jueves, 29 de diciembre de 2022

El mito de la democracia interna

    Hace cosa de diez años estaba completamente a favor de obligar a los partidos políticos a hacer primarias. Ahora creo que un partido que haga primarias es lo más peligroso que puede haber porque ello  provoca el ascenso de lo peorcito de la humanidad. Los grandes del partido se dedican a crear camarillas de aduladores donde sólo les dan la razón y los puestos de responsabilidad caen en manos de los más inofensivos (zoquetes), corruptibles o sociópatas que han ascendido a base de puñaladas. Lo más peligroso de todo es que además de esto las primarias son una ventana para que todo tipo de agentes externos puedan meter mano: así son capaces de encumbrar, hundir o incluso fabricar candidatos. La  "democracia interna" es un peligroso instrumento de subversión para los poderosos, ya que si logran influir lo suficiente pueden colocar a los peores candidatos y evitar que los mejores programas o ideas lleguen siquiera a las elecciones, condenando la nación al estancamiento.

   Por eso hay que quitarse el miedo y desmontar la falacia de que las primarias son una cuestión de democracia. Democrático es el régimen político del país, pero un partido es una libre asociación que se presenta para participar en dicho sistema aceptando las reglas de juego: nada más. Si alguien tiene los recursos y los asociados para presentarse a unas elecciones no es asunto de nadie decir cómo tiene que gestionar su casa. Si no gusta no saldrá elegido y si surgen diferencias en el seno del partido siempre se puede fundar otro. No será más democrático por hacer primarias porque una formación política no es un país sino un pastiche de intereses, egos y rasgos ideológicos. 

   Desgraciadamente en el sistema educativo esa clase de confusiones son cada vez más comunes: no es lo mismo una educación en un país democrático (el lugar), una educación para la democracia (aprender sobre ciudadanía y el funcionamiento del Estado) y la muy abominable educación democrática. No podemos votar que dos mas dos dejen de ser cuatro o que los alumnos puedan dar órdenes al director. Tampoco podemos llenar las escuelas de comisiones que actúen como taifas. Precisamente el confundir estos términos es lo que carcome el cerebro de la sociedad hasta el punto de que después la gente anda perdida por el mundo y se adhiere a cualquier atropello que lleve la etiqueta de democrático, como polillas que se lanzan hacia la luz y mueren abrasadas.



martes, 20 de diciembre de 2022

Arte ludista o postureo apocalíptico

Desde hace unos meses se me hace curioso ver a tantos artistas  perdiendo los papeles en Instagram con las imágenes generadas por inteligencias artificiales, y parecer ser que dicha burbuja ha explotado en la última semana con un tsunami de publicaciones imposible de ignorar. 
    Comprendo el miedo que tal tecnología suscita, pero pretender que la gente boicotee las IA o incluso que puedan ser prohibidas por el Estado es querer lo imposible. Ese tren no va a parar por mucho que lo deseemos, y por tanto todos los futuribles que planteemos a partir de ahora deberán tener en cuenta la existencia de imágenes generadas de fácil acceso. Todo lo demás es hacer planes para un mundo que no existe o  peor: es tener el semblante de hormigón armado y exigir un estipendio a cambio de ser artista, sin tener en cuenta la obra producida o la opinión del público.
  Vaya por delante que a mí los resultados de las IA en su mayor parte me parecen sosos y tópicos, probablemente porque los criterios los han establecido personas sin gusto o porque en internet el arte genérico, el efectismo, los estilos con sello "de escuela", el manga más industrial o la pintura hiperrealista están sobrerepresentados: las IA se alimentan de eso. Por tanto, la única preocupación real que pueden suscitar es que haya gente con mal gusto que compre el pastiche y no presten atención al verdadero talento... Pero esto no es nuevo, de hecho es la preocupación clásica del artista moderno.
    En todo caso a partir de ahora quien lo tendrá más difícil no son los excelentes artistas a quienes veo palidecer sin necesidad, sino los mediocres que prefirieron seguir la corriente y lograr el aplauso fácil en vez de cultivarse. De la misma forma que escribir fanfics adolescentes no te convierte en autor consagrado y ni te extiende la alfombra roja de la Real Academia, tampoco puede colgarse colgarse la medalla de artista quien tiene una cuenta de dibujos en una red social. Ser o no ser algo depende de factores como muchos años de trabajo y la opinión que tiene el público sobre los resultados. Por tanto, los buenos ilustradores lo seguirán teniendo tan difícil como siempre, e incluso me atrevo a decir que ahora se abre una pequeña ventana para esperanza.
    En un mundo de inteligencias artificiales que hacen "arte frankenstein", la impronta distintiva del autor humano tendrá un valor mucho más evidente. Es una oportunidad excelente para estudiar en modos de representación mucho más subjetivos e intuitivos, sobre todo en la estilización y el uso de la línea, y dejarse de caminos trillados como recurrir demasiado a la falsilla fotográfica. Ahora los artistas sacarán a relucir su valía individual: después de pasar por el tubo de aprender de los grandes referentes (porque es necesario) demostrarán su maestría vertiendo todo ese capital cultural en su propio molde. Y si no pueden hacerlo... entonces es que les falta práctica o nunca fueron artistas, independientemente de si pretenden vivir de ello o no.
    Como he dicho al principio, comprendo el temor que las inteligencias artificiales aplicadas al arte suscitan , pero en mi opinión muchos de los artistas que se están quejando son precisamente los que no tienen nada que temer. Quizá algunos participen en la pataleta por solidaridad con quienes sí se juegan algo o están empezando su carrera pero aunque esto proviene de la compasión es un grave error. El mensaje del artista consagrado hacia los jóvenes debería ser  de excelencia: incluso antes de desarrollar un estilo es necesario tener criterio. Y ese gusto se forja en el transcurso de una gran aventura: la de descubrir miles de años de Historia, de investigar qué recursos se han usado pata expresar o representar algo, y sobre todo ver cómo hoy nos enfrentamos exactamente a los mismos desafíos que entonces. todo ello acompañado de práctica y experimentación constante.
    Lo importante no es la etiqueta de ser artista, sino cómo lo somos. Un hombre sabio me dijo una vez (con otras palabras) que aunque al compararnos nos parezca que no llegamos ni a los tobillos de los titanes que nos precedieron, nuestro lugar se encuentra junto a ellos. Esa es nuestra liga: aunque hoy dispongamos de nuevas herramientas, recursos y libertades estamos continuando con LA tradición. En eso, y no en los anécdotas personales que gustan tanto a ciertos académicos, consiste el arte. Que haya inteligencias artificiales construyendo imágenes coherentes a partir de indicaciones sencillas no es más que la confirmación para los incrédulos de que siempre ha existido un hilo conductor ante el que todos respondemos.

domingo, 11 de diciembre de 2022

Veneno

 Todo el rollo de la autocompasión y el postureo sobre salud mental en redes sociales tiene que parar. 

