filosófica o que su uso generalista del término posmoderno es incorrecto, pero relacionarlo de alguna forma con el conservadurismo extremo o el fascismo es haberlo entendido todo al revés o ser un vil mentiroso. Por otra parte está el desprecio de la intelectualidad a sus escritos, ya que para muchos es poco más que un gurú medio astrólogo que juega a ser científico.

    ¿Pero de veras podemos llamar a su trabajo autoayuda? Desde luego, aunque visto el panorama social en la juventud no creo que podamos permitirnos el lujo de despreciar esos formatos de fácil acceso ¿Podemos afirmar también que todas sus afirmaciones son científicas? No, aunque él tampoco lo dice en ningún momento, ni está vendiendo su trabajo como un tratado positivista.

    Peterson sencillamente muestra a su audiencia un gran cuento -o una parábola si se prefiere- para introducirla de forma sencilla en un gran relato que está por todas partes y que sin embargo se escapa a cualquier encorsetamiento verbal. Está haciendo un trabajo que normalmente se encontraba reservado a padres y abuelos.

    Que este hombre sea mentado como intelectual útil para tiranías o populismos de cualquier clase es demasiado para cualquiera que conozca sus opiniones. Donde esto se ve de forma más clara no es en las presentaciones para profanos sino en grabaciones de sus lecciones en la universidad (Sobre todo Maps of Meaning). No ya porque normalmente bucea en los orígenes del totalitarismo y trata de prevenir la deshumanización que conlleva, sino porque cualquier espectador que ponga algo de atención puede ver que constantemente se está marcando unos límites nada fáciles en su discurso ¿Vamos a alegar acaso que sus lágrimas en el podcast son algún tipo de montaje? ¿Quién puede quedarse indiferente ante lo que dice en ese preciso momento? Peterson es el primero que toma responsabilidad por sus palabras, y aunque muchos hayan encontrado en sus libros un camino a la religiosidad, él mismo no atraviesa ese umbral. No afirma la existencia de Dios porque sabe que una vez aceptadas ciertas cuestiones de fe es extremadamente difícil establecer los límites del comportamiento justificable. Quizá Peterson hable de religiosidad, pero sigue siendo escéptico en sus afirmaciones porque conoce las consecuencias de una fe desbocada ¿Acaso no es ese también un punto esencial de su crítica al identitarismo moderno?

    Como amateur del simbolismo y graduado en filosofía puedo entender perfectamente la agonía de tener que lidiar con que muchas cosas van mejor si se vive aceptando cierta realidad narrativa... pero al mismo tiempo no poder aceptar la literalidad de su primer principio por los peligros que ello conllevaría para uno mismo y para los demás. Si el filósofo ya es un funambulista la mayor parte del tiempo, quien bucea en las profundidades narrativo-simbólicas en busca del Sentido es prácticamente un kamikaze. Lo que no puedo ni quiero imaginar es qué nivel de tensión ha tenido que acumular el doctor Peterson por ser todo esto y además un ídolo de masas que transmite esas ideas a un público que lo trata de figura paterna. Por no hablar del efecto de dichas cuestiones espirituales en su reciente convalecencia, enfermedad que sus muchos enemigos han explotado de un modo completamente rastrero y deshonroso durante los últimos meses.

    Como he adelantado, el artículo de Alfaro es uno de los motivos que me han impulsado a posicionarme sobre lo que Peterson representa. No ha sido leer el artículo en sí, sino verlo compartido y alabado por políticos supuestamente liberales. No es la primera vez que veo esta clase de discurso en políticos del establishment, que también han pasado por el aro de criticar a los youtubers que se van a Andorra y otros tantos tópicos que uno esperaría ver en boca del visir de Chávez

    ¿Qué demonios les pasa a los liberales españoles cuando se asientan en el poder? ¿Acaso vuelven trastornados de sus viajes a Bruselas? ¿Tan socialdemocratizados están que alguien que promueve la responsabilidad individual, el pensamiento crítico, el escepticismo y el sentido común les parece un peligroso extremista?

Enlace al Podcast: https://www.youtube.com/watch?v=2rAqVmZwqZM

miércoles, 3 de marzo de 2021

A la tercera no va la vencida


Una tercera república es posible pero no deseable. 

    Esto es así porque las repúblicas no son nada sin buenos republicanos. En primer lugar, la ciudadanía no sabe qué es una república o por qué fracasaron los anteriores intentos de establecer regímenes de ese tipo en España. Aunque pueda resultar irónico, la romantización de la Segunda República va en detrimento del triunfo de una tercera, sobre todo porque basta echar un vistazo al discurso republicano actual para ver que volveríamos a repetir (de hecho, estamos repitiendo) punto por punto los errores de nuestros antecesores.

    En segundo lugar y respecto al ya mencionado discurso, las fuerzas parlamentarias que a día de hoy abogan por esa forma de gobierno carecen de toda virtud cívica o espíritu eutáxico necesarios para impulsar una república que perdure. En otras palabras: venderían un pedazo del país o nos harían esclavos de potencias o capital extranjero con tal de retener el poder en sus manos.

    En tercer y último lugar, la república es incompatible con la clase política actual porque las auténticas (no las populares o con democrática en el nombre) se caracterizan por -además de la división de poderes- un equilibrio entre el pueblo y élite: hay comportamientos que se consideran tan inaceptables que deslegitimarían al gobierno y por tanto autorizarían a la ciudadanía a alzarse contra los abusos. En una verdadera república políticos y funcionarios deben su lugar a la vocación de servicio y al mérito. En cambio, en la España de nuestros días uno se hace mandarín para vivir cómodamente del dinero del contribuyente.

    No me tiembla el pulso al escribir que fui republicano hasta 2017, cuando la monarquía se probó como la única institución a la altura mientras el gobierno estaba ausente en el transcurso del mayor desafío que ha vivido nuestra democracia. Eso desde luego paga con creces cualquier daño que el anterior monarca pudiera hacer a la imagen de su Casa. Y por otra parte, no quita que debería ser juzgado no como cualquier ciudadano, sino con el agravante de que en calidad de monarca se lo presupone modelo de ejemplaridad.

Alegoría de la I República

jueves, 18 de febrero de 2021

El año de la amnesia

 El tiempo transcurre más rápido de lo que parece. Aunque tengo la sensación de que solo han pasado meses, hoy rememoro la percepción del Covid que tenía hace un año, apenas unas semanas antes de que comenzara el caos que hoy muchos se apresuran a empujar bajo la alfombra. Y es que por mucho que ignoremos las imágenes, palabras y el hueco dejado por los que se han ido seguirán ahí. Querer olvidar esto es rechazar un conocimiento que podría ayudarnos a prevenir situaciones similares en el futuro y a mejorar como sociedad.

    A finales de 2019 y Enero de 2020 el público occidental no estaba al corriente de lo que sucedía en Wuhan. Los medios tradicionales disponían de poca información y además no querían mostrar nada que pudiera disgustar al capital chino. La OMS, como supimos más adelante, hizo caso omiso de las serias advertencias de Taiwán y otros países. No sucedía lo mismo en Internet, puesto que aunque Twitter o Youtube dificultaron la difusión de ciertas imágenes muchos llegamos a verlas: hospitales saturados, recepciones llenas de camillas o gente conectada a bombonas, personas dependientes muriendo de hambre, pilas de ataúdes y las más que sospechosas columnas de humo, que se elevaban en Wuhan mientras el PCC negaba la mayor y ordenaba arrestar a los sanitarios que quisieron advertir al mundo de lo que estaba sucediendo.