Está pudriendo el cerebro a los adolescentes, hunde más a quienes tienen trastornos reales y crea individuos para quienes es imposible comportarse en sociedad. En muchos casos lo que hay detrás es una telaraña de rédito social que engendra a monstruos cuya única ocupación es aprovechar el sufrimiento ajeno para tratar de crear juguetes rotos que les sirvan de público.

 Estamos en 2022. La época de la sobreenxigencia y la severidad generalizada pasó hace mucho, si es que llegó a existir más allá de la caricatura moderna. Una cosa es dar un empujoncito a la autoestima para ayudar a que una persona en sus horas bajas pueda recomponerse y otra es meter a esa persona en círculo vicioso de autocompasión y victimismo "cool" para que nunca pueda llegar a ser independiente. Hay que volver a inculcar la idea que el primer paso hacia el desarrollo personal y una vida más feliz es reconocer las carencia personales a fin de paliarlas o, si no se puede, compensarlas por otro sitio. En mi caso siempre he sabido que era un inadaptado: desde pequeño noté que algo no encajaba, algún defecto de fabricación que va más allá de mis aficiones, gustos, defectos e impedimentos como la disfemia. A veces es como si hubiera una barrera invisible entre un servidor y la mayor parte de mi generación, y eso ha provocado que lo largo de mi juventud me haya sentido solo, incomprendido y miserable. Ninguna de estas cosas es un trofeo que exponer, ni unas credenciales que sacar al presentarse, y sin embargo veo que hoy para muchos adolescente la miseria es una charca de barro en la que se revuelcan y de la que no quieren salir. Todas las conversaciones construyen en torno a eso, hasta el punto que ya no parece la habitual fase de poeta romántico sino un concurso cuñadesco de medición fálica. 

 También hay que insistir en que uno puede ser y pensar lo que quiera, pero que las interacciones humanas tienen una serie de leyes no escritas que nos vienen dadas. Existe un acuerdo de mínimos al tratar con otros, que se aplica incluso a las personas de las que gente "normal" espera conductas raras. Los raritos de hace diez o quince años aceptábamos (refunfuñando mucho) que aprender a comportarse en sociedad es necesario porque muchas veces es vital ir a sitos o hacer cosas que no nos gustan. Muchos lo hemos acabado interiorizando como una especie de convenio con el mundo exterior (“de acuerdo, lo haré, pero me dejas en paz el resto del tiempo”), pero al parecer esta noción resulta completamente alienígena a las nuevas generaciones: ahora es la sociedad la que en todo momento ha de amoldarse a todos y cada uno de sus caprichos.

Auguro generaciones de hombres y mujeres cada vez más incapaces, y la culpa será nuestra por no haberlos educado para sobreponerse a la adversidad, sino sencillamente señalarla con dramatismo o directamente inventársela esperando un aplauso.



miércoles, 7 de septiembre de 2022

La virtud moribunda

El escepticismo es una virtud que lamentablemente quedó herida durante la pandemia y sigue desangrándose a día de hoy. En origen problema de comenzar a dar credibilidad a necedades no es, como algunos escépticos siguen empeñados en defender, de fe ciega, sino de carencias en el marco que rige la razón misma. Sin el trasfondo escéptico la razón por sí sola se acaba desviando para edificar castillos en el aire, proceso además acelerado en los mentideros de la red y el tan citado efecto de la cámara de eco. 

    Ya sabéis que en gran medida culpo de semejante crimen a gobiernos y organismos internacionales que, además de llevar años secuestrados por idealistas incompetentes, no han sabido hacer pedagogía durante la pandemia y han creado las condiciones perfectas para que individuos con sentido común se desesperen lo suficiente como para comenzar a prestar oído a las explicaciones más fantasiosas... explicaciones que a veces son extendidas o directamente manufacturadas por potencias externas (Rusia sería el ejemplo más evidente) que ven en el hartazgo generalizado y el vacío espiritual de Occidente una oportunidad única para debilitarnos y hacernos pagar su frustración por sus históricos fracasos. A nivel nacional creo que no me equivoco si afirmo que ciertos rasgos conspiranoicos comenzaron a filtrarse al debate público mucho antes de la pandemia, a partir de la historia falseada de los nacionalismos periféricos y el discurso de Podemos*, mientras que por el campo derecho fue la tibia respuesta del gobierno y el vecindario europeo en 2017-19 lo que llevó a muchos liberales o conservadores a comenzar con una necesaria autoafirmación (la lucha contra la Leyenda Negra**) pero no saber echar el freno y acabar cayendo en una pataleta revanchista contra la Modernidad.

    Ahora bien: incluso dejando a un lado la discusión de quién dio la puñalada fatal al escepticismo,  la cantidad de gente dispuesta a creer en chorradas se ha multiplicado por mil y seguirá creciendo cuando las consecuencias de la crisis energética se dejen notar. Sabiendo esto, la prioridad de nuestros gobernantes no debería ser seguir persiguiendo ideales utópicos que escupen en la cara del hombre común, sino estabilizar el barco cuanto antes si no queremos enfrentarnos a algo peor que una crisis económica en unos pocos años. Añoro esos días no tan distantes en que los conspiranoicos de la red no eran reconocidos como autoridades y la mayor parte de su público tenía insomnio, simple curiosidad o ganas de echarse unas risas. Pero en estos tiempos oscuros si uno no los dignifica como "informadores" la sala se llena de chillidos de rata ofendida, o aún peor: no tardan en aparecer las sonrisas de suficiencia y el tonillo aleccionador de quienes no saben que más que bucear en conocimiento prohibido han estado revolcándose en el fango. 


* A veces se nos olvida que en su día además de defender el impago de la deuda y el abandono de la UE, esta gente se dedicó a cortejar el mundillo del New Age.

**En la que me incluyo, pues era absolutamente necesaria teniendo en cuenta que las instituciones públicas no presentaron batalla o directamente estaban subvertidas.

lunes, 5 de septiembre de 2022

Fantasmas

Creo que con el tiempo visitar lugares que no han cambiado nada en diez o quince años me pone más triste que revisitar sitios que han sufrido alteraciones. Es cierto que un lugar bonito o del que guardamos buen recuerdo puede ir a peor a medida que pasa el tiempo, pero también puede mejorar o sencillamente mantener la familiaridad incluyendo novedades que son fruto del proceso orgánico que siguen todas las cosas. En cambio un lugar querido demasiado bien conservado, donde parece que no se ha movido una mota de polvo en todo ese tiempo estará lleno de fantasmas. Cuando lo visito en vez asombrarme, sentir nostalgia sana o pensar en todo lo que ha sucedido desde entonces sólo veo personas, relaciones y proyectos que hace mucho se bajaron del tren.
    Una cosa es tener esos lugares intactos en la memoria para visitarlos de vez en cuando y otra poner el pie en ellos de forma literal. Para mí visualizarlos en la mente implica apreciar lo que significan con la perspectiva de los años, de modo que puedes llevarte algo que te sirve para crear cosas nuevas en el presente. Pero si me persono en ellos me asfixia la sensación de estar en una especie de vitrina o cementerio,  un lugar al que ya no pertenezco, o peor aún: donde podría quedar atrapado, igual que un mosquito en ámbar. Es exactamente el mismo motivo por el que no tengo problema alguno con las fotografías pero en cambio aborrezco las grabaciones de familiares que se han ido. Es antinatural: el pasado existe para la memoria, no para regresar.



jueves, 18 de agosto de 2022

Barrabás y Medea entran en un bar

El posmodernismo militante y la simpatía por el Mal

Demasiado a menudo los individuos que más machacan con el concepto de justicia social albergan las ideas más erróneas sobre el comportamiento humano y las conceptualizaciones del mal más peregrinas. De estas últimas quizá las peores sean la creencia en que el Mal como tal no existe o más comúnmente que este, lejos de implicar una batalla diaria en el fuero interno de cada individuo, puede ser solucionado a través de buenas intenciones o los sacrificios en el altar de la voluntad general. Es habitual que al señalar las fallas de dicha cura milagrosa el heroico salvador de turno recurra al "¡Ay! Si tan sólo la sociedad nos escuchara un poco..." y no hace falta rascar mucho para ver que detrás de dichas palabras se esconde el "¡Ay! si me dieran la razón sin rechistar..." y si nos atrevemos a explorar un poco más vemos que detrás se abre una escalera de caracol que desciende y desciende hasta llegar al "¡Ay! Qué bien estaríamos si cambiárais vuestro libre albedrío por los dictados de mi ideología". Lo mejor al encontrarse con dichos admiradores de Mao, a quienes regresaremos un poco más abajo, es poner tierra de por medio, pues en vez de perseguir un bien realizable lo confunden con un mundo moldeado según su capricho. Y cuando esto se demuestre imposible ¡ay de quien se cruce en su camino!  Afortunadamente no muchos llegan a tocar poder real y tienden a matarse entre ellos si lo consiguen, pero es más común es que se limiten a recrear sus fantasías en la ficción.

    Sea como fuere, el mal en la esfera humana es una realidad cotidiana, algo ante lo que debemos prevenirnos. Generalmente lo hacemos por dos vías: la formación del carácter y las acciones comunitarias. Así planteada,  tal división puede resultar engañosa porque parece un distinción entre lo personal y lo colectivo. No lo es. La formación del carácter a través de la socialización y -más en concreto- la educación no sólo nos da herramientas para desarrollar cierto autocontrol, sino que el saber que otros individuos pasan por un proceso similar asienta un marco ético común. Esto es lo que nos permite esperar ciertos mínimos por parte de nuestros conciudadanos y tener un sustrato común sobre el que discutir cuando surgen desacuerdos... en vez de temer un asaltante armado tras cada esquina. Sin embargo esta vía no es infalible: hay individuos que se escurren por las grietas del sistema y no acaban de desarrollar su sentido moral, también hay sujetos con valores radicalmente opuestos a los nuestros y por si fuera poco individuos con trastornos de antisociales de nacimiento. En términos sencillos esto significa que a menos que de repente nos convirtamos en robots existe una nada despreciable posibilidad de que en algún momento las cosas se pongan feas. Aquí es donde entra el seguro: las medidas concretas a las que la sociedad recurre para frenar al malhechor. Esas medidas, a menudo recogidas en alguna clase de código, son ante todo castigos y, ante amenazas mayores, la autodefensa mediante la fuerza de las armas. Para no complicar más el asunto, centrémonos en lo primero.

   Curiosamente, muchos de ya citados tiranillos muestran sus cartas poniendo un énfasis positivista en rehabilitar (curar) al culpable al tiempo que desprecian toda contrición. Con esto, demuestran tanto sus prioridades como su ignorancia.  El objetivo del castigo justo no es infligir dolor sino ofrecer protección inmediata a la víctima y prevenir conductas similares en el futuro. Esto muchas veces se consigue apartando al agresor del grupo por un tiempo además de obligarle a saldar su deuda. Se aplica (en distintos grados) al que comete falta grave o hace trampas en un juego, al estudiante que perjudica a sus compañeros o al ladrón. No menos importante es el efecto disuasorio que ello conlleva para todo aquel que en el futuro pudiera sentirse tentado a seguir ese camino.  Sólo una vez hemos asegurado el castigo, ya que la prioridad es la salvaguarda del inocente, podemos centrar nuestra atención en la rehabilitación del culpable y (previo arrepentimiento y buena conducta) la clemencia o las segundas oportunidades. Sin embargo, como ya hemos hemos adelantado, en nuestro tiempo prosperan los individuos que prefieren darle la vuelta a la tortilla. Siempre ha habido (y habrá) personas que, aun considerando un servidor que están muy equivocadas, se ven atrapadas en la compasión hacia el castigado porque tienen buen corazón y se ven reflejadas en esa la falibilidad que comparte todo el género humano. Sin embargo, tales individuos no son el objeto de mi crítica, sino quienes ven corrompido su sentido de la justicia por una identificación que aun siendo muchas veces inconsciente resulta siniestra y preocupante.

    El origen de la mentalidad de quienes defienden el indulto* o la equidistancia con la víctima de abusones, delincuentes comunes y hasta terroristas es rastreable en el interés del discurso posmoderno en lo marginal: mientras deslegitiman las grandes tradiciones e instituciones muchos de estos críticos se identifican con otros relatos, sobre todo aquellos que cuestionan al enemigo común que ven en la civilización occidental. A gran escala podríamos señalar la dulcificación del islamismo por parte de algunos progresistas, el discurso de que el verdadero comunismo nunca se puso en práctica o la pervivencia de variantes del mito del bon sauvage que los lleva a apoyar hasta a los nacionalismos más disparatados si tienen la más leve pátina indigenista. Parece que vivamos en una de esas pinturas apocalípticas donde el mundo se invierte y los muertos salen de fiesta o los animales de granja cabalgan sobre sus amos: el maestro teme al alumno pero el Estado lo usa para adoctrinar y usurpar la autoridad del padre, quien a su vez teme al profesor y desconoce los pronombres de su hijo, a quien por supuesto ha consentido hasta convertirlo en un monstruo ególatra incapaz de vérselas con la realidad. En un contexto así es normal que los referentes heroicos de antaño se hayan vuelto impopulares, irrisorios o directamente anatemas que no se pueden ni mencionar en público, mientras que los villanos poco a poco se van convirtiendo en referentes. Esto podemos verlo en el encumbramiento en la ficción de masas no ya de personajes a los que la etiqueta de antihéroe noventero les viene grande, sino directamente son encarnación del mal y la psicopatía sin tapujos.