    Debo reconocer que en Diciembre y Enero tuve miedo de la misteriosa peste, pero a medida que pasaban las semanas y veía que los medios generalistas españoles no se estaban haciendo eco de nada rebajé algo mis preocupaciones: quizá no era nada grave, pensé, quizá en la sobrepoblada Wuhan se les había ido de las manos por una cuestión de organización y ceguera provocada por el orgullo patrio. Esta laguna informativa fue seguida de una campaña de burlas y menosprecio por parte de muchas figuras mediáticas, quienes se supone están más al corriente de lo que sucede en el mundo que el ciudadano medio. Quizá por eso me confié y al final mi comentario principal sobre el virus chino fue "esto no es tan grave pero debería servirnos de advertencia por si acabara llegando algo peor. La ingenuidad y el bienquedismo en materia fronteriza que Europa está demostrando en los últimos tiempos podrían hacernos mucho daño"

    La verdad es que me equivoqué completamente al fiarme del ambiente social antes de las imágenes que había visto las semanas anteriores: "el algo peor" estaba delante de nuestras narices . Además de la falta de información el virus se convirtió en una cuestión ideológica mucho antes de Marzo: quienes ahora se rasgan las vestiduras y buscan negacionistas bajo las piedras por aquellas fechas estaban quitando hierro al asunto, animados por el ascenso de un gobierno afín. El triunfo de la política de gestos hizo que los ciudadanos no nos diéramos cuenta del terreno pantanoso hasta que el agua nos llegó al cuello. En menos de veinticuatro horas el discurso institucional, mediático y de los activistas cambió radicalmente: de alentar las concentraciones masivas, saturar del transporte público y burlarse de quienes advertían del peligro pasaron a las caras pálidas. El famoso "les va la vida" de Carmen Calvo acabó siendo cierto, aunque no en el sentido que ella habría deseado. Más tarde supimos muchas otras cosas sobre la actuación del poder en esas horas fatídicas, ninguna de ellas buena.

    Durante el confinamiento vimos una indignidad tras otra: periódicos alabando la gestión de la satrapía que no pudo contener al virus, políticos diciendo que no pedirían perdón, supimos del cese de los especialistas que advirtieron de lo que se nos venía encima, vimos presiones gubernamentales para fiscalizar la opinión pública, golpes internos en las fuerzas de seguridad estatales, periodistas fantasma y una demostración tras otra de la total bancarrota moral de la clase política y mediática. No digo más porque no tengo espacio ni ánimo para relatar tanta vileza. Un año y más de cincuenta mil muertos después nuestra economía está arruinada, no ha dimitido nadie, no se ha reconocido ningún error y los juzgados se niegan a echar mano a los responsables de la hecatombe.

    De la noche a la mañana hasta la oposición se ha olvidado de esas responsabilidades que iban a exigir, y si lo ha hecho es porque los integrantes de los partidos políticos lo ven como una cuestión de clase, tan separados como están de sus electores ¿Qué es eso de procesar a políticos? Quizá puedan deshacerse de alguno cuando lo pillan robando, pero sean diestros o zurdos a los políticos jamás se les ocurriría permitir que el vulgo pudiera exigirles responsabilidades. Pueden pelearse entre ellos por el poder, pero no abrirían jamás ese melón.

    Sin embargo, lo que me disgusta más de este asunto no es la actuación de una minoría con el corazón podrido. El fracaso de la mal llamada nueva política probó que no hay excepciones cuando se trata de la catadura moral de nuestros gobernantes. El verdadero problema es que aún sabiéndolo no hacemos nada: la ciudadanía nubla voluntariamente su memoria queriendo dejar atrás el dolor, pero como adelantaba al principio de este escrito hacer eso es negarse a aprender de lo sucedido y mejorar. Desde un punto de vista cínico la política española siempre ha sido una economía de males menores, pero en los últimos tiempos tal proceso ha degenerado aún más: a día de hoy hasta agradecemos los puntapiés con tal de que nos dejen lamer las migajas de sus obesas manos.