    Conste que no me refiero al interés estético que puede suscitar el antagonista carismático, la canción pegadiza del malo de opereta o el soliloquio de cualquier villano shakespeariano (aunque a veces comienza así), sino a la identificación personal de muchos progresistas con lo peor que ha visto la ficción**, hasta el punto de que los grandes estudios de cine o televisión ya producen material que persigue eso. Quizá sea porque cínicamente quieren explotar ese nicho o porque contratan a guionistas incapaces de superar la fase de adolescente 𝑒𝑑𝑔𝑦 en la que apoyan la estupidez de moda para escandalizar a sus mayores y después victimizarse. El discurso subyacente siempre funciona igual, lo mismo da si se trata de una de superhéroes o el remake sin alma de un cuento de hadas: puedes cometer las peores injusticias o los actos más crueles si das penita porque en el pasado te menospreciaron, oprimieron, traicionaron, no te reconocieron como igual al instante o sencillamente no te comprendieron. Eso de las víctimas colaterales es un mito. Así, debemos ignorar deliberadamente las advertencias de las tragedias y convertir en heroínas a Carrie o a Medea (o Maléfica, Wanda o cualquier otra revisión posmoderna del tópico brujeril) y recoger firmas para que dejen libre al Joker de nuevo con la esperanza de que se modere un poquito. A lo mejor hasta se animan a venir a la concentración por el amor libre según la iglesia local de Slaanesh***.

    Bromas aparte, el foco de interés en muchas de estas narraciones subversivas puede resumirse en el discurso egocéntrico (casi solipsista) del inadaptado resentido; no la búsqueda de su  lugar en el mundo, la redención a través del sacrifico por algo que valga la pena o una gran aventura en pos del Sentido de las cosas. Atrás quedaron esos días en que el hazmerreír del instituto se convertía en el admirado héroe local o esos anónimos Montaraces protegían de horrores innombrables a las gentes de la aldea de forma completamente desinteresada. Ante todo, el éxito de las historias subvertidas proviene de buscar la satisfacción momentánea vendiendo que se hace "justicia" con los peores métodos, es decir, una válvula de escape para el lado más oscuro de la mente del espectador que complementa a la perfección los calmantes morales de las causitas a las que suele adherirse cierto tipo de persona. Si miramos tras el telón sólo vemos la venganza de un individuo contra el mundo: la misma fantasía enfermiza detrás de los tiroteos en escuelas, disfrazada y embotellada para el consumo generalizado.

Alegoría del matrimonio entre la Maldad y el Diablo
Gjisbert van Veen


*exceptuando, claro está, el hiperpunitivismo asociado a ciertos temas ideológicos

** aunque sí podríamos considerar la  interpretación en los siglos XVIII y XIX del Lucifer que John Milton presenta en El Paraíso Perdido (1667) el origen de la forma que tienen los posmodernos de interpretar las narraciones arquetípicas tradicionales: siempre es un gran engaño relacionado con el poder y autoridad para describir lo existente. Por supuesto, obvian que la serpiente y la manzana, lejos de ser símbolos de la liberación, representan el inmenso drama de la pérdida de la inocencia, causada por un odio alimentado (cómo no) por la envidia y la soberbia.

***es decir, con droga, sacrificios, engendros tentaculares y animales de granja

sábado, 9 de julio de 2022

Neutralismo de postín

En los últimos años se ha ido asentando la perniciosa idea de que el liberalismo implica necesariamente una suerte de "neutralismo a ultranza" y mucho me temo que precisamente por eso no nos comemos un colín. Donde esto se ve más claro es en el debate sobre ciertas instituciones, como el sistema educativo, donde algunos liberales insisten machaconamente en términos como objetivo o libre de ideología. El problema de esta clase de afirmaciones es que parten del supuesto inconsciente de que existe algo como una objetividad totalmente aprehensible a la que podemos recurrir rompiendo el cristal de seguridad, idea tan falsa como peligrosamente dogmática. Uno de los hechos indiscutibles de la condición humana es que no podemos abarcar la realidad en toda su complejidad y que por eso nuestro acercamiento a la Verdad ontológica consiste en dar pequeños pasos y comprobar continuamente nuestros cálculos de navegación para corregir los errores que indudablemente aparecerán por el camino. Por eso también contrastamos nuestra información con la de otros navegantes o nos vemos obligados a llegar a un solución de compromiso si nos hallamos ante lo desconocido y debemos tomar una decisión.

    La creencia de que uno puede llegar a hallarse en posesión de la verdad definitiva es propia de tiranos, no de defensores de la libertad. Asumir algo así te ciega, imposibilita la conversación y reduce todo lo neutral a significantes vacíos, siempre vulnerables al ataque por parte de quienes dicen que no existe verdad en absoluto y en cambio persiguen que todo sea según su doctrina milagrosa.... en otras palabras: es abrir la puesta a aberraciones como las verdades de estado. Por tanto, pedir neutralidad a un profesor o a un político es lo mismo que no pedirles nada o entregarles las llaves del castillo para que impongan lo que les parezca.

    Si a alguien realmente le importa la verdad su preocupación no deben ser los espacios neutros sino la virtud. Eso es lo que hace que uno sea prudente y  honesto consigo mismo o con los demás. Los proponentes de pseudoneutralidades opuestas no pueden más que ladrarse entre ellos, mientras que quienes persiguen una conducta virtuosa de partida reconocen que existen limitaciones de partida que por el mero hecho de existir dan valor a las aproximaciones ajenas. De eso es de lo que deberían hablar los liberales y dejarse de milongas esperando sentados a que la historia les dé la razón: su aproximación a realidad es sólo buena (o al menos superior a las derivadas del marxismo) en la medida en la que se deriva del escepticismo y tiene en cuenta la vastedad de lo desconocido, no de recurrir a supuestas leyes históricas y decir al mismo tiempo que no existen.

jueves, 23 de junio de 2022

La belleza y el conocimiento

El modo de operar de los artistas no es conocer las cosas, sino mediar entre las imágenes que tenemos de ellas y lo que sugeriremos a través de las formas. Existen procesos mediante los que podemos refinar la técnica y rellenar el banco de referentes, pero me temo que el gran caldero de la intuición escapa a cualquier clasificación racional. Es uno de esos lugares caóticos donde sencillamente se ve, y si nos preguntamos de dónde vienen ciertos elementos sólo podemos contestar que de todas partes, a veces de lugares que aparecen sin más y no tienen nada que el común de los mortales llamaría "artístico".

    Esta es la cuestión que me ha dado más quebraderos de cabeza en el último lustro, porque en cierto modo siento mi esencia dividida en dos: por una parte está la filosofía, que es el camino de mi elección, y por otro está la pulsión natural de crear cosas con las manos acordes a mi sensibilidad e intuición. El primero es un camino que tiende al orden y a las taxonomías, donde todo debe ser demostrable racionalmente; mientras que si cruzamos al otro hemisferio podemos catalogar lo que vemos en los primeros pasos, pero rápidamente todo se acaba emborronando. Sólo después de rumiar mucho tiempo lo que debería haber sido evidente desde el principio me doy cuenta de que es peligroso buscar en mi ser la preponderancia de una esfera sobre la otra, ya que además de implicar una tarea imposible supondría matar el último resquicio de inocencia y magia que me queda. Me doy cuenta de que al plantear algunas cosas que me gustan en parámetros demasiado estrictos, aunque sea para defenderlas, hace que cada vez las disfrute menos... pero estamos en 2022 y atrás quedan esas vacuas discusiones en los primeros años de la carrera sobre la justificación de la belleza: no vendrá ningún tribunal a pedirme explicaciones de mi afirmación de la superioridad de Bach sobre Mozart. Pretenderlo fue absurdo. Al final sólo estoy yo, y no necesito dar cuenta de lo que es evidente:  ni haré ver a quienes se han cegado ni quiero asomarme al abismo por el que han caído quienes enfrentan lo sublime con el bisturí diseccionador.


"Aquel que quiebra algo para averiguar qué es ha abandonado el camino de la sabiduría»



lunes, 6 de junio de 2022

La fantasía es conservadora

La alianza de la fantasía con las ideologías hegemónicas ha dado sus frutos económicos en la última década, pero será su ruina si en el medio plazo no recuperan la fantasía tradicional y la libertad creativa, opuesta al diseño corporativo reinante a día de hoy.  De hecho ya lleva provocando rechazo un  tiempo: basta ver cómo empeora la recepción de los productos de Disney, Netflix o Amazon.

Los problemas del corporativismo creativo que denuncio pueden resumirse en tres puntos. 

  • En primer lugar, productores y ejecutivos de todo pelaje vician el proceso para introducir ocurrencias que ellos creen que reportarán en mayores beneficios, ya sea porque creen que harán el producto más atractivo, porque atraerán a inversores ideologizados o reforzarán la imagen "moral" de las empresas que toman partido... al menos en la irreal imagen que ellos tienen de la sociedad. 
  • En segundo lugar, en muchos casos los departamentos de arte y storytelling han sido usurpados por activistas que desplazan a artistas con las sensibilidades apropiadas o que aspiran a la excelencia. El objetivo ya no es contar una gran historia, sino rodear una moraleja simplona de elementos irreales. A su vez, es común que estos grupos tomen la idea del posmodernismo militante de que todo el espectro de la existencia humana puede reducirse a la lucha por el poder, lo que los impulsa a la intriga o ataque preventivo contra individuos que podrían servir de contrapeso para reencauzar la situación. 
  • Finalmente, se ha popularizado el dogma de que muchas cabezas piensan mejor que una y que los procesos asamblearios traen invariablemente buenos resultados. El resultado suele ser un popurrí a medio cocinar que no satisface a nadie. Las grandes historias modernas han sido producto de las sutilezas de una sola mente (o unas pocas bien sintonizadas) y no de un coro discordante.

Sin embargo, en la base de la fantasía moderna existe una cuestión metafísica que eclipsa lo dicho hasta ahora: la fantasía es la antítesis del pensamiento utópico progresista*. Toda historia de fantasía tiene sus raíces en los mitos, leyendas y tradiciones. El verdadero proceso creativo en realidad se reduce a cómo presentamos y entremezclamos temas tan o más antiguos que la rueda. Además, cualquier historia para ser creíble ha de tener tanto verosimilitud como esa inexplicable chispa de espontaneidad que apela a nuestro fuero más profundo. No puedes mezclarlo con la aspiración a deconstruirlo todo o a forjar mitos desnaturalizados que además sólo responden a los devaneos morales de una minoría de minorías. Es tanto artificial como insidioso, y se nota. Da igual que intenten camuflarlo bajo mil barnices o capas de pintura: cualquiera que tenga unos mínimos conocimientos de mitología, literatura y sobre todo ciertas sensibilidades narrativas se da cuenta de la estafa al instante. 

    La fantasía, sea por su naturaleza recreadora o escapista, parte de una raíz infinitamente más conservadora que revolucionaria: para crear otros mundos primero hay que aprehender el propio y haber explorado la génesis de nuestro modo de estar en él. Esto puede sonar extraño, sobre todo porque durante años se ha trabajado a conciencia para que en el imaginario colectivo el adjetivo conservador tenga connotaciones negativas y parezca lo opuesto a cualquier concepto relacionado con el arte ¿Acaso cuando escuchamos el término conservador nuestra mente no conjura la imagen de un señor de bigote gris, suéter y corbata que mira con sospecha al gamberro del monopatín desde la cerca de su chalé? Desde luego se trata de un individuo intolerante y poco imaginativo ¿Y a que el término creativo proyecta, en cambio, la imagen del artista inadaptado e idealista que en el fondo sueña con un mundo mejor? Sin duda sería imposible sentar en la misma mesa a estos espectros que acabamos de conjurar.

    Lo cierto es que aunque los grandes creadores tiendan a ser individuos incompletos o defectuosos para los estándares de sus coetáneos, es esa barrera que los separa de los demás (y no en pocas ocasiones implica burla o rechazo) lo que les concede un punto de vista único para observar y representar la urdimbre de la existencia. Es una compensación que reciben a cambio de la carencia que los aleja de la normalidad. Y he aquí la médula del asunto: el creador sabe que es un bicho raro, y por tanto (quizá inconscientemente) asume la necesidad de un statu quo que le permite definirse y donde sale a pescar cosas que más tarde usará en sus historias. No podemos hacer cosas nuevas (¡ni siquiera ser gamberros transgresores!) si no reconocemos que hay algo establecido más allá de nosotros. Y no se trata de un proceso unidireccional: aunque la sociedad a veces se ceba injustamente con los que se salen de la norma, si uno de los supuestos monstruos de feria hace algo relevante o toca una fibra sensible es habitual que se le extienda una patente de corso y hasta se celebre su excentricidad.

    La diferencia con muchos de los llamados artistas progresistas salta la vista: ellos no se contentan con quedarse en sus torres de hechicero y observar de vez en cuando cómo les va a los habitantes de la villa ¡no señor! Quieren establecer lo que hacen y piensan los aldeanos allá abajo: se creen llamados a definir lo que debe considerarse normal y hasta ser subvencionados por ello. Su resentimiento los lleva a querer conquistar y ser adorados, no a hacer algo bueno que trascienda épocas y personas. Aunque la creación artística sea algo muy personal siempre existe una dimensión desinteresada: el regreso del viajero para devolver el fuego a su tribu o curar al padre aquí toma la forma de ese poso cultural que queda para inspirar a otros incluso cuando su autor ha desparecido y su nombre ha sido olvidado. En cambio, el artista progresista si no se da cuenta a tiempo se acaba volviendo una figura satánica, como Melkor o Sauron en los escritos de Tolkien: por mucho que diga preocuparse por el bien común sólo se ve a sí mismo y, como estamos viendo en tiempos recientes, su única originalidad consiste en deformar la obra de otros.

*es decir, la violación hegeliana de la utopía como género literario, donde lo planteado se sabía imposible desde el principio.



martes, 24 de mayo de 2022

Actualidad y necesidad de la Verdad

¿A qué nos referimos cuando hablamos de verdad?

¿Es la posverdad de la que tanto se habla un sinónimo de la mentira?


Ciertamente, la palabra verdad es de uso tan generalizado que preguntarnos por ella puede parecer ridículo. De hecho a muchísima gente inteligente le parece absurdo hablar de verdad como algo más que adecuación lógica. Sin embargo, bajo la fachada de cotidianidad de considerar algo “verdadero” se esconde el problema de escepticismo moderno bajo otra guisa, una que a día de hoy nos hace posar la lupa sobre sus ramificaciones políticas y sociales.

    Es sumamente interesante la primera definición del término que nos ofrece el diccionario de la RAE: Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente. Ese cosas se acerca a lo que podríamos llamar verdad en mayúsculas: el orden de todo lo existente con independencia de nuestra perspectiva. Sin embargo, nos topamos aquí con un problema que nos es muy familiar en Filosofía: al no ser criaturas omniscientes ni tener posibilidad de serlo, no podemos llegar aprehender lo externo en su totalidad. De hecho, para más inri si bien la mayor parte de individuos pueden llegar a convenir esos conceptos de las cosas a un nivel elemental (Alto-bajo, frío-cálido, etc), también es cierto que las distintas culturas y una miríada de parámetros de socialización hacen que dos individuos puedan tener ideas distintas del mismo objeto, o que uno de ellos ni siquiera tenga esa idea porque nunca lo ha necesitado. Es decir: queda claro conceptualizamos, manipulamos y percibimos cosas, pero la totalidad nuestro mundo se nos escapa. Por muy bien que creamos conocerlo es imposible volverlo del completamente predecible incluso para la ciencia más estricta.

    Por ello muchas veces verdad ontológica queda reducida a un ideal que no es patrimonio de nadie, sencillamente es lo que hay. Así, quedamos por fuerza confinados en una definición cotidiana o meramente lingüística de verdad, que no será sencillamente la correspondencia de palabra y pensamiento con el mundo; sino con nuestra reconstrucción imperfecta del mismo. Por ejemplo, en muchas ocasiones se corona la explicación del paso del mito al logos con la superficial moralina de la sustitución de una patraña fantasiosa por una verdad científica definitiva. Si bien es cierto que el paso de la explicación de un determinado fenómeno con dioses y geniecillos a uno que prescinde de ellos es un gran avance no se trata ni mucho menos del fin del camino: ahí tenemos el ejemplo del modelo astronómico ptolemaico, basado en la observación de regularidades físicas y capaz de predicciones de lo más precisas; y sin embargo desbancado por uno muchísimo mejor que encima simplifica los cálculos. Lo relevante aquí para la verdad no es tanto el contenido como el método de aproximación, y sobre todo nuestra actitud al enfrentar los nuevos datos con nuestro poso de creencias.

    Ahora bien, llegados al callejón sin salida de la perspectiva comienzan a aparecer perversiones ingenuas o de plano malintencionadas. Aceptar que la realidad humana es siempre mediada es un acto de responsabilidad, pero dar el paso de decir que sólo existe ese medio -y por tanto puede ser alterado a placer- es saltar al vacío. Saber que nos relacionamos con las cosas que nos rodean mediante símbolos de las mismas es peligroso, porque a través de este mismo sistema también podemos manipular a las personas con las que compartimos lenguaje, haciendo que alteren su conducta de acuerdo a nuestro interés. Quizá el ejemplo más burdo es el de la mentira: decir algo que de plano no es, o que directamente es opuesto a lo que realmente hay. Sin embargo, hay formas mucho más sutiles de manipulación, que presentan lo existente de forma que desbarata el aparato simbólico de los demás en nuestro beneficio. Para ilustrar este punto con algo actual destacaremos el uso de términos como crecimiento negativo o desaceleración en vez de decrecimiento; crear conciencia en vez de adoctrinar; o discriminación positiva por segregación. Estos ejemplos se diferencian de los eufemismos tradicionales en que van más allá de la salvaguarda de los tabús una moral existente: a través del lenguaje pretenden alterar la realidad influyendo en las interacciones sociales más elementales, pero también en la investigación científica, el debate académico o la acción política.

    Por tanto, el gran problema al que nos enfrentamos en esta era que muchos han llamado de la posverdad no es el hecho de que se mienta; pues mentir se ha mentido siempre, y mucho. El núcleo de la cuestión no es la falsedad en sí, sino las medidas que tomamos a la hora de asegurarnos de que estamos en lo cierto y la responsabilidad que ello supone, especialmente en el ámbito del debate público. La posverdad no es más que desentenderse de los hechos en nombre del pragmatismo justificativo o el identitarismo. Como he dicho, en nuestra era abundan los malabares lingüísticos, tan comunes hasta el punto de que han hecho olvidar a muchos que si bien nuestra realidad es mediada, el mundo sigue existiendo ahí afuera y en última instancia sus fenómenos no son más que el extremo visible de la verdad ontológica.

    Aunque interactuemos con el mundo mediante aproximaciones imperfectas, la alteración del símbolo no implica un cambio en la realidad más allá de lo humano... y en el caso de lo humano, tan sólo en una diminuta parcela y por tiempo limitado. Tarde o temprano nos damos cuenta de que no se sostiene porque el mismo devenir parece revolverse contra de las falsedades que pretendemos entretejerle: uno puede hablar de desaceleración sólo hasta es que el estancamiento o la decadencia le hacen rugir las tripas, del mismo modo que uno puede negar la ley de la gravedad hasta que se queda sin dientes. Por tanto, trastocar intencionalmente el aparato simbólico de otros hasta volver el mundo irreconocible acaba repercutiendo negativamente en su capacidad para relacionarse con él. En otras palabras: la perspectiva se convierte sólo en discurso. En mi opinión, la única pauta viable para salir de la vorágine en la que nos hallamos sumidos es, en primer lugar fomentar una actitud crítica constante, que nos permita analizar si las palabras y los símbolos hacen justicia a los hechos y nuestra percepción de los mismos es mejorable. En segundo lugar, hay que tener siempre claro que la Verdad en mayúsculas es tan inalcanzable como ineludible. Es como hallarnos en en centro de un inmenso valle sin que nuestros ojos puedan percibir al mismo tiempo todos los picos nevados que nos rodean ni nuestros brazos abarcar al más pequeños de ellos, pero no por ello negamos la presencia de tales montañas.

    Al final, cada uno puede decir y tratar de creer lo que quiera, pero afirmar que el emperador lleva un espléndido jubón de aire no altera su desnudez ni en un milímetro.


Texto ampliado a partir del guión de una intervención en el Seminario Permanente de Filosofía del CDLIB en 2019.


La verdad y la piedad, de Pompeo Girolamo Batoni (1745)


Nosotros, los intelectuales


Quienes me conocen desde hace algún tiempo saben que en ciertos campos (sobre todo las artes) defiendo ideas elitistas, ya que creo que cada persona puede desarrollar sus habilidades de un modo radicalmente distinto al de sus congéneres. Por eso considero que cuando determinados temas se ponen sobre la mesa la voz de los más experimentados o quienes han cultivado sus talentos y sensibilidades deberían tener más peso que el de alguien que simplemente pasa por ahí. Sin embargo, desde hace unos años también he aprendido a aborrecer con más intensidad la cantinela de "𝑛𝑜𝑠𝑜𝑡𝑟𝑜𝑠, 𝑙𝑜𝑠 𝑖𝑛𝑡𝑒𝑙𝑒𝑐𝑡𝑢𝑎𝑙𝑒𝑠". Esa es la gran tentación de pensadores de todo pelaje que, queramos reconocerlo o no, han sido instigadores de muchas desgracias que han azotado al mundo en los últimos cuatro siglos. Su pecado original no ha sido otro que desprenderse de la humildad, la más excelsa de las virtudes filosóficas, y erigirse en frías efigies de mármol cuya mano derecha dice velar por el hombre común mientras la izquierda, oculta a la espalda, gesticula con asco cuando se acercan a pedir limosna. Gran parte de los pecados de la Modernidad se deben a este tipo de individuos, ya que en el fondo de todo discurso progresista, (independientemente de la época o el color político) se esconde la idea de forzar el nacimiento de alguna variante del “Nuevo Hombre”... algo que además de ser imposible, suele implicar señalar a otros como lastres que impiden que de la noche a la mañana nos convirtamos en semidioses dorados. Con esto quiero decir que el problema del progresismo es que trata de moldear al mundo para que se adapte a universales que sólo existen en la mente de sus adeptos y por tanto no concibe la posibilidad de que alguien pueda rechazar sus tesis de forma racional. Esto hace que todo intento de lograr un compromiso de “vive y deja vivir” sea imposible y tarde o temprano, cuando hayan acumulado el poder suficiente, volverán a llamar a la puerta para obligarte a postrarte, quitártelo todo o eliminarte de su bonita ecuación.

    El mejor consejo que puedo dar para prevenir la influencia de dicha cosmovisión desde la cotidianidad es no fiarse nunca de nadie que no sepa trabajar con las manos. Recordemos que aquello que los romanos llamaban 𝑎𝑢𝑐𝑡𝑜𝑟𝑖𝑡𝑎𝑠 y asociaban al poder de asesoría o legitimación del Senado originalmente (también en la hélade que vio nacer a tantos cerebros barbados) provenía del prestigio de quien podía demostrar su maestría en un oficio. En la escala a la que me estoy refiriendo aquí no tiene que ser necesariamente un oficio manual: tomarse en serio una afición compleja es suficiente para no perder el contacto con esos orígenes ligados a la práctica. La cuestión es que hace falta saber operar en el mundo de los objetos tangibles, porque en él puedes pillarte los dedos o las cosas pueden salir mal tantas veces y de formas tan evidentes que acabas desarrollando algo de sentido común solo para no tener que volver a comenzar desde cero a la mínima que te descuidas.  Es una lección imprescindible, porque en la constelación de las ideas es demasiado fácil señalar al cruel destino, decir que es culpa de otros o negar la derrota. Si alguien que no ha operado lo suficiente en la corporalidad de repente se pone a dar órdenes que afectan a otros, el fracaso y la falta de aprendizaje sobre el mismo están más que garantizados.

"Tan grande fue el poder de la voz de Saruman en este último esfuerzo que ninguno de los que escuchaban permaneció impasible. Pero esta vez el sortilegio era de una naturaleza muy diferente. Estaban oyendo el tierno reproche de un rey bondadoso a un ministro equivocado aunque muy querido. Pero se sentían excluidos, como si escucharan detrás de una puerta palabras que no les estaban destinadas: niños malcriados o sirvientes estúpidos que oían a hurtadillas las conversaciones ininteligibles de los mayores, y se preguntaban inquietos de qué modo podrían afectarlos. Los dos interlocutores estaban hechos de una materia más noble: eran venerables y sabios. Una alianza entre ellos parecía inevitable. Gandalf subiría a la torre, a discutir en las altas estancias de Orthanc problemas profundos, incomprensibles para ellos. Las puertas se cerrarían y ellos quedarían fuera, esperando a que vinieran a imponerles una tarea o un castigo. Hasta en la mente de Théoden apareció el pensamiento, como la sombra de una duda: «Nos traicionará, nos abandonará... y nada ya podrá salvarnos.»

De pronto Gandalf se echó a reír. Las fantasías se disiparon como una nubecilla de humo"

Las Dos Torres, libro I 

 

"Saruman, tu vara está quebrada"

viernes, 22 de abril de 2022

Al César lo que es del César

 Pese a lo mucho que critico por aquí algunos aspectos culturales del mundo anglosajón, lo cierto es que hay una cosa que de la deberíamos tomar ejemplo en el resto de Occidente: ellos han conservado y codificado para la posteridad aspectos clave del derecho natural que nosotros hemos olvidado o abiertamente despreciamos. Los sistemas basados en la Common Law inglesa son infinitamente superiores a los de raíz continental o afrancesada porque parten de la noción clave de que el ser humano es libre por naturaleza, y por tanto la ley tiene el doble cometido de decir al ciudadano lo que no puede hacer (para hacer posible la vida social) y servir de contrapeso limitando la intromisión estatal en la vida privada (para eso sirven los derechos). En otras palabras: la tradición anglosajona contiene un sano escepticismo frente al poder que al mismo tiempo permite relacionarse con él de una forma mucho más madura que otras tradiciones. Se trata de un sustrato cultural que facilita el análisis crítico de la influencia de voluntades ajenas sobre nuestras vidas.

    Como ya escribí en otra ocasión, la definición más genérica de poder no tiene que ver inmediatamente con el Estado ni el sometimiento del otro, aunque a la larga siempre tienda a ello. En origen, el poder es la capacidad que tiene el individuo de proyectar su voluntad en el mundo y así transformar o reconducir la realidad según su parecer: cuando nos comemos una manzana o movemos una silla en cierto modo estamos ejerciendo poder. No hace falta atar muchos cabos para ver la relación de esto con la libertad, el conocimiento y las promesas dulzonas serpiente del Génesis. Baste decir que los problemas comienzan cuando (directamente o por ramificaciones insospechadas) nuestra esfera de influencia se topa con la de otras personas de cuyo contacto, como animales sociales que somos, no podemos renegar. Como adelantaron Locke o Hobbes, para que la vida social sea posible todos debemos ceder una parte de nuestra libertad originaria. Por eso idealmente el marco normativo de una sociedad consiste en estipular qué líneas no pueden traspasarse.  En cambio, en el Viejo Continente se ha caído en una aberrante inversión: creemos que lo normal es que el Estado nos provea de una limitadísima carta de derechos o conductas aceptables, y a cambio le entregamos la potestad para decidir caprichosamente cualquier otro aspecto de nuestras vidas.

miércoles, 6 de abril de 2022

La misma cuerda

Muchas veces critico el arte contemporáneo o ciertos tipos de música moderna, pero que hayan llegado a una posición preeminente y sigan firmemente atrincherados en ella es responsabilidad también de lo que debería haber sido la alternativa. De hecho forma parte de un círculo vicioso que hace que la gente cansada de los excesos de un lado de vaya al otro y no vea que el arte tiene que ver con otra cosa. 

    Con esa falsa "alternativa" me refiero al vano virtuosismo, al formalismo o al academicismo elitista que enraizaron en el siglo XIX y siguen (aunque con menos peso institucional) ahí a día de hoy. A veces uno puede encontrarse frente a verdadera perfección técnica  en cuadro hiperrealista pero al mismo tiempo no ver arte por ningún sitio. Lo mismo con las escalas interminables de algunas piezas clásicas. 

El otro día traduje (del inglés) el siguiente poema egipcio de finales del segundo milenio a.C. :

"Ojalá tuviera frases desconocidas,
dichos que fueran extraños
palabras novedosas, nunca probadas,
libres de repetición
y no refranes heredados,
pronunciados ya por los ancestros.

Escurro los contenidos de mi fuero,
tamizando todas mis palabras;
pues lo que se ha dicho no es sino imitación,
cuanto decimos se ha dicho ya."

    Como puede apreciarse, hace más de cuatro mil años ya se preocupaban por la cuestión de la originalidad literaria, cosa que bien podría aplicarse a cualquier forma de arte. Y aunque no podemos sino dar la razón a Jajeperreseneb en que no hacemos sino reordenar una y otra vez piezas con las que ya jugaban nuestros antepasados, es innegable que desde entonces han aparecido muchas obras que pese a sus referentes, inspiraciones o influencias inconscientes consideramos únicas y sublimes, hitos en la historia humana. Por doquier encontramos pruebas fehacientes de que hay otras fuerzas misteriosas operando en el proceso creativo, que aunque se apoyan en la técnica y el conocimiento teórico sin duda los trascienden. Por esto soy firme creyente en la idea de que para que la experiencia estética sea posible es necesario que el artista vierta un poco de su subjetividad en lo que está haciendo y encuentre un lenguaje adecuado para volverla universal, aunque se guarde parte del misterio.

   Por esto mismo lo que algunos consideran el arte actual y aquello en lo que institucionalmente se ha convertido el viejo arte no son sino cabos opuestos de una misma cuerda, y aunque a día de hoy el discurso del lado subjetivo y caótico lleva ventaja, sería igualmente dañino que diéramos al control a la tribuna de los fríos mármoles; o que cayéramos en la tentación de pensar que la fórmula del arte puede ser sintetizada a base de poner electrodos en la cabeza del artista. Llegados a ciertas fronteras lo único que uno puede hacer es quedarse en silencio y disfrutar de la magia.

Nebulosa del Águila
Créditos:
T.A.Rector (NRAO/AUI/NSF and NOIRLab/NSF/AURA) and B.A.Wolpa (NOIRLab/NSF/AURA)


jueves, 24 de marzo de 2022

La pregunta que deberían hacerse

Frecuentemente quienes afirman que España se equivocó de bando y en su momento deberíamos habernos arrimado a Rusia o a China suelen ser también críticos no con la deriva de la Modernidad sino con la Modernidad en sí misma. El problema es que (sin quererlo) ellos también son Modernos y por eso dan por sentadas cosas como la individualidad, la actividad crítica que ejercen y la noción misma de Razón: asumen que abonando bien la tierra surgen rápidamente en cualquier lugar. También dan por sentado que si se cumplieran sus fantasías y brotara por arte magia un segundo imperio español omnipotente ellos serían los reyes filósofos, o al menos su discurso sería escuchado en los salones de los poderosos.

Sin embargo un vistazo desapasionado de lo que hay más allá del limes revela un mundo donde la ciudadanía no está ni se la espera, y donde quien se atreve a sugerir una alternativa o criticar lo establecido no tiene que preocuparse de palabras hirientes en Twitter, sino de ser brutalmente castigado o directamente desaparecer. Incluso dejando a un lado las represalias de EEUU ante un hipotético volantazo por nuestra parte, los malos olores (de las aún peores compañías) tienden a pegarse. Por eso más allá de Occidente hay manos que no deberían estrecharse jamás, y de hecho con lo que sabemos a día de hoy hacerlo no debería pasar ni por la imaginación del más cínico. Con esto quiero decir que no debemos confundir el deseo de poner coto a los principales problemas de la nación o el regreso a la preeminencia internacional con vaguedades donde la palabra “España” es un significante vacío que permite pactar con el diablo o acallar la voz de la conciencia respecto a la sociedad en la que uno quiere vivir. Quienes conocen algo de historia moderna saben que los vapores arremolinados en tales abismos generalmente albergan voluntades secretas o al menos contienen las condiciones para que algún sátrapa oportunista cargue de cadenas a los ingenuos que le han encumbrado.

Los discursos surgidos a raíz de la invasión de Ucrania por parte de los rusos han hecho más patente una división que desde hace tiempo viene gestándose en la derecha española: aquellos que luchan por el sueño una España fuerte (la que sea mientras tenga el envase apropiado) y aquellos que creemos que la decencia o las libertades (el ejemplo) deben venir antes que la proyección exterior. Quienes se golpean el pecho ladrando geopolítica o realismo cada cinco minutos harían bien en recordar que ese Maquiavelo a quien tanto adoran reserva también un lugar especial a la conducta virtuosa o a la importancia del disenso en el seno de la República. Eso es lo que nos separa de los bárbaros.

La primera pregunta que debe hacerse un patriota no es cómo armarse o presentar batalla, sino por qué vale la pena luchar. Por eso les confieso que por muy poderosa que llegara a ser, una España temida e indecente sería para mí tan enemiga como una tiranía extranjera. Quizá incluso más, ya que la liberación tendría prioridad sobre cualquier conflicto exterior.

jueves, 6 de enero de 2022

Sobre la creatividad y el error

Uno de los mayores problemas en la educación a día de hoy es la insistencia desmedida en la "creatividad" y el nulo interés por el refinamiento de las ideas, la educación del gusto o la evaluación de qué es aplicable o qué no. De un modo inconsciente la pedagogía que se hace llamar constructivista en realidad echa mano del innatismo más absoluto, el mismo que sustenta el mito del genio, pero esta vez aparejado a un cierto anarquismo en el que no se puede enseñar o se puede enseñar cualquier cosa, ya que al final todo tiene el mismo valor.

La consecuencia de esto es que los jóvenes acaban confundiendo las simples ocurrencias con las ideas genuinas. Les están inculcando un concepto de creatividad donde el proceso creativo está completamente ausente: uno se arremanga, tiene una ocurrencia cualquiera y ¡ale! ya puede lavarse las manos y repantigarse en el sofá con la satisfacción de haber acabado otra obra maestra. Si la aplicación es imposible y un desperdicio es lo de menos, porque al llegar a la meta todos recibimos la misma medalla.

La realidad es, por supuesto, distinta: las malas ideas existen, y un rasgo esencial de la persona creativa consiste en discernir cuáles son y sacar lo salvable antes de descartarlas. Los grandes pintores, poetas y directores de cine no han sido personas con ocurrencias para llenar un buque cisterna, sino quienes han sabido escoger unas pocas piezas del montón y sacarles brillo hasta que lo sublime se reflejaba en ellas, normalmente después de algún que otro fracaso. Cuando no mostramos a los niños que existe la posibilidad de fracasar ni les enseñamos a analizar el error les estamos robando la capacidad de ir a mejor: o bien educamos a narcisistas inútiles o bien a personas que al experimentar el fracaso no sabrán qué ha pasado ni tendrán la fuerza moral para sobreponerse, privando así a la humanidad de lo que podrían haber hecho de haber desarrollado su potencial.

Alegoría de la Vanidad (1636), Antonio de Pereda y Salgado